lunes, 8 de octubre de 2018

La manada y los libros






Contemplo a los jóvenes de esa edad y todos me parecen perfectamente asimilables a los  de La Manada, desde el corte de pelo a la manera de andar y de hablar. Ya sé que ser gritón, grosero y tener mal gusto no es lo mismo que ser un violador, pero se visten igual, se peinan igual, se divierten casi igual y hacen los mismos gestos y dan los mismos alaridos. ¿Cómo explicarles que leer es el pasatiempo más bello de la humanidad, o sea, los analfabetos, especialmente los funcionales, los que no practican, están condenados a la extrema fealdad compartida de lo zafio, ruidoso y tosco; la vida como un idiota en un parque de atracciones? Probablemente contemplar un Tintoretto, una puesta de sol o el rostro de una hermosa son igual o más bellos, pero no son sostenibles en el tiempo; leer sí. Yo lo llevo atestiguando toda mi vida y miles de páginas de devoradas en una larga convalecencia con pocas compensaciones, leer una de las pocas.

Así pues, mi relación con los libros, especialmente con los míos, no es fetichismo coleccionista, de bibliófilo absorto, aunque adoro el libro como objeto. Lo que más me gusta de ellos es poder leerlos, pero los libros son algo tan bueno que muchas veces no hace falta ni leerlos; basta con contemplar una pared cubierta de ellos. Son los verdaderos lares, dioses domésticos protectores del hogar. Una casa sin libros es inhabitable por cualquier ser humano cabal. Y como dice el librero Abelardo Linares, los libros son un veneno maravilloso que actúa a la inversa que los otros venenos, cuanto mayor es la dosis más benéficos resultan; en cambio, en pequeñas dosis, un solo libro, la Biblia, el Corán, Paolo Coelho, más tóxicos resultan. La a ratos, pero como proveedora de consejos para la vida es un tremendo peligro. El Corán es aún peor, porque solo son consejos, como los panfletos de Coelho o de Bucay, autoayuda secular. No colecciono primeras ediciones, en cambio, subrayo los libros y los presto, luego no soy bibliófilo, pero rebusco en las librerías de viejo y ese es un placer imposible de explicar a quien no lo comparta. Los libros siempre han devorado mis hogares sucesivos y han convertido mis mudanzas en operaciones logísticas dignas de una retirada napoleónica; soy, por tanto un bibliómano, un biblioloco. En mi cuarto de baño las cremas de afeitar han tenido que hacer sitio a Virgilio, Cicerón, Jenofonte, Tucídides, Séneca, Marco Aurelio, porque se adaptan bien al rato y al fragmento.

De vez en cuando, en una esquina cualquiera, en los escalones de una iglesia me he tropezado con cajas de libros abandonadas. Normalmente con libros de bolsillo, malas ediciones de títulos conocidos, como los recomendados en los bachilleratos, pero a veces me he tropezado con verdaderos descubrimientos. Tengo pensado un cuento en el que toda una familia se convierte en ávida lectora porque le han expropiado el televisor por deudas y se han tropezado con una de esas cajas.

5 comentarios:

  1. Lansky,
    Ya habias prometido el cuento en Agosto. Pero, de hecho, ya está escrito en tu mente. Pasalo al papel.
    Viste que el lector siempre es ausente, se ha ido dejando algunos restos: el cuerpo echado, un poco de humo cuando fumaba, los zapatos al lado del sofá.
    ¿Cómo te las arreglas con tu can?

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  2. Lo siento mucho. Jara, tu amada perrita murió el pasado Enero. Pero tú no. Háblanos.

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  3. Una muy buena alternativa a la compra de libros, el préstamo de las bibliotecas públicas, préstamos que, en la comunidad de Madrid al menos, es por 30 días.

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  4. Da igual lo que tardes. Yo te espero.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía