De los viejos oponentes —que con razón te consideran su
enemigo—mejor es olvidarse para concentrarse en las nuevas generaciones que
tienen el lógico defecto de considerar que ellos han inventado el mundo, con sus besos y sus viajes; también con
razón. Pero ni ellos son el centro del mundo ni tampoco nosotros. Nosotros no somos el centro del Planeta, al igual que la Tierra no es el
centro de nuestro Sistema Solar, ni nuestro Sistema Solar es el centro de
nuestra periférica galaxia, ni nuestra galaxia es el centro del cosmos. En realidad,
buscar centros fuera del círculo es una aberración, geométrica y metafísica. Pero
el ser humano lleva en su interior el absurdo antropocéntrico, como demuestran
todas las religiones, que ponen el resto del mundo físico como una dote de nuestra
especie y hasta la ciencia en cuanto se descuida. Los humanos somos muy
inteligentes; definiendo la inteligencia como se quiera, lo que no somos tan
claramente es racionales. Racionales son los ordenadores, nosotros somos una
mezcla más interesante con lo emocional, bien lo saben los políticos, que es de
la pocas cosas que saben bien.
Y también somos una novedad en la biosfera basada fundamentalmente
en nuestra inédita (de grado y de esencia) capacidad para transformar
drásticamente nuestro entorno. Capacidad que ha llegado en nuestros días a
transformar el planeta entero, con sus cubiertas gaseosas, terrestres y
acuáticas incluidas. Sin embargo nuestra capacidad ética, que es decir racional
en el fondo, no va a la par y somos como un niño con una caja de cerillas y las
cortinas del salón a mano. En teoría tenemos no obstante la capacidad de
supeditar nuestras acciones a cuestiones morales. También somos únicos en eso. El
resto de los animales pueden ser en ocasiones altruistas o egoístas, y ambos
aspectos reportan beneficios, en el hombre también. Pero el Principio de
Cautela: no hacer algo por el simple hecho de que se puede hacer pero quizás no
se deba porque pueda tener consecuencias inoportunas, no va con nosotros, se
trate del automóvil o de la bomba atómica. Con ese antropocentrismo y esa carencia de prevención es fácil deducir la mayoría de nuestros problemas y también de nuestros logros. Gobernamos un mundo biológico global e interconectado, unitario como si lo constituyeran nuestros enseres.
Un gen de una bacteria puede ser incorporado a una célula
vegetal que ingiera un animal que comamos nosotros, porque todos los códigos y
claves básicos de la materia viva responden al mismo plan desde su origen y los
mismos átomos de carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, fósforo, calcio,
potasio y demás sirven para construir animales, desde un protozoo a una
ballena, plantas, desde un cocotero a un musgo, y hongos ¿Y nosotros? Nosotros
no ‘pensamos’ como especie, o mejor, no nos comportamos como tal, del modo que
sí lo hacen los elefantes e incluso nuestros parásitos. Racionales imperfectos
pensamos como grupos, naciones, religiones, bandas en el fondo, y lo único en
lo que jamás pensamos es en el lugar que nos corresponde en la biosfera; mejor
dicho, creemos que ese lugar es el de máximo administrador de la misma, aunque
la conozcamos precariamente.
Salvar el planeta es la mayor ingenuidad que parte de ese
mismo antropocentrismo, porque los que nos tenemos que salvar somos nosotros. El
planeta ha discurrido con atmósferas con mucho mayor contenido en CO2 y
lo contrario, con altas y bajas temperaturas. El único hecho es que en los
escasos milenios que nuestras civilizaciones han existido hemos tenido los
climas más convenientes para ellas y para nuestra especie, pero eso puede
cambiar, está cambiando de hecho. Somos nosotros los humanos los que
necesitamos estos climas, estos paisajes, estos mares con el contenido químico
preciso; muchos otros animales también, que nos acompañarían entonces en nuestro
declive, pero otros no, o bien cambiarán para adaptarse; de eso se trata. Por eso
somos ahora un azote planetario, por nuestra enorme capacidad tecnológica; un
azote para nosotros primeramente ¿Salvad las ballenas?, claro, para salvarnos nosotros. De hecho, que sigan existiendo ballenas es un buen indicador de que no todo está perdido para los humanos.
No podemos confiar en la economía tal como existe en la
actualidad, porque necesitaría asignar valor económico a todos los recursos y
bienes ambientales, que precisamente se consideran sin precio (no
inapreciables). Por otro lado, en realidad del mismo lado, está la política, que
debería poner coto y condiciones a ese despilfarro y a esa destrucción, pero
cada vez está más abducida por la idea de que los preceptos económicos del
capitalismo son intocables en lo esencial. La conclusión es tener un entorno crecientemente deteriorado
y apropiado por unos pocos y unos ciudadanos convertidos en clientes. Las ideologías
progresistas, las izquierdas, han construido el concepto de bienes públicos,
que no creo que sea consubstancial a los humanos que en su mayoría siguen
comportándose con ellos como si lo que fuera de todos no fuera de nadie y, en
cualquier caso, una excepción como los Parques Nacionales frente a los
Polígonos industriales.
La política tiene que ser la administración de los bienes
públicos, deseablemente crecientes, no la mamporrera de la economía al uso, y
su gestión ideológica. Y además hay que gobernar con la gente y no sólo para la
gente, entre otras cosas porque los políticos tienden a arrogarse la idea de
que saben lo que quiere la gente. Pero para ello es condición sine qua non que
la gente esté educada para pensar por sí misma. Ahí es nada. La gente lo que ha
aprendido, al menos desde la Antigüedad hasta ahora, es a mostrarse como
clientes insatisfechos: “tenemos derecho a Internet”. Una sociedad que tiene
como modelo al niño consentido y caprichoso, llena de derechos privados y sin
obligaciones colectivas o sociales asumidas; véase esta pandemia. Una sociedad con una caja de cerillas en la mano.
Si no cambiamos el modelo económico, la educación, nuestros
sistemas de valores, el paradigma del crecimiento y el desarrollo, la equidad ecológica
y social, entonces, ya pasa, gobernar de veras y no simularlo será más difícil,
cada vez más hasta que algunos, quizás los mismos que ahora, simplemente
mandarán. Y todos nos mandaremos a la mierda, pero no el planeta.
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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía