Puede que uno sea condición, aunque no suficiente, de la otra, pero un correcto análisis no es lo mismo que una solución adecuada. Sin embargo, la falta de ésta no invalida al primero. En la actual literatura técnica sobre los graves problemas medioambientales pasa mucho esto, y las soluciones, cuando se ofrecen son básicamente negativas: no hacer eso, dejar de hacer lo otro, etcétera. Lo cierto es que los humanos tienen una irresistible tendencia a escoger los beneficios inmediatos a costa de sufrimientos a largo plazo, al menos los pocos que deciden. El que venga detrás que arree y después de mí, el diluvio. Así que devoramos al resto de formas biológicas que no tienen no una utilidad —todas la tienen— sino un beneficio inmediato, y al devorar todas esas formas, toda la vida del planeta, las cagan luego en forma de desperdicios de plástico pronto obsoletos. Los plásticos no biodegradables, los residuos radioactivos de vida larga (larguísima), las substancias químicas no procesables por los ciclos de materia naturales.
Así que la Naturaleza es una gran decepción para los hombres
de empresa. Hay un cuento que viene al caso: un cliente se queja de que su
sastre haya tardado seis meses en hacerle unos pantalones, y sabiendo que es un
judío piadoso, le compara ese tiempo con los seis días que tardó Dios en crear
el mundo. El sastre judío, buen conocedor, además de su oficio, de la Torá y el Talmud, le responde
sin inmutarse: “pero fíjese en cómo está el mundo y compárelo con estos
perfectos pantalones”. Para un ecologista, un mundo perfecto lo sería sin
plásticos ni substancias radioactivas, pero para cierto empresario lo sería
aquel que digiriera sin problemas ambos. Como se comprenderá ambas posturas son irreconciliables, y cuando el diagnóstico es irrefutable la solución para aceptar soluciones es que estas tengan beneficios a corto plazo, y a eso lo llaman economía verde.
Una de las diferencias entre un niño, incluso un adolescente, y un adulto maduro es que el segundo a aprendido a negar y a negarse cosas, a renunciar y a elegir. Ahora tenemos en Madrid una presidenta que defiende una libertad infantil, la capacidad de hacer lo que se quiera y no negarse nada; una libertad caprichosa y poco adulta. Arrasa. Pero el concepto más maduro para gestionar la libertad, desde la personal a la de los recursos del planeta, es la de los límites. En su lugar, las derechas, desde los conservadores a los neoliberales, sustituyen, y confunden, la idea de límites con la idea, bien tangible, de frontera, que en el fondo es lo opuesto. La oscuridad es barata y el silencio, hoy por hoy, caro.
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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía