"Yo nunca me hago selfies porque siempre salgo movido" (FPS, más conocido aquí como Lansky)
No hace falta, aunque es conveniente, leer El
príncipe de Maquiavelo. Basta con considerar la ley de la Gravedad Social (LGS)
que señala que para alcanzar los logros de la mayoría de las ambiciones de
muchas actividades muy competitivas, como especialmente la política
profesional, basta acatar una serie de movimientos que consisten en dar
patadas hacia abajo, lamer culos hacia arriba y codazos a los lados. Así se
forja una carrera política. Hay que ser obediente con el que te coloca en las
listas; eso que se llama ‘aparato’ del partido. “El que se mueve no sale en la foto” soltó un insigne aparatischi
que se decía progresista y socialista. Ser obediente al que te sitúa en
disposición de ser elegido casi nunca es compatible, en el quehacer diario de
nuestro no tan hipotético político, con ser leal a los que finalmente te
eligen, tus votantes, entre el limitado repertorio que se te ofrece.
Así, que sin obligación ni siquiera de ser
corruptos ni mendaces, los políticos de carrera se ven obligados por las
propias y casi inexorables leyes de la política a ser desleales con los que les
eligen para ser cautamente obedientes con los que les colocan en la disposición
de serlo. Evidentemente, si se reformaran las leyes y normas electorales de las
democracias parlamentarias, eso se podría paliar en parte: con listas abiertas,
curricula abiertos (así sabríamos que el líder de VOX, Abascal lleva toda su
vida adulta viviendo de instituciones oficiales e incluso autonómicas a las que
tanto denosta ahora) y patrimonios a la vista. Pero sólo en parte, la LGS
siempre seguirá actuando entre los depredadores ambiciosos, sean estos
financieros, empresarios o políticos, los que aspiran a mandar; los poderes
fácticos vaya.
Si uno se pasara de rosca en su afán de corregir
drásticamente la injusticia del mundo —y hay muchos casos en la Historia, desde
el nazismo a los diversos fascismos y los comunismos autoritarios o de Estado—,
lo único que conseguiría es crear más problemas en ese delicado balance entre
justicia y libertad. El infierno está empedrado con buenas intenciones y, sin
ir tan lejos, el siglo XX en Europa de horribles experimentos sociales, o sea,
de ‘infiernos’ aquí en la Tierra. Pero nada nos impide soñar con utopías
consoladoras a la vista de tanta distopía realmente existente. Así, a mi edad,
a pesar de ser bastante sensible a las injusticias, no soy un revolucionario,
sino un rebelde y un ansioso y espero que profundo reformista. Inconformista siempre. Oveja negra. Cáscara amarga.
Soñemos. Imaginemos por ejemplo que la conclusión
más lógica y por supuesto más honesta de cualquier carrera militar es la
deserción, por el convencimiento absolutamente pacifista alcanzado
precisamente en el frente, de que nunca existen motivos éticos para matar a
otra gente. Ha habido casos, honrosos desertores, pero no suelen abundar entre
militares de alto rango, de coroneles para arriba, porque todos acaban fusilados
por los suyos.
Y podemos soñar, efectivamente, que un político
abandone su escaño, o su sinecura, su ministerio, su poltrona, abandone su
despacho, se baje del coche oficial y sin ser desalojado por ningún rival
político, se vuelva contra la mano que le da de comer y le pone piso, esto es,
contra su aparato. Pero eso es más raro que el hipotético coronel pacifista que
deserta para no matar, porque en todas las mafias, en sentido amplio, el que se
mueve no sale en la foto.
La imaginación, y la verdad aunque duela y especialmente si duele, mueve montañas o por lo menos (por lo más) crea grandes obras
de arte. Así la novela de Humphrey Cobb (1935). Allí se cuenta el ataque suicida del ejército
francés contra las posiciones alemanas en la colina de las hormigas (Ant Hill),
un punto estratégico (o no tanto) de vital importancia (no, no tanto) para el
desarrollo de la Primera Guerra Mundial, la llamada Gran Guerra (porque aún no
se había producido otra aún mayor), se convierte en un fracaso estrepitoso. Para
escarmentar a las renuentes tropas con un castigo ejemplar, el general a
la vez responsable del ataque y de su estrepitoso fracaso, como suele suceder, convoca
un consejo de guerra: tres soldados elegidos al azar por sus superiores son
acusados falsamente de cobardía ante el enemigo y se enfrentan a la pena de
muerte por fusilamiento. Se ejecuta a hombres inocentes para reforzar la
resolución de los otros de luchar. Hay que dar ejemplo y hacerse la foto de
grupo sin que nadie salga movido. Senderos de gloria (Paths of Glory), dirigida
por un inspirado Stanley Kubrick en 1957 y protagonizada por un sobrio y genial
Kirk Douglas (¡qué sigue vivo, bendito sea!) como el coronel que se opone a su superior, cuenta precisamente la
improbable pero real historia de un coronel que no quería convertir en carne de
cañón a la tropa bajo su mando. Senderos de Gloria está basada en la
historia verdadera de cuatro soldados franceses.
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Pero ningún sufrimiento le espera a quien abandona la justicia y la verdad. En cambio, el sistema de partidos comporta las penalizaciones más dolorosas por insubordinación. Penalizaciones que alcanzan a casi todo —la carrera, los sentimientos, la amistad, la reputación, la parte exterior del honor, incluso a veces la vida familiar—. El partido comunista ha llevado el sistema hasta la perfección.” Simone Weil, Notas para la supresión general de los partidos políticos, diciembre de 1942- abril de 1943 (edición de Éditions Gallimard de 1957: Ecrits de Londres et demiéres lettres)
Simone
abogaba por la supresión de los partidos, pero muerta prematuramente no llegó a
ver lo lamentable que era la alternativa de un comunista partido único. Parece
que en efecto la democracia parlamentaria es el menos malo de los sistemas
políticos. Lo que no quita, añado yo, para que sea bastante malo demasiado a
menudo.
El español Manuel Azaña, el sudafricano Nelson Mandela, el austriaco Bruno Kreisky, el sueco Olof Palme, el alemán Billy Brandt, el estadounidense Franklin Delano Roosevelt, el checo Václav Havel, bajo circunstancias diferentes pero en cierto modo similares, y en contextos y épocas distintas, fueron excepciones que no acataron las leyes de la que yo llamo Ley de la Gravedad Social y volaron alto pagando precios igual de altos. La lista de los que si funcionan a favor de esa gravedad es demasiado larga para colocarla aquí.
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Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Yo también creo en el valor del traidor en los ejércitos.
ResponderEliminarA desertar, a desertar...
ResponderEliminarHasta enterarnos en el mar...
Lansky
Cierto pero el problema está que la huida tampoco resuelve nada. Reitero que el única arma que nos queda, bueno, a parte de la palabra, es el poder deshacer cada 4 años el quiste. Pero pocos lo asumen por miedo a…
ResponderEliminarj.r.c. zarzo
Desertar no es huir. No lo has entendido. Es no acatar suicidios coletivos
EliminarSI, es cierto, pues tu mismo apuntas a medidas correctoras mediante la mejora de los sistemas de representación / elección. De todas formas el problema no es solo, y yo diría casi nada, un problema de política. Desgraciadamente la mayoría de los políticos son tontos útiles, sumidos en su ego, en manos de intereses externos básicamente económicos, y no hablo de la economía de mercado ni siquiera de la macroeconomía, sino de la economía de unos pocos que tienen la capacidad de hacer hundir la bolsa o subir la famosa prima sin que la mayoría tengamos nada que ver ni decir al cuento.
ResponderEliminarEn fin, siento no ser especialista en blogs, me limito a veces a soltar coces en el desierto, pero me alegra compartir ideas e ilusiones.
j.r.c.zarzo
Claro que es un problema político, el hombre es un animal político, como bien señalaba Aristóteles; otra cosa es si es resooluble desde la política habitual que practican los políticos habituales
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