El pasado domingo aproveché para darme una vuelta
por El Rastro. Fue una visión inédita, con la Ribera de Curtidores
prácticamente vacía y sin los tenderetes habituales, sin hacinamiento y sólo
con algunas tiendas, como las de los anticuarios, abiertas. Pero eso no me
impidió algún hallazgo feliz, como el de una de las escasas novelas de Nabokov
que no tenía ni había leído: Gloria. En las escasas horas que han pasado ya he
leído la mitad con un gozo difícil de imaginar. Gloria es una de las nueve
novelas rusas del autor, todas ellas traducidas luego al inglés por su hijo
Dimitri y revisadas por él. Tengo leído en muchos críticos que estas novelas
“rusas”, pues en ese idioma se escribieron antes de que el autor optara por el
inglés, pero elaboradas ya en el exilio, esta en concreto en Berlín en 1932,
son piezas ligeras, preliminares, preparatorias de la posterior plenitud del
autor ya instalado en Estados Unidos. No estoy de acuerdo en absoluto. A
Nabokov con Lolita pudo haberle pasado lo que a Conan Doyle con Sherlock Holmes
o a Herman Melville con Moby Dick, ser devorado por una única obra, pero
afortunadamente no fue así. Novelas rusas como esta o La Dadiva, la última de
esta etapa, son obras maestras sin más, con o sin las aportaciones magistrales
posteriores.
Su título original, Podvig, puede traducirse por valerosa proeza o gran hazaña, pero se
ha optado, creo que con acierto, por la traducción del título inglés cuarenta
años después, Glory. Se refiere a la
gran hazaña que pretende realizar el joven protagonista, el más amable, honrado
y conmovedor de sus personajes juveniles, empeñado en regresar a Rusia para
ayudar a esos contrarrevolucionarios que podríamos denominar equidistantes. Un
ensueño de la niñez y una expectativa de muerte.
El patriotismo de Nabokov, patriotismo ruso, es el
único que me resulta grato. Es el patriotismo del exilio, de la añoranza al
país natal perdido, da igual que sea el de los emigrados rusos o el de los
republicanos españoles. A Nabokov un periodista le preguntó si era trotskista —algo
verdaderamente surrealista conociendo el pensamiento del autor—, porque este
había afirmado que estaba contra los revolucionarios y contra los zaristas. La
anécdota la protagonizo un escritor izquierdista norteamericano que sugería
audazmente "¿es usted trotskista, entonces?" cuando Nabokov afirmaba
no estar a favor de los soviéticos ni a favor del zar. Expresaba una
ignorancia, que se prolongó en conflictos como el de Sartre con Camus hasta bien
entrado el siglo XX, de la existencia de progresistas entre los rusos
expatriados. Un personaje de la novela, un catedrático de ruso en Cambridge, lo
expresa de otra manera diciendo que Rusia dejó de existir en el conflicto entre
los que luchan por un futuro promisorio y los que lo hacen por regresar a un
pasado idealizado, y que me recuerdan a los autores de aquella pintada al comienzo de la Transición en España de que "con Franco vivíamos mejor"; ellos sí.
La imaginación del científico y la precisión del
poeta. Es indudable que Nabokov poseía esa mágica conjunción: era un
científico, competente lepidopterólogo con varias especies y subespecies nuevas
descubiertas por él, y tenía la precisión de un gran poeta. No es casual su
dedicación al grupo de insectos, las mariposas, considerado el más bello, dada
su reverencia nada ñoña a la belleza, aunque a mí, que soy rarito, me parecen
más bellas las libélulas, los odonatos.
Yo no he descubierto ninguna nueva mariposa, ni
siquiera una libélula, pero este encuentro con una novela inédita para mí ha
sido igual de deslumbrante y hermosa.
Ahora sabemos, gracias a Sergio del Molino, que Nabokov padecía psoriasis.
ResponderEliminarPor cierto, a propósito de del Molino; el colmo de la autoficción es armar un libro en torno a tus problemas de psoriasis.
Bueno, hay muchos precedentes, sin ir más lejos Susan Sontag y La enfermedad y sus metáforas
EliminarEl tema de la enfermedad está claro que ha sido tratado en la literatura. Pero generalmente se han dedicado libros a enfermedades graves, que ponen en riesgo la vida, como el cáncer, el sida, o las enfermedades venéreas en la época del Romanticismo. Lo curioso es dedicar un libro a una enfermedad no muy grave (no me atrevo a poner "leve") y fundamentalmente antiestética. Por eso he dicho que es el colmo de la autoficción.
EliminarRecuerdo un libro tremendo de un autor suizo llamado Fritz Zorn, sobre el cáncer, titulado " Bajo el signo de Marte", como diría Sontag, cargado de metáforas. Y recuerdo una escena de una película, "Storytelling", creo que se titulaba, en la que, en un taller de escritura, se hablaba de este tema, las enfermedades de escritores famosos, la sífilis de tal escritor, el sida de tal escritor. La escena concluye, como con sorna, citando la psoriasis de John Updike. Updike aparece, por cierto, en el libro de del Molino.
La psoriasis es una enfermedad terrible. No te suele matar pero no te deja vivir
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