martes, 27 de abril de 2021

Cultura y Civilización, conceptos enfrentados

 

Lo que sigue carece de pretensiones académicas; hay que tomarlo como un intento somero de explicarme a mí mismo el origen de las dificultades de ciertos encuentros entre sociedades distintas. Hay muchas distinciones entre Cultura y Civilización y son esenciales. Para mí, fijándonos por ejemplo en la Roma clásica, civilización son las calzadas y los acueductos, en tanto que cultura es la costumbre de los baños, que están servidos por infraestructuras civilizatorias como las mencionadas calzadas y los acueductos. Cuando no se hace esa distinción con otros pueblos se suelen cometer grandes errores de apreciación que en este momento conducen a políticas erradas. Es lógico por ejemplo que las organizaciones de ayuda al Tercer Mundo se vuelquen en el control de la natalidad, precisamente para evitar entre otras cosas, la excesiva mortandad infantil. Se traspone así toda una civilización a otra y se impone una cultura que incluye el control de la natalidad. De alguna manera la pretensión de salvar a todos los niños africanos en unas sociedades que siguen engendrando nueve hijos para salvar al menos uno sigue siendo en ese contexto una idea extraña en todos los sentidos. La cultura es tradición (o plagio como dicta el conocido aforismo), no innovación contra lo que creen tantos artistas modernos. Por el contrario, la civilización es innovación que cuando se estanca se convierte en arqueología, a veces muy reciente, como las ciudades fantasmales fabriles y abandonadas del Cinturón del Óxido en Norteamérica. En cambio, la cultura es un tirachinas impulsado por la fuerza del pasado. Cuando sueltas la goma lo que sale disparado no es la planificación familiar, sino la redonda cabeza de un niño que probablemente muera antes de los cinco años. Es triste, pero por cada vida salvada de un niño (en este contexto, insisto) por una vacuna o la llegada de alimentos, otra se pierde por la guerra o el hambre. ¿Cómo? Por la superpoblación, la deforestación, el agotamiento de los recursos, la pérdida de biodiversidad. África, por seguir con el ejemplo, ha soportado una letal combinación de pillaje y buena voluntad procedentes de culturas ajenas. Todas las Biblias, católicas y protestantes, son Biblias envenenadas (como reza el título de una espléndida novela de Kingsolver) y todos los Coranes; ambos procedentes de culturas del desierto ajenas al animismo de las junglas. Como compensación, las culturas tienden a mezclarse e influirse y detestan la pureza, en tanto que las civilizaciones tienden intrínsecamente a ser invasivas y hegemónicas. La actual globalización, la última de muchas, tiende a favorecer a la civilización ya dominante del capitalismo y arrasar las culturas locales o convertirlas en un adorno. También es obvio que las culturas trabajan como una red, y su metáfora sería la plaza, mientras que las civilizaciones son jerárquicas, como la torre, siguiendo las imágenes de Ferguson.

Y se nos devuelve el regalo. Los viajes aéreos masivos, las buenas carreteras, las ciudades enormes, la congregación de personas, el comercio, todas estas cosas favorecen la llegada de parásitos y virus, regalos de reyes magos extranjeros traídos de lejos. Ya que salvamos a los niños africanos (o eso creemos) y nos llevamos la riqueza mineral del continente, ambas cosas tienen un coste.

La cultura de conservación de la naturaleza y la protección del medio ambiente (horrenda y redundante expresión) es una cultura estrictamente urbana y en detrimento inopinado de la cultura rural y campesina en total retroceso (La naturaleza contra el campo); de ahí los desencuentros. La cultura feminista a su vez es antagónica no de la masculina (que como tal creo que no existe) sino de la cultura capitalista; conciliar ambos es una quimera en el sentido etimológico primario: un monstruo mezclado inarmónico. A su vez, la cultura del ecologismo no sólo es inviable con el capitalismo, sino con la sociedad de consumo y del despilfarro y también con la del espectáculo (Guy Debord), cuya mejor expresión es hoy el turismo de masas. Para construir hay que demoler; en eso tienen razón todos los revolucionarios. Pero para innovar hay que saber qué conservar, como bien saben los conservadores. 

Claro que la tradición y la cultura no son los trajes regionales (inventados durante el reciente Romanticismo del XIX), sino las tendencias a las redes espontáneas de ayudas sociales y familiares o el gusto por la vida en las calles, hablando de lo que me toca. Me gustaría aclarar que yo no deseo que los niños africanos mueran por causas perfectamente remediables, pero las culturas africanas eran hasta hace poco culturas de la proximidad, donde se vivía al lado de donde se producían los alimentos que se consumían. Las actuales megalópolis africanas dependientes de las ayudas alimentarias masivas son tumores que han surgido al destruir esa cultura que volvemos a descubrir en Occidente. Y, sobre todo, no se debe confundir las causas con los efectos. Los africanos no son pobres porque sean muchos, sino que son muchos porque son pobres (véase más arriba); por tanto, el mejor control de natalidad (efecto) es reducir la pobreza (causa) y no al revés. Y las Biblias y Coranes, apreciables productos de otras culturas y tradiciones, dejémoslos junto a los trajes regionales, no en el de los remedios y las vacunas.

El actual conflicto persistente que se da entre los inmigrantes africanos y los países europeos que les acogen sólo se puede entender, a mi juicio, como el enfrentamiento entre culturas diferentes en el marco de una civilización hegemónica, la de acogida. Los inmigrantes buscan una vida mejor, o quizás no, más bien huyen de una vida peor causada en gran parte por el expolio de esas mismas sociedades avanzadas reticentes a acogerles. Esa vida mejor, o no peor, se la ofrecen la civilización occidental, con todas sus virtudes (derechos humanos, protección social, sanidad, meritocracia, democracia) y todos sus defectos (consumismo, despilfarro, egoísmo, capitalismo), pero a cambio de que su cultura de origen no incomode a la receptora. Las reglas del juego suelen imponerse en dos modelos bastante diferentes: la asimilación o el multiculturalismo. El modelo de absorción típico es el estadounidense: todos son ‘americanos’ una vez consiguen la ciudadanía, incluso pueden conservar ciertas peculiaridades culturales marginales, como los italianos o los irlandeses, pero no se aceptan divergencias esenciales, todos deben ser patriotas estadounidenses. El multiculturalismo es más propio de sociedades europeas, como la francesa, donde se hace gala y hasta se halaga el mantenimiento de las señas de identidad, pero como en el caso de la asimilación, dentro de unos límites. Y es que no pueden establecer baremos globales. Yo creo que el multiculturalismo es aceptable si la parte digamos contraria acepta ciertas normas esenciales, como los derechos humanos o la democracia tal y como se entiende en Occidente. Pero no puede aceptarse, por tanto, la ablación de las niñas, los matrimonios forzados o la sumisión de la mujer. En este caso el multiculturalismo enriquece, pero también puede propender a crear guetos étnicos.

Occidente ha progresado en su prevalencia con el resto del mundo no sólo por la apropiación indebida de recursos del mundo subdesarrollado. También ha habido una apropiación o difusión inevitable al parecer con las ideas de esos otros lugares marginales. Es decir, se descubre la pólvora que los chinos ya tenían para uso festivo como explosivo de armas más letales. Es obvio que América no la descubrió Colón ni tampoco los vikingos siglos antes, puesto que ya había sido ‘descubierta’ por sus habitantes originales que atravesaron el Estrecho de Bering en el Paleolítico tardío. Pero todos sabemos lo que se quiere decir al hablar de descubrimientos; otra cosa es que seamos conscientes de lo que eso supone. Lo que quiero decir es que esas culturas, y esos emisarios de esas culturas que son los inmigrantes, nos están enseñando muchas cosas que aquí, en este mundo feliz, se sienten como descubrimientos, desde la cultura de la proximidad hasta esa felicidad en la pobreza o esa austeridad más adecuada al mundo finito que habitamos. Muchos inmigrantes al llegar aquí no sólo no encuentran el acomodo de este mundo desarrollado, sino que terminan teniendo vidas inadecuadas a sus expectativas. Pero nos aportan, nos aportan mucho, al igual que su diversidad es un paliativo a la uniformidad de las franquicias de consumo de los ricos.

Quizás cuando se comprenda que todos los seres humanos hemos sido o somos nómadas e inmigrantes procedentes de África, los recelos se diluyan y que los inmigrantes de los países subdesarrollados, siendo un problema, son también una solución.

1 comentario:

  1. En países Bangladesh se aplicó el modelo que sugieres: el país no es ahora tan pobre y, ¡sorpresa!, la natalidad ha bajado hasta dos hijos por mujer. Para ser exactos, 2,04 según la búsqueda en Google.

    En Twitter he conocido a un licenciado en filosofía que afirmó que "civilización" es, para ser rigurosos, las primeras organizaciones complejas humanas que son precisamente objeto de estudio de la arqueología, entre otras cosas por la construcción de murallas para delimitar su territorio. Desde luego, y a pesar de esas vallas vergonzosas, no se puede decir que pocas democracias actuales presuman de ser autocrática...

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía