People say that life’s the thing, but I prefer Reading (Dicen que lo mejor es la vida, pero yo prefiero la lectura). LOGAN PEARSALL SMITH
Para entender el mundo, y para entendernos a nosotros nos
contamos historias. Para contar historias no basta con la traducción de la
experiencia al lenguaje; éste nos resulta siempre insuficiente, imperfecto y
hasta ambiguo. La lengua recurre por ello a las metáforas, que son en última
instancia una confesión de esa incapacidad para comunicar directamente. A
través de las metáforas, las experiencias en un campo iluminan las de otro. En
su Retórica Aristóteles señala que el poder de una metáfora reside en el
reconocimiento que evoca en el público, con un significado compartido
particular. Y así, en las sociedades letradas surge una primera metáfora, la
del mundo como un libro abierto que hay que leer. El problema es que hay muchas
formas de leer ese libro primero: la ficción, las matemáticas, la cartografía,
la biología, la física, la poesía, la teología…, pero la suposición básica es
la misma: que el universo es un sistema complejo pero coherente de signos
gobernado por leyes. Estos signos tienen un significado, aunque a veces estén
fuera de nuestro alcance o entendimiento, y así leemos, o lo intentamos, el libro
del mundo.
Siguiendo con esa cadena de metáforas, al mundo como libro le sigue la vida como viaje (un tema recurrente en pintura, véase El Bosco); el lector sería así un viajero que avanza por las páginas del libro. El problema surge cuando el viajero no se relaciona con los habitantes ni los paisajes que recorre (como el turista de masas actual), sino que va de santuario en santuario (o de parque temático en parque temático) y en consecuencia la actividad de la lectura queda restringida a un espacio confinado donde el viajero se aparta del mundo en vez de vivir en él. Es la rata de biblioteca, en despectiva metafórica expresión española. O bien, la más aristocrática metáfora bíblica de la torre aislada, a ser posible de marfil, de tantos sabios, con las connotaciones negativas de inacción y desinterés por las cuestiones sociales. Una última metáfora a añadir al lector aislado en la torre y al lector viajero en contacto con el mundo es la del lector oruga que se alimenta de páginas de los libros (hay organismos reales que lo hacen y son la pesadilla de los bibliotecarios), que devoran libros, páginas y tintas, se hinchan de ellos: una criatura larvaria para quien los libros sólo son forraje.. El lector como un migrador mundial (¿un albatros?), un ratón (o una rata), una oruga (que a menudo no se metamorfosea en mariposa nunca).
Los lectores de palabra impresa oímos en estos tiempos que estamos obsoletos, que debemos conocer las nuevas tecnologías o el abandono de la manada que avanza vertiginosa. Por eso, entre otras cosas, me gustan los blogs, nacidos de la nueva era informática pero mantenedores del texto y las palabras, y por eso, entre otras cosas, no me interesan esos escuetos y ruidosos recintos de la inmediatez y la simplificación que son para mí las redes sociales.
En Flaubert nos encontramos los tres tipos metafóricos de lectores. El lector como viajero que re-conoce el mundo; el lector alienado en su torre de marfil; finalmente, el lector como larva de los libros e inventor del mundo. O sea, el libro del mundo, el viaje como texto, el camino de la vida y hasta el viajar por la red, pero también, la torre de la melancolía, el príncipe estudioso (oh, Montaigne) y la torre de vigilancia, y después, las criaturas hechas de libros (todos en el fondo) y los lectores embrujados, glotones larvarios (que me encuentro todos los días en el metro). Yo soy los tres, una quimérica criatura que navega sobre los océanos de mi ignorancia, el albatros de la buena suerte de los marineros; un roedor aislado en mi modesta pero confortable torre de pladur y una oruga que devora letra impresa porque me gusta aunque no engorde ni me transforme.
Siguiendo con esa cadena de metáforas, al mundo como libro le sigue la vida como viaje (un tema recurrente en pintura, véase El Bosco); el lector sería así un viajero que avanza por las páginas del libro. El problema surge cuando el viajero no se relaciona con los habitantes ni los paisajes que recorre (como el turista de masas actual), sino que va de santuario en santuario (o de parque temático en parque temático) y en consecuencia la actividad de la lectura queda restringida a un espacio confinado donde el viajero se aparta del mundo en vez de vivir en él. Es la rata de biblioteca, en despectiva metafórica expresión española. O bien, la más aristocrática metáfora bíblica de la torre aislada, a ser posible de marfil, de tantos sabios, con las connotaciones negativas de inacción y desinterés por las cuestiones sociales. Una última metáfora a añadir al lector aislado en la torre y al lector viajero en contacto con el mundo es la del lector oruga que se alimenta de páginas de los libros (hay organismos reales que lo hacen y son la pesadilla de los bibliotecarios), que devoran libros, páginas y tintas, se hinchan de ellos: una criatura larvaria para quien los libros sólo son forraje.. El lector como un migrador mundial (¿un albatros?), un ratón (o una rata), una oruga (que a menudo no se metamorfosea en mariposa nunca).
Los lectores de palabra impresa oímos en estos tiempos que estamos obsoletos, que debemos conocer las nuevas tecnologías o el abandono de la manada que avanza vertiginosa. Por eso, entre otras cosas, me gustan los blogs, nacidos de la nueva era informática pero mantenedores del texto y las palabras, y por eso, entre otras cosas, no me interesan esos escuetos y ruidosos recintos de la inmediatez y la simplificación que son para mí las redes sociales.
En Flaubert nos encontramos los tres tipos metafóricos de lectores. El lector como viajero que re-conoce el mundo; el lector alienado en su torre de marfil; finalmente, el lector como larva de los libros e inventor del mundo. O sea, el libro del mundo, el viaje como texto, el camino de la vida y hasta el viajar por la red, pero también, la torre de la melancolía, el príncipe estudioso (oh, Montaigne) y la torre de vigilancia, y después, las criaturas hechas de libros (todos en el fondo) y los lectores embrujados, glotones larvarios (que me encuentro todos los días en el metro). Yo soy los tres, una quimérica criatura que navega sobre los océanos de mi ignorancia, el albatros de la buena suerte de los marineros; un roedor aislado en mi modesta pero confortable torre de pladur y una oruga que devora letra impresa porque me gusta aunque no engorde ni me transforme.
Diría que la mayoría de los lectores no cae de manera pura en ninguno de los tipos que propones, quizás sea menos habitual el del viajero...
ResponderEliminarS; Mengano es un 70% de V + 23% de R + 7% de No Lector.
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