viernes, 26 de mayo de 2017

Mary Somerville, pionera de la ciencia global





En el acervo cultural común, la gente sabe quiénes fueron más o menos Einstein, Bohr o Darwin, pero casi nadie conoce, incluso entre los propios científicos, el nombre ilustre en su tiempo de Mary Somerville. Es injusto, pero en cierta forma lógico. Tan popular fue en su tiempo como prontamente olvidada, dado que sus propuestas se vieron rápidamente olvidadas de la misma forma que se olvida la semilla cuando surge la planta adulta. Es el destino de tantos pioneros extraordinarios que hacen bueno el hecho de que llegar antes de tiempo no asegura la posteridad.

Fue una pionera, y así lo reconoció la principal sociedad científica de la época, la Royal Society, que colocó un busto suyo en el vestíbulo de la institución (más tarde un buque con su nombre llevó una réplica como mascarón de proa), pero hasta 1876 no se admitían mujeres ni siquiera en las conferencias y se dio la paradoja de estar en efigie pero no en persona.

Hasta los ocho años, en manos de su madre, no recibió instrucción alguna, no sabía siquiera leer y escribir, pero cuando su padre, marino mercante, regresó a casa tras una larga ausencia puso remedio a eso. La pequeña Mary recibió la típica educación femenina reservada a las mujeres de su época, pero ella por su cuenta pronto dio muestras de un gran talento matemático y aprendió algebra sola. Tras enviudar de su primer marido, su segundo matrimonio con su primo Somerville, que compartía y alentaba sus inquietudes, la vida intelectual de esta mujer extraordinaria despegó rápidamente. Entre las personas con las que podía compartir su interés por las matemáticas se encontraban notables del momento como James Hutton y John Stuart Mill. Mary ganó un premio de una prestigiosa revista de matemáticas de la época (New Series of the Mathematical Repository). Para Mary la precisión de la matemática era una suerte de práctica teológica, consideraba que la creación divina se expresaba por ese lenguaje y representaba las leyes inmutables del universo. Esta fue si primera intuición avanzada a su época. Desde el principio esta mujer comprendió que la inmensa diversidad del mundo físico podía reducirse a unos pocos axiomas fundamentales.

Al mudarse a Londres, la Somerville despegó, vedado su ingreso en la Royal sin embargo se codeaba con sus miembros y al menos veintiséis de sus mejores amigos pertenecían a esta institución. Sir David Brewster, físico y matemático y rector de la universidad de St. Andrews y de Edimburgo la describió como “la más extraordinaria mujer de Europa”.

Pero a la larga, aparte de su comprensión de las matemáticas más abstrusas, participo en experimentos sencillos como la conexión entre el magnetismo y la radiación solar. Era una actividad frecuente entre los aficionados de la época. Un poco antes, Hans Christian Orsted había establecido la conexión entre el magnetismo y la electricidad. Mary publicó una divulgación de estos trabajos con sus propias aportaciones que interesaron nada menos que a Laplace y a Gay Lusac en París y al propio Orted en Copenhague. Entonces le llegó su verdadera oportunidad. Henry Brougman le sugirió que escribiera sobre los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica de Newton y sobre el famoso libro de Laplace sobre el firmamento de Mecanica celeste para el programa de publicaciones de la Sociedad para la Difusión de Conocimiento Útil (SDCU), lo que hoy llamaríamos divulgación científica.

La SDCU publicaba libritos muy asequibles por entregas semanales sobre temas que iban desde la elaboración de la cerveza o el cuidado de las colmenas hasta los insectos, la hidráulica o las antigüedades egipcias. Alcanzaban una circulación de más de 200.000 ejemplares. Los dos primeros libros de Mary eran sin embargo demasiado minuciosos para los lectores de un penique; ella necesitaba hablar de análisis matemático, lo que los haría menos atractivos. Finalmente un editor de Londres aficionado a esos temas se hizo con las obras y así comenzó la carrera de Mary como divulgadora científica. En total escribió cinco libros. Mecanismos de los cielos, La conexión de las ciencias físicas (conocida popularmente como The Connexión), Geografía física, Sobre la ciencia molécular y microscópica y Memorias personales (1874, póstumo y casi simultáneo al segundo libro más famoso de Darwin, Sobre El origen del hombre).

El libro más famoso, el que le dio fama y el más importante, fue el segundo, On the Connexion. Su tema era más perspicaz y avanzado de lo que pueda parecer hoy: los vínculos, las conexiones y la convergencia entre los diversos fenómenos de las ciencias físicas, que en ese momento estaban experimentando cambios sin precedentes. Gracias al número enorme de sus lectores, Conexión se convirtió en una obra clave que pretendía una visión que lo abarcase todo. En realidad retomaba un viejo punto de vista de Aristóteles, el conocido como ‘hechizo jónico’, que especificaba una jerarquía que partía de la nada, atravesaba el mundo inanimado para llegar a los seres vivos y culminar en los humanos. En la Edad Media, la ‘Summa Theologiae’ de Tomás de Aquino había intentado reconciliar esta visión de Aristóteles con el cristianismo. Cuatrocientos años más tarde, Newton llevó más orden a los cielos y a ámbitos de la física como el movimiento y la luz. La Ilustración se aferró a la idea de la unidad de todo el conocimiento, así como a las verdades interconectadas de Descartes, mientras Condorcet era pionero en aplicar las matemáticas a las ciencias sociales y Schelling proponía una ‘unidad cósmica’ y Linneo organizaba en latín la diversidad de los seres vivos.

Pues bien, el enfoque de Somerville era más moderno aún, ya que el término ‘ciencias físicas’ que aparecía en el título apenas comenzaba a utilizarse en ese tiempo, aunque habría que aguardar para encontrar las diferencias entre sustancias y procesos. Somerville sabía que los franceses distinguían la física como algo separado de un lado de las matemáticas y de otro de la química. Las propiedades de la materia, el calor, la luz, la electricidad y el magnetismo comprendían “la physique”.

La conexión del título de la obra se explicaba en su prefacio: “El progreso de la ciencia moderna, especialmente durante los últimos cinco años, es notorio por su tendencia a simplificar las leyes de la naturaleza y a unir ramas separadas mediante principios generales. En algunos casos, se ha hallado una identidad donde se creía que no había nada en común, como en el caso de la electricidad y el magnetismo o de la luz y el calor…”

Era una época en que se veía la cultura como un todo y la especialización como una amenaza a aquella unidad (siglos antes que nuestro filósofo Ortega y Gasset denunciara la barbarie de la especialización). Esa forma de avance de la ciencia incrementando la generalización había surgido en Alemania, pero ya entonces cada victoriano de aquellos primeros tiempos veía su trabajo como parte de una ‘totalidad intelectual’.

Para designar a estos intelectuales resultaba insatisfactorio el término de filósofo, incluso de filósofo natural, pretencioso el de ‘savants’ y hasta el de físico, reservado por tradición a los médicos. Se acuña entonces por primera vez el de ‘scientist’ (por William Whewell, historiador de la ciencia y master del Trinity Colege de Cambridge). A Whewell se le daban bien los neologismos y también acuñó el de phisicist y le sugirió a Faraday los de ion, ánodo y cátodo. En cualquier caso había que centrarse en las semejanzas entre las ciencias en lugar de entre sus diferencias. Whewell fue también el primero en utilizar una palabra hoy de moda que algunos consideran reciente: consiliencia, con el significado de “saltar juntos”, los conocimientos, mediante la conexión de hechos y teorías de distintas disciplinas a fin de lograr un marco común de explicación.

Tristemente, para cuando apareció la última edición de Connexion, en 1877, cinco años después de que Mary Somerville falleciera, su obra estaba ya anticuada.


2 comentarios:

  1. Pues habrá que echar un ojo y ver si hay obras dedicadas a la figura de esta señora.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No me consta que haya nada en castellano, quizás alguna alusión en obras generales de historia de la ciencia y el pensamiento, pero en inglés hay bastantes cosas, biografías e incluso reediciones de sus principales obras anotadas.

      Eliminar

Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía