Hace poco un antiguo vicepresidente socialista del gobierno, justamente
famoso por su lengua afilada, ironizaba sobre los fachas que abuchearon a Pedro Sánchez en el último desfile de las fuerzas armadas —espectáculo,
por cierto, aún más anacrónico que el taurino y bastante más amenazante si nos
paramos a pensarlo—, al señalar que parecían sentirse más representados por una
cabra (la famosa mascota de la legión) que por el Presidente de todos los españoles,—nos guste o no, le hayamos votado o lo hayan hecho otros, ya que la democracia, entre muchas virtudes, tiene el defecto de ser un abuso de la estadística, como decía el genial reaccionario de Borges—, puesto que aplaudían a la primera, mientras que al segundo lo abucheaban. Compararnos con el
resto del mundo animal es una viejo hábito, una manía que tiene algunos riesgos y no siempre nos favorece e
incluso relativiza nuestros logros. Que se lo digan a Esopo o a La Fontaine.
Abundando en dicha perspectiva, a Robert Mitchum le preguntaron qué pensaba de sí mismo como
estrella de cine, y respondió: “Nada. Sobre todo cuando pienso en que Rin Tin Tin también es una estrella”. Más
allá ha ido la escritora croata Dubravka Ugresevic que en una hipotética, que
no retórica, pregunta sobre qué opinaba sobre sí misma como escritora contestó,
recordando a Mitchum, “Nada. Sobre todo cuando pienso que si Rin Tin Tin siguiera vivo, sus memorias
se convertirían en un best seller”. Alfonso Guerra sigue siendo mordaz e
ingenioso, lo cual consuela y compensa de tanto discurso anodino y previsible
de sus colegas de profesión. Por su
parte, Robert Mitchum era un tío irónico y la aguda Ugresevic además nos
permite percibir la bobería frívola de estos tiempos en los que, por ejemplo,
la vida literaria es más importante que la obra literaria, los cotilleos sobre
cualquiera son más importantes que la obra de ese tal cualquiera y rizando el rizo incluso se puede ser
famoso por el mero hecho de serlo (?), sin más logros, historias ni curriculum. Pero
claro, reclamarles modestia a los ídolos de las mediocres hordas de resentidos es como pedirles discreción a esos mismos
famosos, o, vaya, como pedirle a un perro que escriba sus memorias, por
mucho que salga en las películas, aunque tengo entendido que un perrito de una presidenta de una comunidad autónoma sí que tenía un blog, por algo se empieza. O se lo escribía la siguiente presidenta en un alarde de periodismo interfaunístico, que me estoy liando.
Cuando Kafka escribía sobre los terrores metafísicos causados por la burocracia lo hacía en una época en que la burocracia estaba en pañales comparada con ahora. Cuando la burocracia se adueñó de nuestras vidas, hasta el punto de que un ser humano sin papeles deja de serlo a efectos de sus derechos como ser humano, se convierte en evidente por sí misma, como el aire que respiramos y llega a ser invisible. Por eso, probablemente la única forma de reconocer un fenómeno nuevo es cuando realmente lo es, al comienzo, cuando es novedoso. Yo creo que el mundo se ha vuelto kitsch, pretencioso, cursi y de mal gusto, con las honrosas, pero ay, minoritarias excepciones que se quiera. Y por eso los políticos se aplauden sin rubor a sí mismos y abuchean a los otros, y por eso se aplaude a una cabra —animal sensato donde los haya, pero los que la aplauden no lo saben— y abuchean a un presidente del gobierno igual que abuchean al equipo de fútbol rival, porque no es el suyo, pero la cabra sí.
En docencia el crecimiento burocrático es evidente. Cada vez más los ítems y las consignas percentuales competenciales parecen sustituir al criterio personal del docente.
ResponderEliminarCreo recordar que en un pueblo, no recuerdo dónde, eligieron de alcalde a un perro. Espero que sea ladrador, para que así sea poco mordedor.
ResponderEliminarEn China y en otros países orientales ya había una pesada carga burocrática ya en tiempos clásicos, dando lugar incluso a leyendas como que se necesitar poner un edicto imperial de fe de vida sobre un cadáver, entre otras ceremonias, para otorgarle vida de ultratumba.