miércoles, 9 de junio de 2021

El campo de golf y el campo de refugiados

 

Hay dos formas básicas e igual de letales de contemplar el mundo: como un almacén de cosas de las que apropiarse o como un paisaje. Ambas son propias del capitalismo, incluso del capitalismo antes del capitalismo de conquistadores históricos y exploradores en busca de recursos. La segunda, ver el mundo como un paisaje, es el turismo que nos sitúa ajenos en el mundo que han construido otros seres vivos u otros humanos. Eso por un lado.

Por otro, está ese mal llamado monolito (puesto que está constituido por más de una sola piedra) en memoria de mujeres asesinadas por falangistas españoles durante la Guerra Civil. Alguien ha escrito en letras rojas, sanguinarias, ‘putas rojas’. Ambos aspectos muestran, con diversos grados de consecuencias pero la misma motivación, la incapacidad de tantos seres humanos de amar y ser amados. De amar sobre todo al distinto, de ser amados por cualquiera.

España es un país que ha practicado y por desgracia aún practica ambos tipos de incapacidades. País de vocación turística, esto es, que se vende a otros. Y país que tiene una historia, de la que da lo mismo que pida disculpas, siempre ya a destiempo, pero que convendría asumir, que ha tomado las cosas de otros sitios durante su imperio y lo que es peor, que no ha reconocido a los otros en sus formas distintas de ver el mundo, salvo como culturas ajenas, ‘exóticas’, como 'objetos' pintorescos y paisajes turísticos.

El ser humano es la especie biológica que más transforma el territorio, y ahora parece que también la atmósfera y los océanos, mientras que las bacterias son los organismos más esenciales para abrir los flujos energéticos y de materiales y para cerrarlos también. En esa capacidad humana para adaptar el territorio, a menudo con efectos imprevistos, en lugar de adaptarse simplemente a él, podemos ver que tan nefasto es construir un campo de golf como construir un campo de refugiados, ambos en ambientes subdesérticos, pero en uno donde se despilfarra el agua y en otro donde escasea. Los conservacionistas de la naturaleza enfrentan el sentimentalismo ante la pérdida a la necesidad de sobrevivir. En ambos casos lo que nos impide avanzar en cualquiera de esas dos direcciones, que no son incompatibles sino complementarias, es la falta de imaginación. Quizás debamos instalar campos de refugiados en los campos de golf de los paises opulentos y campos de golf en los de refugiados en los países sumidos en la pobreza. Pensemos en el ansia de distinguir entre especies nativas y no nativas entre los conservacionistas que se ha convertido en una suerte de xenofobia biológica, cuando lo que realmente expresa es la capacidad de la propia naturaleza, que siente horror al vacío, de reconstituirse con los elementos de que dispone.

En el fondo, como en los movimientos independentistas como el de Cataluña con relación al resto de España, lo que hay es un sustrato de deterioro ético, un desapego a la vida moderna: la tendencia de los gobiernos a la corrupción o a su tolerancia hacia ella; la adopción del asesinato extrajudicial y el terrorismo de Estado; el sentimiento de que los poderosos tienen derecho a todo; la obsesión de los fanáticos religiosos (o patriotas) por obligar al resto de personas a sumarse a sus paraísos y utopías. Todo esto fomenta la desesperación, una especie de entropía social, la penosa tendencia a pensar que todos estos problemas no tienen solución. 

Lo que diferencia a los nuevos ricos de aquellos que detentan lo que podríamos llamar el 'dinero viejo' es la discreción para disfrutar de esas riquezas, lo que algunos fascinados por los expolios antiguos llaman distinción. España es un país de nuevos ricos. Nada que ver con la España amortajada de la picaresca del Siglo de Oro. España es un país expoliado y expoliador, que hoy sólo sabe construir campos de golf para los ricos y mandar harina y leche en polvo a los campos de refugiados. Un país sin imaginación.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía