miércoles, 12 de enero de 2022

Filosofía para covidcontagiosos

 

Según recogen informes dignos de crédito, como Panorama de la edición española, el año pasado se editaron casi cien mil títulos. Algo desmesurado en relación con el número de lectores de esos u otros libros en España. Pero aún así no es de extrañar que en cualquier momento alguien escriba un libro de autoayuda por llamarlo algo para afrontar la pandemia de Covid. Algo así como filosofía para infectados o similar. Yo podría hacerlo, no tendría más que tirar de un buen manual de historia de la filosofía y empezar a expurgar citas que pudieran venir al caso. No debemos olvidar que la filosofía entre los clásicos venía a ser una suerte de auxiliar de la teología, como la geografía de la Historia, antes de que una y otra se independizaran con todo el derecho. De forma, que la filosofía se entendía como los saberes para vivir, en tanto que las elucubraciones sobre el mundo, la protociencia, se denominaba filosofía natural. Naturalmente.

El primer despiste grave es considerar al ser humano como animal racional. Lo es, lo somos, claro, pero a ratos, sólo a ratos. La extensión y duración de esos ratos depende de múltiples factores, la mayoría ambientales y epigenéticos. En cuanto a los innatos o genéticos son dudosos. Por ejemplo, el alemán está considerado casi un epítome de racionalidad, supongo que por la cantidad de filósofos profesionales que ha producido. Sin embargo, su historia reciente, sin salirnos del siglo pasado, contradice palmariamente tal presunción.

En realidad, el ser humano es un animal emocional que a ratos es también racional, lógico o cómo se quiera decir, pero nunca la inversa: un animal racional con emociones; de ahí tantos equívocos sobre nuestras motivaciones. Sin ir más lejos en el tiempo no sólo así se entienden fenómenos como las airadas polémicas en las redes sociales, el éxito de Trump, el Brexit en Reino Unido (y el aspecto entre pollito mojado y matón de patio de colegio de Boris Johnson) o el auge de partidos de ultraderecha entre las clases trabajadoras, sino incluso la pervivencia de las religiones, el culto a las patrias, las xenofobias o el amor romántico. Necesitamos nuestra pequeña (esperemos) o gran cuota de irracionalismos, fake news, fabulas, relatos míticos y teorías conspiranoicas. En el fondo es más irracional creer en el parto de una virgen y la resurrección de los muertos que en la Tierra plana. 

Pero no quiero alejarme más del tema con esta digresión. Como decía, yo podría escribir este libro de filosofía en la pandemia, una suerte de versión más erudita del género de autoayuda. Mi pereza y cierta vergüenza torera para no añadir otro libro perfectamente prescindible como la inmensa mayoría (pero si sólo hay un uno por ciento necesarios, eso hacen mil, ¡mil libros indispensables cada año y año tras año! Imposible abarcarlos, ay) me impiden hacerlo. A cambio os ofrezco este modesto post en este aún más modesto blog de este modesto plumífero, etcétera, etcétera.

Como señala uno de mis filósofos actuales favorito, la felicidad no es una meta del ser humano. No es un proyecto. Si lo fuera eso supondría aplazarlo al futuro, contradiciendo el sabio Carpe Diem de los clásicos y de la juventud desenfrenada. Estar a gusto, no sufrir es un propósito más sensato y asequible. Si entendemos la filosofía como un remedio (como el psicoanálisis) ya la estamos pervirtiendo. Y como decía Ambrose Bierce en su magnífico Diccionario del diablo, confundiendo causas y efectos. Porque la filosofía así entendida es un síntoma del trastorno que pretende ayudar a curar, una terapia, un pilates del alma. Con o sin pandemias el ser humano está muy predispuesto a sufrir, como bien saben todos los fundadores y organizadores de religiones. Cualquier animal menos nosotros es probablemente feliz, porque no sabe que va a morir (hasta que se está muriendo, entonces, brevemente, sí lo sabe, pero el resto de su vida no). Nosotros sabemos eso y ahí se jodió el asunto.

Venga, tiremos de manual de filosofía que lo prometido es deuda (refrán harto optimista que evidentemente ignora cualquier político en campaña electoral). Epicuro, claro. Pobre tipo sistemáticamente mal entendido además de ocultado, censurado y destruido en sus obras. El malentendido es que epicúreo se ha convertido en sinónimo de hedonista, cuando los discípulos de este santo varón lo que propugnaban era eliminar todos los gozos menos los indispensables, es decir, lo que es posible y fácil satisfacer. Por ejemplo, una dieta de pan, queso y aceitunas (Ah, pero qué pan, qué queso, qué aceitunas y en entorno de un vergel, el famoso jardín, con agradable compañía). Traté hace años a un naturalista de mucho éxito que se reivindicaba epicúreo. Y un cuerno. Puro y duro hedonismo.

Ahora debería seguir con los estoicos, desde Seneca a Marco Aurelio, sin olvidar  en el otro extremo del mundo a ese otro Epicuro aún más drástico y contemporáneo de Sócrates que fue Buda. Luego seguiría con los medievales, porque Agustín de Hipona y Tomás de Aquino dan mucho juego, como Thomas Moro y... pero ¿sabéis qué?... ya me vence la pereza, siento como si este post ya estuviera concluido y hasta el hipotético libro. Así que aquí lo dejo. Además quiero hacerme la prueba de antígenos. Una manía que he adquirido hace poco.

 

 

6 comentarios:

  1. La frase sobre la muerte me ha alcanzado como un flechazo.

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    1. Hasta cierta edad los niños no conciben la muerte, son animalitos a estos efectos

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  2. Todo en orden, salvo la manía de los antígenos.

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    1. No te preocupes, es licencia literaria, la verdad de las mentiras que decía Vargas Llosa

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  3. Cuando alguna vez te he hablado de que guardaría con gusto un recopilatorio en papel de tus pequeños textos, cuando alguna vez te he dicho que esa forma que tienes de indagar sobre un tema en círculos me recuerda un poco a Montaigne, no hablaba por supuesto de que ambas cosas (la edición en papel, la evocación de un gran escritor) te hicieran ni mucho menos indispensable. Alguna vez he leído que la literatura ya no es indispensable para nadie más que para el que escribe. Probablemente todo lo indispensable en el mundo de la cultura, tradicional, tal y como la entendemos, ya ha sido hecho. Pero tampoco tienes por qué decantarte por ese modesto desdén electrónico.

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    1. No es desdén, cómo va serlo si soy un desesperado amante de los libros. Es pereza. Además la mayoría de los editores que conocía y me editaron lustros ha ya no están, jubilados o muertos...Pradera en Alianza, Lucia en Debate...

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía