Recuerdo una conversación con mi
hijo mayor, con el que no me trato hace años y que ya habrá cumplido cuarenta, cuando era un adolescente airado pero tierno y encantador. Volvió del
colegio, el Liceo Italiano de Madrid, bastante enrabietado y me soltó
aproximadamente:
—Odio a Dante, valiente gilipollas
Yo, que por aquel entonces aún no le
había leído —siempre he mantenido multitud de 'ineludibles' propósitos pendientes, es parte del aliciente de la vida, considero—, pero respetaba la sanción del tiempo con los clásicos, le respondí
más o menos:
—Hay dos posibilidades, que Dante en efecto
sea gilipollas —me abstuve de comentar que esa opción me parecía improbable— o
que gilipollas sea tu criterio para juzgarle, aún por formar.
Con el tiempo a mi hijo le terminó fascinando Dante. Y con el tiempo por fin yo le leí, por una carambola típica en los aficionados a la literatura: me incitó a hacerlo el poeta inglés T.S. Elliot, que me ha gustado siempre y que reconoció en varias ocasiones su deuda con el italiano. También es cierto que para ser un buen lector hay que sincerarse, especialmente con uno mismo, como aquel reputado académico italiano que en su lecho de muerte llamó junto a su oreja a su discípulo predilecto y cuando este ansioso se acercó al último aliento del otro en lugar de una última voluntad escucho una sinceridad tan honda que la tenía que soltar para el viaje; le dijo: "Detesto al Dante".
Con el tiempo a mi hijo le terminó fascinando Dante. Y con el tiempo por fin yo le leí, por una carambola típica en los aficionados a la literatura: me incitó a hacerlo el poeta inglés T.S. Elliot, que me ha gustado siempre y que reconoció en varias ocasiones su deuda con el italiano. También es cierto que para ser un buen lector hay que sincerarse, especialmente con uno mismo, como aquel reputado académico italiano que en su lecho de muerte llamó junto a su oreja a su discípulo predilecto y cuando este ansioso se acercó al último aliento del otro en lugar de una última voluntad escucho una sinceridad tan honda que la tenía que soltar para el viaje; le dijo: "Detesto al Dante".
Adorno se preguntaba dolorosamente, no retóricamente, si después de Auschwitz era posible la poesía; es más, dijo textualmente que escribir poesía después de Auschwitz era un acto de barbarie; yo le respondo que no sólo es posible, sino indispensable. Esa 'barbarie' no se opone al olvido, al contrario. Exterminarnos, exterminar al que nos parece algo distinto debió ser una tara de nuestra especie desde que avistamos a los neandertales. Los nazis alemanes lo único es que aplicaron su legendaria eficacia programada. Además, mientras se compone un soneto o una canción o se pinta un cuadro no se mata a nadie.
Lo que llamamos el comienzo es a menudo el fin
y llegar a un fin es hacer un comienzo.
El fin es de donde arrancamos. Y cada expresión
y frase que sea correcta (donde cada palabra esté en su casa,
ocupando su lugar para apoyar a las demás,
la palabra ni desconfiada ni ostentosa,
un fácil comercio de lo viejo y lo nuevo,
la palabra corriente, exacta sin vulgaridad,
la palabra formal, precisa pero no pedante,
el conjunto completo bailando juntos)
toda expresión y toda frase es un fin y un comienzo,
todo poema es un epitafio. Y cualquier acción
es un paso al tajo, al fuego, por la garganta del mar abajo
o hacia la piedra ilegible: y ahí es donde arrancamos.
Morimos con los agonizantes:
ved, ellos se marchan, y nos vamos con ellos.
Nacemos con los muertos:
ved, ellos vuelven, y nos traen con ellos.
El momento de la rosa y el momento del tejo
son de igual duración. Un pueblo sin historia
no se redime del tiempo, pues la historia es una ordenación
de momentos sin tiempo. Así, mientras la luz cae
en una tarde de invierno, en una capilla apartada
la historia es ahora e Inglaterra.
Con la atracción de este Amor y la voz de esta Llamada
No cesaremos de explorar
y el fin de toda nuestra exploración
será llegar a donde arrancamos
y conocer el lugar por primera vez.
A través de la puerta desconocida, recordada
cuando lo último de la tierra por descubrir
sea lo que era el comienzo;
en la fuente del río más largo
la voz de la cascada escondida
y los niños en el manzano
no conocida, porque no buscada
pero oída, medio oída, en el silencio
entre dos olas del mar.
Deprisa ahora, aquí, ahora, siempre –
una situación de completa sencillez
(costando no menos que todo)
y todo irá bien y toda
clase de cosas irán bien
cuando las lenguas de llamas estén plegadas hacia dentro
en el coronado nudo de fuego
y el fuego y la rosa sean uno.
T.S. Eliot, Little Gidding, en Poesías reunidas, trad. José María Valverde, Alianza
No se me da muy bien dibujar ni pintar ni esculpir (por cierto, ¿sabéis que Facebook ha censurado por pornográfica la Venus de Willedorf?, eso da idea del nivel de la moderna cultura de masas aupada a las llamadas redes sociales), pero me gustan mucho
las artes plásticas de todo tiempo y lugar, desde los rinocerontes de la Grotte
de Chauvet a los espurreados de Jackson Pollock, lo mismo me pasa con la música,
la poesía, la narrativa, el cine, el fútbol y tantas actividades que me gustan y me veo
incapaz de practicar. Mantengo un nivel de exigencia demasiado alto
como usuario para pretender igualarlo como autor, además siempre he preferido mirar a que me miren. No poseo esos talentos pero nací con
la gracia de saber admirarlos. A los mejores de entre los míos, los similares a mí,
también les pasa. Sin embargo hay una excepción: es difícil que a los que no son poetas les
guste la poesía. Y es una pena. Imaginad un mundo tan mutilado como aquel en el que sólo a los músicos les gustara la musica, sólo a los cineastas el cine, sólo a los pintores...etcétera.
En las flores del mal Baudelaire enseña al que quiera aprenderlo los aspectos más sórdidos de la vida en las metrópolis modernas de entonces, ahora ya antiguas entre nosotros, pero que en parte permanecen. Cualquier poeta en cualquier sitio aprendió así que la ciudad es un tema para sus poemas y no sólo los blancos burritos mullidos con nombres de improbable metal precioso o los árboles abatidos por el rayo, y eso es importante porque ya somos más los humanos que vivimos en ciudades que los que aún lo hacen en ámbitos rurales. El poeta está comprometido a convertir en poesía lo no poético. Convertir en poesía lo poético ya lo han hecho muchos muy bien, desde Garcilaso a Ausias March, en otros tiempos más rústicos y antiguos. Yo soy un mal lector de poesía, creo, porque creo que los únicos buenos lectores de poesía son los poetas, de ahí que sea un género tan minoritario. Decir lo máximo con el número mínimo de palabras, como hizo Safo, sólo lo hacen los poetas. El problema de los grandes poetas es que son gigantes a los que no podemos mirar de tú a tú y no es extraño, si somos sinceros que nos parezca más próximo cualquier poeta menor isabelino que William Shakespeare. Si finalmente te acaba resultando próximo —que no familiar— alguien tan grande es porque uno ha crecido, no porque el otro se haya vuelto más pequeño. La gran cultura siempre fue, es y será minoritaria, elitista y por eso muchos, los muchos, creen que es superflua, un lujo, aunque es esencial para esos pocos. Apreciar a Shakespeare, como señaló T.S. Eliot, como leer cabalmente a Proust, como señalo modestamente yo, es tarea para toda una vida y en cada fase, en cada maduración, en la exaltada juventud, en la atribulada madurez, en la sosegada (si ha habido suerte y talento) vejez, en cada una de esas fases de maduración, si no lo son de putrefacción, se les puede comprender mejor, de ahí la relectura: Homero, Virgilio, Dante, Shakespeare. Y más, muchos más, alguno incluso, contemporáneo mío y en mi mismo idioma.
Escuchar con los ojos a los muertos más excelsos, o sea, leer a los clásicos. No me confundáis con un exquisito, o peor aún con alguien que simula serlo; simplemente no soy zafio, basto ni ordinario o grosero. En general prefiero leer a mis contemporáneos, que no necesariamente coetáneos, porque comparto más con ellos las claves y el espíritu de nuestro tiempo común, el zeitgeist, y eso me hace más fácil su tránsito, entrar en ellos. A cambio, me acarrean montones de chascos en forma de lecturas bruscamente abandonadas, topetazos con mediocridades de éxito bien promocionadas. Y eso es lo que en cambio me garantizan los clásicos, depurados por el inexorable dios tiempo, pero que en cambio requieren más esfuerzo de adaptación a ellos, a esos éxitos con los que no comparto todas las claves de su tiempo y que leo de forma distinta a la de los lectores de su propia época (una pregunta fascinante: cómo leían El Quijote los castellanoparlantes contemporáneos de Cervantes; tengo entendido que se tronchaban de risa, lo cual está muy bien, pero que no lo tomaban muy en serio, lo que ahora nos parecería muy mal).
Toda lectura de un clásico implica malentendidos y es un anacronismo, un anacronismo tan delicioso como pasear por el campo en lugar de estar en un atasco con el automóvil o aprisionado en el angosto asiento de un avión más pesado que el aire, o escribir y franquear una carta en lugar de tuitear frenético o como se diga, plantar un huerto en lugar de comprarte una moto de agua para aterrorizar a los bañistas. Esos anacronismos me permiten compartir gracias a Homero la emoción de las guerras aqueas en la Edad del Bronce o la indignación fatalista por las continuas intromisiones de los dioses en las peripecias de los humanos. Sólo por poner un caso, pero hay miles, el Dante que le permite a este humilde ateo descender al purgatorio y al infierno y entender curiosamente mejor luego al Eliot de los cuartetos (véase arriba uno, Little Gidding) o de La Tierra baldía, sólo que en un caso Dante te habla de ese descenso de la mano de Virgilio y en Eliot de los bombardeos de Londres. Leer es una tarea sin fin, como comer cerezas de un cesto, nunca se saca una sola, salen varias prendidas. Se ve diferente el Guernica de Picasso si se ha leído Eliot y a Dante, incluso, con la buena cultura de masas o popular, si se ha visto una película y las escenas (dantescas) que siguen al bombardeo de una ciudad (Eliot las sufrió personalmente en Londres, como el Vonnegut de Matadero cinco en Dresde, etcétera.): escenas alucinantes tras un ataque aéreo. Mi madre, sin ir más lejos, no soporta las tormentas ni los truenos, aunque esté a resguardo, porque de niña sufrió los bombardeos fascistas en el Madrid de la Guerra Civil.
Son los neurocientíficos y no los poetas a los que les corresponde investigar el aparente misterio que encierran las rimas y el ritmo. El pintor tampoco necesita conocer las interacciones más intimas de las longitudes de onda en los colores, trabaja en otro nivel de entendimiento y por eso jamás me han parecido antagónicas las artes o la poesía y la ciencia, pero sí la ignorancia y el envanecimiento en ella. Hay que disfrutar de las increíbles parábolas en las trayectorias de los golpes francos en el fútbol, pero a la vez de Newton y Galileo que las explican en el nivel que les es propio a ellos, pero no a los futbolistas ni a sus espectadores.
La lectura es un placer delicioso, un entretenimiento que se enfrenta al espectáculo como forma hoy generalizada de diversión, porque se suele practicar en soledad, pero que da mucho gusto compartir sus hallazgos con otros viciosos. También es una fuente de conocimiento, a menudo no buscado especialmente, o sea, sobrevenido, y en el campo que nos hace más humanos, o más humanos entre los demás animales: el lenguaje. Se me ocurre socializar este vicio solitario, imitando los refectorios monacales en los que los comensales guardaban silencio mientras comían, salvo uno que leía en voz alta (y no comía, pobre), y así sustituir los horrendos comedores con la televisión encendida. Ese arte colectivo también se practicaba en las tabaqueras de Cuba en que uno leía mientras las demás (torcedores) enrollaban hojas de tabaco. José Martí, otro autor delicioso, sobre todos en los diarios de sus viajes, se refirió a estos lectores aupados a tarimas en las fábricas como “tribunas avanzadas de la libertad”. Así Lili Litvak señala que fueron decisivas para forjar la independencia de Cuba, favoreciendo la cultura de los trabajadores y forjando su conciencia de clase. Va a resultar que perdimos Cuba por culpa de la afición a la lectura de los cubanos (y al deseo del entonces vicepresidente Theodore Roosevelt de entrar en una guerrita fácil de ganar y productiva).
Los poetas presienten las palabras, como algunos animales los terremotos. Los verdaderos poetas (redundancia) utilizan en cada caso la palabra que quieren, la que necesitan, yo, en cambio, sólo la que encuentro. Transmitir a la posteridad la propia lengua, más desarrollada, más refinada y más precisa de lo que era antes de escribir en ella, es el máximo logro posible de un poeta como poeta. Como hicieron Dante o Shakespeare en sus respectivas lenguas. Sus lectores sólo podemos aspirar a subirnos con esfuerzo (que compensa) a una metafórica escalera para ponernos a su altura; o bien decidir que millones de moscas no pueden equivocarse y ponernos a comer mierda y encender la tele.
En las flores del mal Baudelaire enseña al que quiera aprenderlo los aspectos más sórdidos de la vida en las metrópolis modernas de entonces, ahora ya antiguas entre nosotros, pero que en parte permanecen. Cualquier poeta en cualquier sitio aprendió así que la ciudad es un tema para sus poemas y no sólo los blancos burritos mullidos con nombres de improbable metal precioso o los árboles abatidos por el rayo, y eso es importante porque ya somos más los humanos que vivimos en ciudades que los que aún lo hacen en ámbitos rurales. El poeta está comprometido a convertir en poesía lo no poético. Convertir en poesía lo poético ya lo han hecho muchos muy bien, desde Garcilaso a Ausias March, en otros tiempos más rústicos y antiguos. Yo soy un mal lector de poesía, creo, porque creo que los únicos buenos lectores de poesía son los poetas, de ahí que sea un género tan minoritario. Decir lo máximo con el número mínimo de palabras, como hizo Safo, sólo lo hacen los poetas. El problema de los grandes poetas es que son gigantes a los que no podemos mirar de tú a tú y no es extraño, si somos sinceros que nos parezca más próximo cualquier poeta menor isabelino que William Shakespeare. Si finalmente te acaba resultando próximo —que no familiar— alguien tan grande es porque uno ha crecido, no porque el otro se haya vuelto más pequeño. La gran cultura siempre fue, es y será minoritaria, elitista y por eso muchos, los muchos, creen que es superflua, un lujo, aunque es esencial para esos pocos. Apreciar a Shakespeare, como señaló T.S. Eliot, como leer cabalmente a Proust, como señalo modestamente yo, es tarea para toda una vida y en cada fase, en cada maduración, en la exaltada juventud, en la atribulada madurez, en la sosegada (si ha habido suerte y talento) vejez, en cada una de esas fases de maduración, si no lo son de putrefacción, se les puede comprender mejor, de ahí la relectura: Homero, Virgilio, Dante, Shakespeare. Y más, muchos más, alguno incluso, contemporáneo mío y en mi mismo idioma.
Escuchar con los ojos a los muertos más excelsos, o sea, leer a los clásicos. No me confundáis con un exquisito, o peor aún con alguien que simula serlo; simplemente no soy zafio, basto ni ordinario o grosero. En general prefiero leer a mis contemporáneos, que no necesariamente coetáneos, porque comparto más con ellos las claves y el espíritu de nuestro tiempo común, el zeitgeist, y eso me hace más fácil su tránsito, entrar en ellos. A cambio, me acarrean montones de chascos en forma de lecturas bruscamente abandonadas, topetazos con mediocridades de éxito bien promocionadas. Y eso es lo que en cambio me garantizan los clásicos, depurados por el inexorable dios tiempo, pero que en cambio requieren más esfuerzo de adaptación a ellos, a esos éxitos con los que no comparto todas las claves de su tiempo y que leo de forma distinta a la de los lectores de su propia época (una pregunta fascinante: cómo leían El Quijote los castellanoparlantes contemporáneos de Cervantes; tengo entendido que se tronchaban de risa, lo cual está muy bien, pero que no lo tomaban muy en serio, lo que ahora nos parecería muy mal).
Toda lectura de un clásico implica malentendidos y es un anacronismo, un anacronismo tan delicioso como pasear por el campo en lugar de estar en un atasco con el automóvil o aprisionado en el angosto asiento de un avión más pesado que el aire, o escribir y franquear una carta en lugar de tuitear frenético o como se diga, plantar un huerto en lugar de comprarte una moto de agua para aterrorizar a los bañistas. Esos anacronismos me permiten compartir gracias a Homero la emoción de las guerras aqueas en la Edad del Bronce o la indignación fatalista por las continuas intromisiones de los dioses en las peripecias de los humanos. Sólo por poner un caso, pero hay miles, el Dante que le permite a este humilde ateo descender al purgatorio y al infierno y entender curiosamente mejor luego al Eliot de los cuartetos (véase arriba uno, Little Gidding) o de La Tierra baldía, sólo que en un caso Dante te habla de ese descenso de la mano de Virgilio y en Eliot de los bombardeos de Londres. Leer es una tarea sin fin, como comer cerezas de un cesto, nunca se saca una sola, salen varias prendidas. Se ve diferente el Guernica de Picasso si se ha leído Eliot y a Dante, incluso, con la buena cultura de masas o popular, si se ha visto una película y las escenas (dantescas) que siguen al bombardeo de una ciudad (Eliot las sufrió personalmente en Londres, como el Vonnegut de Matadero cinco en Dresde, etcétera.): escenas alucinantes tras un ataque aéreo. Mi madre, sin ir más lejos, no soporta las tormentas ni los truenos, aunque esté a resguardo, porque de niña sufrió los bombardeos fascistas en el Madrid de la Guerra Civil.
Son los neurocientíficos y no los poetas a los que les corresponde investigar el aparente misterio que encierran las rimas y el ritmo. El pintor tampoco necesita conocer las interacciones más intimas de las longitudes de onda en los colores, trabaja en otro nivel de entendimiento y por eso jamás me han parecido antagónicas las artes o la poesía y la ciencia, pero sí la ignorancia y el envanecimiento en ella. Hay que disfrutar de las increíbles parábolas en las trayectorias de los golpes francos en el fútbol, pero a la vez de Newton y Galileo que las explican en el nivel que les es propio a ellos, pero no a los futbolistas ni a sus espectadores.
La lectura es un placer delicioso, un entretenimiento que se enfrenta al espectáculo como forma hoy generalizada de diversión, porque se suele practicar en soledad, pero que da mucho gusto compartir sus hallazgos con otros viciosos. También es una fuente de conocimiento, a menudo no buscado especialmente, o sea, sobrevenido, y en el campo que nos hace más humanos, o más humanos entre los demás animales: el lenguaje. Se me ocurre socializar este vicio solitario, imitando los refectorios monacales en los que los comensales guardaban silencio mientras comían, salvo uno que leía en voz alta (y no comía, pobre), y así sustituir los horrendos comedores con la televisión encendida. Ese arte colectivo también se practicaba en las tabaqueras de Cuba en que uno leía mientras las demás (torcedores) enrollaban hojas de tabaco. José Martí, otro autor delicioso, sobre todos en los diarios de sus viajes, se refirió a estos lectores aupados a tarimas en las fábricas como “tribunas avanzadas de la libertad”. Así Lili Litvak señala que fueron decisivas para forjar la independencia de Cuba, favoreciendo la cultura de los trabajadores y forjando su conciencia de clase. Va a resultar que perdimos Cuba por culpa de la afición a la lectura de los cubanos (y al deseo del entonces vicepresidente Theodore Roosevelt de entrar en una guerrita fácil de ganar y productiva).
Los poetas presienten las palabras, como algunos animales los terremotos. Los verdaderos poetas (redundancia) utilizan en cada caso la palabra que quieren, la que necesitan, yo, en cambio, sólo la que encuentro. Transmitir a la posteridad la propia lengua, más desarrollada, más refinada y más precisa de lo que era antes de escribir en ella, es el máximo logro posible de un poeta como poeta. Como hicieron Dante o Shakespeare en sus respectivas lenguas. Sus lectores sólo podemos aspirar a subirnos con esfuerzo (que compensa) a una metafórica escalera para ponernos a su altura; o bien decidir que millones de moscas no pueden equivocarse y ponernos a comer mierda y encender la tele.
Suelto corcovear la mano
ResponderEliminary lo tangible hurgando:
flores, gatos
cabezas, arabescos, arboledas...
asi empieza "el dibujo como poema" de Alberto Girri. Y me acordé de el porque ese poema ilustra el arte como forma de conocimiento autónomo, como lo es el magnífico cuadro de Pollock.
Que todo esté al alcance de todos, la abundancia radical, el fin de la falta. Vivimos tiempos interesantes.
Pues sí, Chófer, tiempos interesantes, pero también interesadamente confusos
EliminarCada vez entiendo menos las normativas de Facebook, en parte porque no tengo en cuenta allí. Al principio pensaba que debía de seguir las leyes californianas y ya se sabe cómo son los yanquis con los desnudos, pero parece que Zuckeberg quiere nadar y conservar la ropa, cediendo a los caprichos de regímenes autoritarios... Con razón lo llamaban en cierto grupo de Yahoo que conozco el "Jetalibro".
ResponderEliminarRespecto al Quijote, lo que rechazo son ciertas lecturas que conocí hace tiempo, en la que se afirmaba que el protagonista era víctima de un supuesto ideal literario "refinado" y que sufría porque no lo encontraba en la realidad. Ni que decir tiene que los críticos que realizaron las siguientes afirmaciones lo conocen a través de traducciones, y me temo que en algunas quizás se haya olvidado la ironía de Cervantes en favor de una pedantería bastante mala... fundamentada en la idea de que no podría ser considerado seriamente porque es, de partida, un libro de humor.
Zuckeberg no es un filántropo, es un empresario de éxito y un chico listo/tonto.
EliminarEn cuanto al Quijote, probablemente gracias a las tempranas traducciones al inglés existe hoy como existe,con su vigencia, porque aquí se le olvidó con celeridad nada más morir Cervantes.
Tampoco conozco mucho a Zuckerberg, pero si se parece a como lo reflejaron en LA red social, es un tremendo gilipollas.
EliminarSí, pero también creo que algunos traductores han sido "traditori", que dirían en Italia, y han querido hacer del Quijote una obra en cierto sentido pomposa, porque creen que lo solemne es pomposo.
No es el caso de los ingleses -tengo entendido- que tradujeron el Quijote tempranamente y de forma ejemplar (Thomas Shelton ya en 1612!! La primera parte, claro)
EliminarMamma mia! Qué post tant venusiano! Recuerdo una mediodía que fuimos a casa de la profe de filosofía, en el insti, cuando se estilaba ir a casa de los profes a merendar o comer o al té (no sé si eso sigue existiendo). Llegamos a la conclusión de que no podía haber frontera, de que no era humano. ¿Quién determinaba que una actriz no podía escribir un libro de divulgación científica? ¿Dónde estaba el límite? En los 80 de algún modo sentíamos, yo creo, que mientras no estallara la bomba, todo podía fluctuar. La verdad, hoy, sigo pensando lo mismo. Hay mucha obsesión con el principio y el fin, pero a mí me parece más o menos todo lo mismo. Respecto a los nazis, creo que es peligroso pensar que solo fueron los alemanes del holocausto. Tanta gente, aún hoy en día, tal vez incluso yo, soy cómplice de cierto pensamiento en el que la solidaridad solo debe suceder si... "Un verdadero poeta" nunca tendrá una medida de su magnitud (¿quién puede cifrar las veces que la gente en el mundo ha leído un poema o escuchado una canción?). No siempre hay un rastro de influencia, como en fórmulas matemáticas o físicas. Por eso los "críticos", los de profesión (no los charlatanes ni curanderos), son tan necesarios.
ResponderEliminarSi tienes un rato aclárame lo de venusiano.
EliminarLos críticos de verdad, como bien dices, son 'Virgilios' necesarios, guías de los que paradojicamente conviene no confiar absolutamente
No sé gran cosa de Adorno, pero pensar que Auschwitz hace imposible la poesía -negarse a la poesía porque ha existido Auschwitz- me parece la mejor forma de concederle a Auschwitz la victoria definitiva. Una claudicación colaboracionista.
ResponderEliminarPor otra parte es nuestra arrogancia de contemporáneos que se creen en la Cumbre de la Historia lo que nos lleva a mirar Auschwitz como el máximo horror nunca antes alcanzado, pero esto no es más que un error de perspectiva, creo. Auschwitz -la barbarie- lleva existiendo desde que existe el hombre. Como la poesía. Si una de las dos imposibilitara a la otra, lo habría hecho hace varias centenas de siglos.
Sí, por qué no se puede escribir poesía después de Auschwitz y por qué no después de cualquier otra atrocidad; eso lo primero. Adorno no es santo de mi devoción (de la Escuela de Fráncfort sólo me ha interesado Walter Benjamin porque escribía muy bien), por hermético, poco legible y a la par tajante y lapidario en sus afirmaciones, como la comentada. Pero todo se entiende mejor en su contexto y cuando Adorno soltó eso se acababa de publicitar la existencia de los campos de exterminio y Adorno no quería que se pasara página olvidando el horror. Una de las frases más famosas y aireadas de mi admirado Camus afirma que si le dan a elegir entre la justicia y su madre (la sirvienta española analfabeta en Argel) elige a su madre, pero en su contexto eso significa que entre las personas y las ideas (¡cuidado con las grandes ideas!) hay que elegir siempre a las personas, lo que tras Stalin y Hitler y sus grandiosos “experimentos” sociales parece obvio, pero no lo es tanto, y si no miremos a los independentistas catalanes de hoy o a los supuestos izquierdistas que comulgan con los mismos.
EliminarSí, el contexto nos ayuda a entender por qué dijo Adorno esa tontería, pero no nos permite dejar de considerarla una tontería. El punto de vista de las víctimas indignadas es muy respetable, pero eso no lo convierte en el único, ni siquiera en el más aconsejable.
EliminarTambién yo, entre la justicia y mi madre, elijo a mi madre. E incluso elijo a la madre de Camus, entre la justicia y esta para mí desconocida señora, de toda mi consideración. Siempre las personas antes que las ideas, que tienen una gran facilidad para convertirse en coartada de los Auschwitz de este mundo, por lo que deben ser tratadas con gran desconfianza y extremando las precauciones. Desgraciadamente, por obvio que nos parezca a Camus, a ti y a mí, no lo es en absoluto, no.
EliminarLa justicia como grandilocuente abstracción, la mama del interfecto o la tuya o la mía como concreción de la persona.
EliminarEn cuanto a la frase de Adorno sólo hablo de entederla, no de compartirla como en el caso de la de Camus. De hecho, el esfuerzo de comprender hay que hacerlo con las ideas que no compartimos. Lo otro es aclamación e hinchada