“Que nos importa a las mujeres el derecho al voto, pensé: deberíamos ir armadas”Edna O’Brien: Mujeres felizmente casadas
Contra la estupidez, los propios dioses luchan en
vano. Repetid conmigo: contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano.
(Johann Christoph Friedrich Schiller). No lo politicemos todo, hasta las
matemáticas y la teoría de números. Mucho mejor la simpleza de decidir no
meternos en eso ni tampoco en lo otro. Mucho mejor es que los defraudadores ricos decidan el sistema de impuestos en cada país, anticipándose hábil y
resignadamente a aquello de que el que hace la ley (y el reglamento) hace la
trampa. Mejor dejar que los militares elaboren el presupuesto de defensa, pero
los necesitados no sean consultados en los presupuestos de asistencia social, porque
suelen ser insaciables, como los pensionistas. Mejor que los padres de los
niños asesinados decidan sobre la cadena perpetua o, por qué no, sobre la pena
de muerte. Y mejor ir a recabar votos entre esas repulsivas masas linchadoras
que se congregan a las puertas de las comisarías y los juzgados, porque tienen
la enorme ventaja de ser unánimes y nada indecisas, sino propensas al paredón
(¿de dónde salen? porque esas furibundas malas bestias sí que son los
verdaderos indignados y no los tiernos perroflautas de las plazas de hace
pocos años).
Hace más daño un tonto que un malvado, porque el malvado, si es listo, hace daño cuando le conviene o le apetece, pero el tonto cada vez que abre la boca o se apunta o intenta algo. Y desde ya os digo que es de tontos, que terminan siendo malvados, meterse en ciertos asuntos. No se debe permitir dividir la longitud del perímetro de una circunferencia, valga la redundancia para intentar ser precisos, por el diámetro de esa misma circunferencia, porque el número resultante, y da igual qué circunferencia elijamos, grande o pequeña es siempre algo mayor de tres, pero seguido de un número increíble de decimales que, con los modernos algoritmos, cálculos infinitesimales, hexágonos inscritos y circunscritos, etcétera, ya va por los diez millones y sigue, hasta el punto de que ha habido que darle un nombre pi. De pi ni siquiera sabemos si es un número normal en base diez, es decir, si contiene en su aparentemente inacabable desarrollo decimal cualquier sucesión finita de dígitos. De momento los estudios estadísticos del mismo en sus millones de cifras con ayuda de ordenadores sigue, nunca mejor dicho, sin dar abasto.
Análogamente, no se debe permitir abordar los problemas complejos bajo la sencillez de la política. Eso es tan feo como permitir dividir la circunferencia por su diámetro; es decir, buscando un método simple de relacionar las cosas, por ejemplo, la condición de género, de ser mujer, con la desigualdad lo que se consigue es politizar la política (o dividir la circunferencia por su diámetro). "No nos metamos en eso", como bien dice y hasta repite ante cualquier asunto espinoso si no se lo ha estudiado antes, nuestro campechano, parsimonioso e inefable aunque no infalible presidente Mariano Rajoy o, con otras palabras, el anterior dictador, Francisco Franco: "haga como yo y no se meta en política". Es la mejor manera de ser de derechas de toda la vida: proclamarse apolítico y negarse a politizar cualquier asunto, sobre todo si es de naturaleza política.
Pero me consta que hay adoradores de la sencilla complejidad, que lo de pi les entusiasma. Algunos hasta lo ven como una metáfora, o al menos una analogía, del poder secuencial, progresivamente ajustado, de los matices a la hora de abordar con sencillez lo complejo.
La navaja de Ockham —en realidad su nombre oficioso, porque el oficial es el Principio de Parsimonia: lex parsimoniae— dicta que en condiciones similares, la explicación más sencilla suele ser la más probable. Eso nos lleva a otra navaja: ante un hecho de resultados nocivos en el que dudamos si está causado por la maldad o por la ignorancia, lo más probable es que sea debido a la ignorancia. En política, eso se confirma todos los días. En realidad no hay tal antagonismo si pensamos que en cierto modo, en gran medida, la ignorancia, inadvertida o decidida, es maldad. Antes que nada, debemos comprender que el mal (en cualquier aspecto/forma) es más que la ausencia del bien y que la ignorancia (deliberada o inadvertida) es más que solo un conocimiento incompleto (deliberado o inadvertido). Por lo tanto, todos somos malvados en la medida de nuestra ignorancia...
El principio de Hanlon es un adagio que dice: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez». También se conoce como navaja de Hanlon.
Me parece obvio: se empieza prohibiendo el trabajo infantil en las minas y fábricas o dando el derecho al voto (u otros peores, como el de ser dueñas de sus vidas) a las mujeres y se acaba dividiendo lo que no hay que dividir. No nos metamos en eso, y teniendo entre las manos un número pi con el que francamente no sabemos ya que hacer, si poner más humanos en los confines del sistema solar o seguir sacando decimales. Definitivamente hay dos tipos de políticos independientemente de su adscripción ideológica de izquierdas, derechas, arriba, abajo o al centro: los que resuelven los problemas y los que los crean. No hay mayor estupidez que negar a la política la capacidad de resolver problemas ni mayor maldad que dedicarse a crearlos desde esa misma política.
Hace más daño un tonto que un malvado, porque el malvado, si es listo, hace daño cuando le conviene o le apetece, pero el tonto cada vez que abre la boca o se apunta o intenta algo. Y desde ya os digo que es de tontos, que terminan siendo malvados, meterse en ciertos asuntos. No se debe permitir dividir la longitud del perímetro de una circunferencia, valga la redundancia para intentar ser precisos, por el diámetro de esa misma circunferencia, porque el número resultante, y da igual qué circunferencia elijamos, grande o pequeña es siempre algo mayor de tres, pero seguido de un número increíble de decimales que, con los modernos algoritmos, cálculos infinitesimales, hexágonos inscritos y circunscritos, etcétera, ya va por los diez millones y sigue, hasta el punto de que ha habido que darle un nombre pi. De pi ni siquiera sabemos si es un número normal en base diez, es decir, si contiene en su aparentemente inacabable desarrollo decimal cualquier sucesión finita de dígitos. De momento los estudios estadísticos del mismo en sus millones de cifras con ayuda de ordenadores sigue, nunca mejor dicho, sin dar abasto.
Análogamente, no se debe permitir abordar los problemas complejos bajo la sencillez de la política. Eso es tan feo como permitir dividir la circunferencia por su diámetro; es decir, buscando un método simple de relacionar las cosas, por ejemplo, la condición de género, de ser mujer, con la desigualdad lo que se consigue es politizar la política (o dividir la circunferencia por su diámetro). "No nos metamos en eso", como bien dice y hasta repite ante cualquier asunto espinoso si no se lo ha estudiado antes, nuestro campechano, parsimonioso e inefable aunque no infalible presidente Mariano Rajoy o, con otras palabras, el anterior dictador, Francisco Franco: "haga como yo y no se meta en política". Es la mejor manera de ser de derechas de toda la vida: proclamarse apolítico y negarse a politizar cualquier asunto, sobre todo si es de naturaleza política.
Pero me consta que hay adoradores de la sencilla complejidad, que lo de pi les entusiasma. Algunos hasta lo ven como una metáfora, o al menos una analogía, del poder secuencial, progresivamente ajustado, de los matices a la hora de abordar con sencillez lo complejo.
La navaja de Ockham —en realidad su nombre oficioso, porque el oficial es el Principio de Parsimonia: lex parsimoniae— dicta que en condiciones similares, la explicación más sencilla suele ser la más probable. Eso nos lleva a otra navaja: ante un hecho de resultados nocivos en el que dudamos si está causado por la maldad o por la ignorancia, lo más probable es que sea debido a la ignorancia. En política, eso se confirma todos los días. En realidad no hay tal antagonismo si pensamos que en cierto modo, en gran medida, la ignorancia, inadvertida o decidida, es maldad. Antes que nada, debemos comprender que el mal (en cualquier aspecto/forma) es más que la ausencia del bien y que la ignorancia (deliberada o inadvertida) es más que solo un conocimiento incompleto (deliberado o inadvertido). Por lo tanto, todos somos malvados en la medida de nuestra ignorancia...
El principio de Hanlon es un adagio que dice: «Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez». También se conoce como navaja de Hanlon.
Me parece obvio: se empieza prohibiendo el trabajo infantil en las minas y fábricas o dando el derecho al voto (u otros peores, como el de ser dueñas de sus vidas) a las mujeres y se acaba dividiendo lo que no hay que dividir. No nos metamos en eso, y teniendo entre las manos un número pi con el que francamente no sabemos ya que hacer, si poner más humanos en los confines del sistema solar o seguir sacando decimales. Definitivamente hay dos tipos de políticos independientemente de su adscripción ideológica de izquierdas, derechas, arriba, abajo o al centro: los que resuelven los problemas y los que los crean. No hay mayor estupidez que negar a la política la capacidad de resolver problemas ni mayor maldad que dedicarse a crearlos desde esa misma política.
A mí me hace especial gracia cuando emplean términos como "fórmula" para explicar la supuesta sencillez de un problemas bastante complejo. Y lo hacen sin vergüenza alguna, convencidos de que uno se dejará seducir por sus cutres cantos de sirena...
ResponderEliminarEl lenguaje medio del político medio es penoso, y eso que en gran parte su actividad se basa en su uso
EliminarAunque sinceramente se me escapa un poco el papel del inocente pi en tus consideraciones -a estas horas de la mañana no soy muy bueno comprendiendo metáforas; y a otras horas, tampoco mucho mejor- estoy, metáforas aparte, muy de acuerdo con ellas. Con tus consideraciones, digo. Los políticos que creen que la política no está para resolver problemas y los que creen que está para crearlos son dos clases distintas de políticos. Se me ocurren ahora mismo unos cuantos conspicuos representantes de cada una de ellas, pero no vamos a personalizar. Mantengámonos en la exquisita teoría. Son distintos, digo, pero son dañinamente complementarios. Lo malo es que no recuerdo, en toda mi ya larga vida, ni un solo político español que no perteneciera a alguna de esas dos categorías, y así nos va.
ResponderEliminarPuede que la metáfora de pi no sea muy acertada o sea poco expresiva. Se complementa con el comentario de Capolanda de más arriba: la política no consiste en fórmulas mágicas, sino en la insistencia de conseguir resultados cada vez más ajustados iterativa o reiteradamente, como la obtención de decimales de pi. Al igual que la democracia no es una meta a la que llegas y te instalas, sino un horizonte óptimo al que hay que tender siempre.
EliminarEstán los políticos que resuelven problemas, los que los crean y los que roban, que pueden pertenecer a las dos categorías anteriores.
Como me suele pasar, me he quedado con una cuestión completamente tangencial de tu post. Nunca había oído hablar de los números normales, y me resulta un asunto bastante fascinante, sobre todo porque, a primera vista, no parece posible determinar con seguridad si un número dado, pi por ejemplo, es o no normal.
ResponderEliminar(Al contrario de lo que sucede con los políticos, cuya noemalidad, o no, es bastante fácil de advertir nada más abren la boca. No sé si va por ahí tu metáfora...)
"En matemáticas, un número normal es un número real cuyas cifras en cualquier base están distribuidas siguiendo una distribución uniforme, siendo todas las cifras igualmente probables, así como todos los pares, tríos, etc. Las cifras de ese número son tanto los de su parte entera como la sucesión infinita de dígitos que hay detrás de la coma o parte fraccionaria."(De la Wiky)
EliminarEso he visto, sí. Y que suceda una cosa tan improbable como esa distribución uniforme de dígitos me parece tan poco normal -aparte de tan incomprobable- que pienso que lo mismo se podía haber llamado normales a los números que no cumplen esa condición, y no normales a los que sí. En cualquier caso, fascinante, ya digo.
EliminarSeguro que ya has visto que 'normal" alude a la distribución normal o de Gauss
EliminarSí, era más un juego de palabras que otra cosa. También he visto que se conjetura que casi todos los números reales son normales -lo que, visto que hay infinitos números reales, imagino que quiere decir que el infinito número de los que, de ellos, son normales, es mayor (quiera esto decir lo que quisiere hablando de dos infinitos) que el también infinito número de los que no lo son-, es decir, que también el nombre de normal les cuadra en cuanto a que se conjetura que son más frecuentes.
EliminarPi aparte (no quiero meterme en eso, que desde que ya no tengo novio matemático vuelvo a ser condenadamente ignorante y por tanto, malvada - ¿Solo en lo que se refiere a la matemática?), Pi aparte, no quiero meterme en eso, Je répète: "Les sangliers sont lachés/Je répète:Les sangliers sont lachés/Les petits patrons font les grandes rivières de diamant/Deux fois/
ResponderEliminarLes roses de l’Europe sont le festin de Satan/Je répète :Les roses de l’Europe sont le festin de Satan" (Noir Désir - L'Europe - intro Brigitte Fontaine); me espeluzna cuando los políticos hablan en plan sheriff: "esta es la ley, esto es así, acata o muere". Me espeluzna de la gente en general, pero aún mas de los politicos que, ciertamente, cobran por solucionar y ayudar a la sociedad a progresar, escuchando, mediando, proponiendo nuevas leyes y cambios en las constituciones. He sufrido leyendo esta entrada, luego, al final, me he reído un poco. Saludos y gracias.
Gracias a ti. Después del novio matemático me parecería un avance un novio... poeta. Aún son más precisos los buenos
EliminarLa verdad es que me he perdido con lo de pi; es decir, que no entiendo demasiado su relación (metafórica) con la estupidez o maldad de los políticos. En cualquier caso, el principio de Hanlon (no conocía ese autor) me parece muy aconsejable de tener en cuenta.
ResponderEliminarYa he admitido ante Vanbrugh la escasa pertinencia de la metáfora y también la he intentado explicar. No más leña al mono y al árbol caído
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