Es obvio que para conservar especies hay que preservar
espacios, pero tengo observado el comportamiento renuente de algunas de
aquellas más emblemáticas; como ese ejemplar de águila imperial ibérica que
insiste en sobrevolar mi pueblín y sobre el anillo de olivares viejos que lo
rodean, que rehúye sospechosa —¿exquisitamente?— Cabañeros y otros espacios
naturales protegidos próximos. Eso incrementa mi convicción de que el modelo de
Parque Nacional tipo Yellowstone trasplantado sin más a esta vieja y usada
Europa es disfuncional. Atrae masas de visitantes que incrementan la dificultad
de la protección. Al igual que la”sensibilidad” ecologista por lo común
antepone esta al conocimiento en lugar de deducirla de este, colocando el carro
delante de los bueyes, convirtiéndola en sensiblera moda. El caso práctico es
que veo más y más fácilmente águilas imperiales desde la terraza del bar de
Hilario que los sensibilizados practicantes de turismo ecológico que visitan los
parques nacionales cercanos, dejándome a mí, a mis vecinos y a las águilas bien
tranquilos. Quizas la función de un escaparate (los P.N lo son) es que los visitantes que sólo miran no entren en la tienda...
La guardería de los parques nacionales y los cotos de caza se
solía escoger entre los antiguos furtivos y demás infractores que se conocen de
antemano todas las triquiñuelas de cocineros aunque ahora sean frailes. Menos
conspicuo es el que los guardianes de las esencias puras nacionales se recluten
entre antiguos inmigrantes y sus hijos y descendientes; charnegos, maquetos y
otros haciéndose perdonar sus apellidos espurios agitando las nuevas/viejas
banderas.
En el pueblo no tengo internet ni me traigo el ordenador, así
que escribo a mano en una libreta A4 de papel pautado con el monograma de la universidad
de Cambridge. Es una actividad retro, para muchos desfasada, como la de un sombrerero,
o, aún más, como la de un fabricante de látigos para conductores de coches de caballos.
Hablo con algunos campesinos, con los que escriben a mano;
sobre todos les escucho, me aprovecho de la curiosidad que ellos también
sienten hacia mí y que es una buena condición para el diálogo (¿Sienten los
catalanes independentistas curiosidad hacia los españoles que no lo son, o sólo
animosidad? Y viceversa). Todos ellos me confirman que saben lo que hacen, pero
que sólo hacen lo que saben (no modifican ni mejoran eso). No todo es
subsistencia; hay dinero en el campo sin necesidad de aplicar la brutal plusvalía
sin vuelta atrás de urbanizarlo; en los kiwis, en los aguacates, en las
derivadas industriales trasformadoras, como el pimentón y las conservas de
calidad, en el oro rojo del azafrán. Aunque se acabó prácticamente el tabaco,
el algodón, el apresuradamente suprimido garbanzo en sus variedades locales. Suprimir
las tareas del campo, que son las que lo mantienen bello aunque eso no lo
adviertan muchos visitantes, es como dejar de andar porque se inventó el automóvil
(y dejar que se atrofien las piernas). Estas son mis opiniones, las de un
hombre del siglo XX aún en el hipotético caso de que mi longevidad me permitiera
vivir más en el XXI.
En el patio emparrado pululan gorriones, hoy extintos en
muchas ciudades europeas y escasos en el vecino Madrid; estorninos, que aquí
llaman tordos, y colirrojos tizones, encaprichados (aquerenciados) con la
leñera. Bajan a beber agua de los cacharros de Jara, que he multiplicado, a comer las
semillas que les cuelgo y los racimos de uvas sin vendimiar. A por los tordos,
que los cazadores locales ignoran, llegan cada otoño, puntuales migrantes,
bulliciosos cazadores toscanos. Se los guisan en el pueblo de al lado con arroz
y tomates de araña; están riquísimos, repletos de aceitunas, muy grasos. También
hay lagartijas (Podarcis hispanica),
pero cada vez más escasas, salamanquesas (Tarentola
mauritanica), avispas, las molestas moscas, que zumban en ‘fa’, cada vez
menos grillos y saltamontes, alguna chicharra. Faunia canicularis.
Los primeros habitantes de mi casa eran pastores de ovejas y
cabras, de ahí el pajar y los preciosos comederos y bebederos de granito que he
heredado. También dejaron unos canteros para plantar árboles y flores. En secuencia
longitudinal hay un acebuche, una parra de uva blanca palomino, otras cinco de
garnacha tinta, albahaca, hierba luisa, laurel, jazmín, un limonero y un
granado. Ahora sólo está florecidas las vincas, rojas y rosas, y ya se marchitaron las vinagreras (Oxalis, algunos las confunden con
tréboles). El emparrado es la inversa de un invernadero que retiene los infrarrojos
y detiene los ultravioletas y por eso calienta, este emparrado detiene los
ultravioletas (da sombra), y aligera el calor del infrarrojo, porque funciona
como un frigorífico o un gigantesco botijo al evapotranspirar agua por sus anchas hojas, ya que cada
gramo de agua evaporada disipa una caloría del ambiente. Además es ‘inteligente’, "sabiendo"
cuando perder las hojas en invierno para dejar pasar la luz solar que entonces
sí se agradece.
Mi madre cierra la novela policiaca marcando la lectura con el
dedo y dice “qué alegres están los pájaros”. No quiere simplemente decir que
estén bulliciosos, armando escándalo, sino exactamente eso: alegres. Me recuerda
el diálogo entre un maestro zen que le comenta a su discípulo desde un puente
lo alegres que están los peces. Cuando el discípulo le pregunta cómo sabe eso,
el maestro responde que porque él se alegra al contemplarlos. Como mi madre.
Ya es otoño, pero una pequeña mariposa azul y marrón (un
licénido) revolotea en la fresca mañana. Ha nacido demasiado tarde o demasiado
pronto, como cualquier hombre en cualquier tiempo. El compás profundo de la
naturaleza lo dan los vegetales, y los animales bullimos, viviendo en ese
tiempo largo a base de momentos, como en una jam sesión.
Me regalan cangrejos de río y un conejo de monte (de
descaste, no de furtiveo). Lamentablemente son cangrejos rojos americanos (Procambarus), la especie exótica que ha
desplazado a nuestro autóctono (Austrapotamobius). Hago
un caldo con los cangrejos y lo reservo para hacer el arroz. Le añado romero
pero renuncio a la albahaca, demasiado potente. El sofrito con ajos y los
tomatitos de araña y pimientos, ahí va el conejo que exige más cocción porque es más duro, y más sabroso, que los
domésticos de pollería. El arroz sale muy rico.
Te ha quedado precioso, buen apunte sobre tu ya conocida y correcta opinión sobre la protección ambiental.
ResponderEliminarMe ha gustado y hecho pensar tu anotación sobre la frase de tu madre. Sabe que los pájaros están alegres porque sealegra al verlos. Es la alegría la que llega de los pájaros a tu madre. Ha de ser verdad, sin duda.
ResponderEliminarSí, muy taoísta mi vieja
EliminarQué exquisito el arroz, Lansky.
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