Para Julia
Los libros que más me gustan son los que yo jamás podría escribir -o sea, muchos-, bien porque no se dan las circunstancias vitales, como Sueños árticos de Barry López, ya que yo nunca he viajado al Polo, bien porque además de no haber vivido esas experiencias, no he tenido el talento ni los elementos profesionales para sacarlas partido. Pero también me gustan los libros que, al contrario que a muchos, me quitan la razón, al menos en parte, pero me la quitan convincentemente.
Enseñar Platón en Palestina y Leer Lolita en Teherán. Buenos títulos, ¿verdad? No son míos. El primero lleva por subtítulo Filosofía en un mundo dividido y es de un profesor de Oxford, Carlos Fraenkel. El segundo es de una profesora de literatura; una iraní, Azar Nafisi, hija de un rico diplomático que fue Alcalde de Teherán antes de los tiempos oscuros de los barbudos islamistas. Pero cuando éstos se hicieron con el poder, cada jueves por la mañana a lo largo de dos años la cultivada Nafisi reunió clandestinamente en el salón de su casa a sus siete alumnas predilectas, que ella llamaba aventajadas. Se les unió un chico que se negaba a ser discriminado por razón de su sexo, eso que ahora, saltándose la gramática, llamamos género. La finalidad era leer peligrosos libros prohibidos de Jane Austen, Henry James, Scott Fitzgerald y, desde luego, Vladimir Nabokov, en especial Lolita. No se trata de un ensayo literario, aunque se puede aprender mucha literatura leyéndolo, tanto por lo que cuenta sobre los autores reseñados, como por cómo lo cuenta: el indudable talento literario de la propia autora. Y lo primero que se cuenta es como las jóvenes llegaban a esta casa de acogida y se iban despojando de sus disfraces de islamistas biempensantes, velos y pañuelos, en una suerte de genial striptease no sólo de vestimenta y eso permitía atisbar las diferentes individuales de todas ellas. Más tarde se da cuenta de cómo poco a poco, mucho más lentamente que al quitarse los antifaces, se expresan a través de los libros, se da cuenta de sus propias vidas sin corsés, se van transformando deliciosamente, mezclándose con las obras que destripan. Es decir, aquí hay una triple veladura que se desvela: el análisis de obras ajenas, las vidas de sus alumnas y la propia historia de la narradora. O si se prefiere, la literatura como una vía para la libertad y las formas sibilinas pero eficaces de enfrentarse al islamismo radical a su vez en guerra contra las mujeres.
Nafisi sigue enseñando literatura pero ahora para los privilegiados de las universidades de elite de Estados Unidos. Ni que decir tiene que aunque los personajes son reales, los nombres de sus alumnas y algunos de sus datos que podrían servir para identificarlas no son los verdaderos, y esto es lo único que no es verdadero en este cautivador y deslumbrante libro.
Enseñar Platón en Palestina y Leer Lolita en Teherán. Buenos títulos, ¿verdad? No son míos. El primero lleva por subtítulo Filosofía en un mundo dividido y es de un profesor de Oxford, Carlos Fraenkel. El segundo es de una profesora de literatura; una iraní, Azar Nafisi, hija de un rico diplomático que fue Alcalde de Teherán antes de los tiempos oscuros de los barbudos islamistas. Pero cuando éstos se hicieron con el poder, cada jueves por la mañana a lo largo de dos años la cultivada Nafisi reunió clandestinamente en el salón de su casa a sus siete alumnas predilectas, que ella llamaba aventajadas. Se les unió un chico que se negaba a ser discriminado por razón de su sexo, eso que ahora, saltándose la gramática, llamamos género. La finalidad era leer peligrosos libros prohibidos de Jane Austen, Henry James, Scott Fitzgerald y, desde luego, Vladimir Nabokov, en especial Lolita. No se trata de un ensayo literario, aunque se puede aprender mucha literatura leyéndolo, tanto por lo que cuenta sobre los autores reseñados, como por cómo lo cuenta: el indudable talento literario de la propia autora. Y lo primero que se cuenta es como las jóvenes llegaban a esta casa de acogida y se iban despojando de sus disfraces de islamistas biempensantes, velos y pañuelos, en una suerte de genial striptease no sólo de vestimenta y eso permitía atisbar las diferentes individuales de todas ellas. Más tarde se da cuenta de cómo poco a poco, mucho más lentamente que al quitarse los antifaces, se expresan a través de los libros, se da cuenta de sus propias vidas sin corsés, se van transformando deliciosamente, mezclándose con las obras que destripan. Es decir, aquí hay una triple veladura que se desvela: el análisis de obras ajenas, las vidas de sus alumnas y la propia historia de la narradora. O si se prefiere, la literatura como una vía para la libertad y las formas sibilinas pero eficaces de enfrentarse al islamismo radical a su vez en guerra contra las mujeres.
Nafisi sigue enseñando literatura pero ahora para los privilegiados de las universidades de elite de Estados Unidos. Ni que decir tiene que aunque los personajes son reales, los nombres de sus alumnas y algunos de sus datos que podrían servir para identificarlas no son los verdaderos, y esto es lo único que no es verdadero en este cautivador y deslumbrante libro.
Con la ucronía de contemplar la historia desde nuestra
perspectiva actual como un proceso lineal se nos olvida a menudo la deuda de
Occidente, del Occidente cristiano, renacentista y clasicista, de la deuda contraída
con la civilización más avanzada de los siglos VIII a X musulmanas que
recuperaron los textos clásicos de Grecia, incluido Platón. Este logro en el
que una civilización se apropiaba del conocimiento científico y filosófico de
otra convirtiéndolo en base de su propia cultura no fue el proyecto de algunos
intelectuales más o menos tolerados, sino de una empresa a gran escala bajo el
mecenazgo de una elite social, cultural y política de la segunda dinastía suní,
el califato abasida que sustituyó al Omeya. Porque, repito, olvidamos, que
después de los griegos, el siguiente periodo significativo de la historia de la
filosofía y de la ciencia se desarrolló dentro de la civilización islámica con
centros intelectuales en Bagdad, hoy arrasada y en manos fanáticas, y el Al
Andalus de la España musulmana, recién arrebatado el poder a los omeyas.
Curiosamente, los textos de Platón disponibles en árabe para las clases de
Frankel —esa suerte de filósofo aventurero que da clases en los lugares más
insólitos y con un talante abierto poco frecuente— en Israel eran traducciones penosas
de la versión inglesa de Jowett del XIX, que es una paráfrasis más que una
traslación precisa y que los traductores a su vez masacran dolorosamente.
Asistir a manifestaciones autorizadas o aplaudir a horas fijas, vale, está bien y punto, pero ¿y algo más? No se crean, yo no veo nada subversivo en quemar contenedores con una bandera a modo de capa de super héroe, da igual estelada que española, pero sí leer Lolita en Teherán y desde luego enseñar Platón en Palestina. Subversivo y fascinante. El envidioso lo es porque no tiene lo que envidia. Lo mío no debe ser envidia, porque cuando termino la lectura me siento más rico, no menos. Así que debe ser simple y llanamente admiración. Una virtud intelectual humilde y altruista, pero, cuidado, inalcanzable para los mediocres. Como dijo Jorge Luis Borges: "Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído". Pues eso (aunque sospecho en él una falsa modestia, por algo era argentino y para algo están los tópicos).
Barry López, Sueños árticos, Capitán Swing, 2009
Carlos Fraenkel Enseñar Platón en Palestina, Ariel, 2016
Azar Nafisi, Leer Lolita en Teherán, Duomo, 2014
Aprecio mucho las criticas de libros de gente inteligente. Todo el tiempo doy con joyas que me han señalado con aire casual muchos críticos, joyas que yo ni hubiera visto.
ResponderEliminarEl Chofer Fantasma
Si estoy incluido en tu categoría de críticas inteligentes, gracias, y si no, también
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