lunes, 23 de enero de 2017

La obviedad de Europa





Europa es una obviedad. Una obviedad cultural, geográfica y política. Lo malo de las obviedades es que nos impelen a creer que ya está todo dicho. Pero puestos a decir —sí, ya sé que la cosa no pinta muy bien, pero somos el ocho por ciento de la población mundial que acumula el cincuenta por ciento de las prestaciones sociales a ese mismo nivel mundial: no seamos tan quejicas—, puestos a decir, repito, podríamos decir que para cualquier europeo anterior a la caída de Constantinopla Europa era una señora que raptaba el toro de Zeus; nadie pensaba en Europa ni en sí mismo como europeo; pensaba como gascón, borgoñón, normando, frisón, flamenco, vizcaíno, castellano o genovés, pero ¿europeo? En realidad fueron los turcos del Imperio Otomano los que generaron una idea de Europa, —o al menos forzaron unos límites geopolíticos: del Atlántico a los Urales, de Lisboa al Bósforo— cuando al invadir las ruinas del imperio bizantino, el imperio cristiano de oriente,  provocando en 1453 la caída de Constantinopla, obligaron al papa Nicolás V a llamar a los soberanos cristianos a la unidad y a luchar por…¡Europa! Sí, ya sé que resumo mucho, y más que lo voy a seguir haciendo; a veces eso aclara mucho. Pasan siglos y Europa se la reparten dos no europeos, un estadounidense, Roosevelt y un georgiano del Cáucaso, Stalin. En mi opinión la Europa más típica, la Mitteleuropa, es la que se queda tras el telón de acero, la Europa de los compositores, las catedrales, las viejas universidades, las imprentas de tipos móviles. Antes de eso, Francia había llegado con la Ilustración y su Libertad, Igualdad y Fraternidad, e Inglaterra con su revolución industrial y su parlamento. Porque a la vez que renacía o nacía la idea tan obvia de Europa, nacía el romanticismo y las naciones, y desde entonces créanme, ambas ideas no han hecho sino chocar.

La Europa amurallada, acojonada, del 8% del 50%, nace de una forma más cutre, uniendo carbón y acero, como esos señorones de sombrero de copa y puro. Pero a alguno se le ocurrió que se podía intentar una cierta unidad política, más que nada porque ese invento romántico de las naciones había provocado dos Guerras Mundiales y decenas de millones de muertos, aunque Europa ya tenía un buen curriculum de guerras, de cien años, de treinta o de siete días (Bueno, no, esa fue en Oriente Próximo). Hoy damos por hecho muchas cosas, como la posibilidad de viajar de Lisboa a Varsovia sin bajarse del tren y sin que te pidan los papeles, sin detenerse en frontera alguna. Y si queréis una prueba del nueve o más domésticamente del algodón, preguntar si se sienten europeos los nacionalistas o los populistas extremos. Os dirán que sí, pero con una boquita tan pequeña que no pasaría por ella el punto de la i.

La Europa actual es una mierda porque la crearon mercaderes, que siempre van a lo suyo, pero hubo gentes que la vieron como una idea no tan obvia, una idea pacificadora, cultural, política, la historia común de un montón de generaciones y seres humanos, y les pareció importante reconducirla en ese sentido profundamente político. Intentan que Europa sea algo más que una inestable y desigual alianza económica. Tienen que lidiar con esos intereses y encima con el resurgir, sólo comparable al de los años veinte y treinta del pasado siglo, de los nacionalismos y los populismos extremos. Después de una campaña de mentiras y medias verdades, el Reino Unido se ha separado de esa Europa. Y en otros países los demagogos siguen echando leña al mismo fuego. Entre tanto, los políticos europeos no es que carezcan totalmente de poder, eso es una simpleza, sino que no quieren ejercer ese poder en un sentido favorable totalmente a Europa. Y la razón estriba en la contradicción entre ese afán europeo y contentar a sus votantes nacionales: su caladero de votos y los beneficiarios de acciones europeistas no coinciden.

La idea de una unión política supranacional es lo que hoy está en riesgo por culpa en gran parte y sin paradoja que valga, de la timidez de las reformas políticas tanto en las naciones que la constituyen como en la misma Unión, pero también por la crisis económica, por el aludido resurgir de los nacionalismos populistas y por una globalización basada en el injusto Intercambio Desigual entre pobres y ricos dentro y fuera de sus fronteras, ignorando sobre todo el fenómeno demográfico más relevante de nuestros días: las migraciones masivas. Porque los europeos echan pestes de Europa, en gran medida con razón, pero los de ‘fuera’ quieren entrar en este lugar tan criticado, y ellos sí que tienen buenas razones: sobrevivir y tener vidas mejores. En este sentido, se ha intentado una Constitución Europea, pero Francia y Holanda, socios fundadores, la rechazaron tras consultas en sus respectivos países. En España salió que sí, pero sólo participó en la consulta un 42% de los posibles votantes. Hay una Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea que es vulnerada siempre que conviene por todos y cada uno de los miembros, empezando por asuntos tan prioritarios como la libre circulación de personas y sin haber conseguido, tras la unión monetaria, una unión fiscal y salarial. La sensación acertada es que los intereses de unos pocos se sobreponen a los de la mayoría, como en todas partes.

Europa tiene muchas cosas de las que enorgullecerse, y la mayor sería conseguir esa unión política, pero también tiene muchas cosas de las que avergonzarse como su papel protagonista en el el colonialismo de los siglos inmediatamente anteriores a este. La globalización ha impuesto, entre otras cosas un modelo de vida que se supone que es bueno para todos, pero a la vez se impide que accedan a ese modelo los destinatarios de ese idílico relato.

Hay una forma muy sencilla de ser idiota; una condición necesaria aunque espero que no suficiente. Para ser un polaco idiota, o un catalán idiota, o un español idiota, no hay más que sentirse orgulloso de ser polaco, catalán, español... por el mero hecho de serlo. Sin embargo, no estoy seguro de que sentirse orgulloso de ser europeo sea una forma de imbecilidad; creo que depende. Si ser europeo, además de un feliz accidente de nacimiento, es una forma de enmascarar los intereses expoliadores de unos pocos, pues yo no soy europeo a pesar de haber nacido en Madrid. Pero si ser europeo es reivindicar el papel emancipador de la Ilustración y los derechos humanos, el laicismo, una posibilista igualdad de oportunidades, un feminismo no declarativo sino real e igualitario, entonces sí que quiero ser europeo, y lo querría aunque hubiera nacido en Somalia, sobre todo si fuera pobre, inteligente y mujer.


 Mi Europa, empezando por España


Puesto que quiero ser europeo como he dicho más arriba, incluso y sobre todo en el improbable caso de que fuera una inteligente (y bella) mujer somalí, ¿qué Europa deseo? Tengo claro la España que no quiero y eso me ayuda a pensar en la Europa que sí quiero. Lo explicaré más adelante. La vieja política con sus partidos e instituciones tradicionales se creó para resolver los problemas de los ciudadanos. Ya no lo hace. De hecho, la gente percibimos que el poder y la política ya no están unidos, o si se prefiere, que el poder está en otro sitio, sea en los mercados o en las instituciones globales, 'troikas', ONUs y demás. Pero, ojo, la llamada nueva política puede que no sea tan nueva y, por tanto, que tampoco pueda cambiar este estado de cosas. Una novedad, cualquier novedad, no trae aparejada, por el mero hecho de serlo, su bondad. Entonces, la política ¿qué hace? Da el espectáculo, literalmente; no hay más que mirar alrededor, a la prensa, la televisión, las redes sociales, las campañas… espectáculos, y la llamada nueva política ha irrumpido 'en' e incluso 'desde' ese espectáculo: uno de esos 'nuevos' máximos líderes es una estrella de la tele. En los años sesenta del pasado siglo los situacionistas franceses, con Guy Debord a la cabeza, generaron la expresión (y el libro del mismo título) de La sociedad del espectáculo. A eso ha quedado reducida la política —no hay más que ver como se vienen arriba los partidos en las campañas electorales—, una carcasa, una cáscara en la que una adhesión banal y reversible (el desencanto), como la de los hincha por sus equipos de fútbol  o la de los fans por sus estrellas del espectáculo, ocupa el lugar del compromiso y la participación genuina de los ciudadanos. Y como tal espectáculo, regido por su eficacia como tal (postureo se dice ahora) y también por las modas, cuya característica es… pasar de moda. No se trata de cumplir los programas electorales, ni de presentar alternativas viables, sino de salir en las fotos, a ser posible junto a multitudes, con fondos de rostros que asientan a lo que diga el líder. Aparecer en esos espectáculos ha dejado hace mucho de ser un medio para lograr adhesiones para convertirse en un fin en sí mismo: el espectáculo (malo, por cierto). Con tanto ruido (los altavoces están muy altos y rugen a todas horas) es difícil conseguir algo de calma para la reflexión. También habría que poner remedio al autismo escasamente poroso de los partidos, tanto en lo que respecta a las personas como a las ideas. Quizás así, acabando con el espectáculo, se consiga un debate político de calidad, en lugar de halagar a la ciudadanía de forma acrítica, tosca y constante.

¿Cómo reconstruir el vínculo político entre representantes y representados, que por otra parte me parece la forma de reivindicar la política? Los partidos no son participativos ni transformadores, todo lo más movilizadores, especialmente, quizás porque estén menos agotados, los nuevos. Por otro lado, apelar a vaguedades como la solidaridad, la fraternidad, la justicia no conduce a nada porque jamás se traduce en acciones, sólo se concitan emociones. A mí me parece que la única forma política de construir fraternidad es el federalismo, tanto en España como en Europa. Fraternidad es la relación entre hermanos, es decir, entre iguales, no entre padres e hijos, ni siquiera entre conyugues. Relaciones horizontales que en el sentido territorial son los entes federados. Por eso, desde siempre, aunque se proclame lo contrario, el federalismo es lo que más han temido los nacionalismos. Gobierno compartido, autogobierno y cooperación con soberanías compartidas en las que decidir es codecidir ¿Se parece eso a España con sus Cataluñas, Murcias, Riojas y demás? ¿Se parece eso a la Europa que tenemos? ¿Es tan difícil conseguirlo? Sí, es muy difícil, pero también era difícil abolir la esclavitud o el trabajo infantil. Termino como empecé el post anterior: una Europa Federal y unida con órganos de poder compartido horizontalmente, con una justicia y una fiscalidad únicas es un ideal. Los ideales son esencialmente irrealizables, aunque no sé si este lo es, pero sirven para tensionar la democracia, para hacerla avanzar como alimento esencial. No es que de ilusiones también se viva, sino que sin ilusiones no se puede vivir dignamente.

12 comentarios:

  1. Creo que te interesará esta colección de mapas históricos sobre la división entre Occidente y Oriente:

    http://www.midafternoonmap.com/2013/03/east-meets-west.html

    Sobre la entrada en sí, diría que el problema con Europa es el mismo que los conceptos elevados que nadie quiere concretar: al final, lo definen a su conveniencia los más egoístas. Y encima existe timidez para reconocer lo europeo por algunos episodios vergonzosos. Recuerdo que, hace ya muchos años, regresaba de un paseo y percibí que la calle estaba a oscuras. Pensando que era un corte de luz, me acerqué a un parque donde se percibían antorchas, que atribuí a ciertos bares de por ahí. Al acercarme, descubrí que no era sino una celebración del día de la paz. La luz había sido cortada ex professo para que un círculo de gente se reuniera con antorchas, formando alguna figura (creo que un círculo). Mientras, alguien leía un texto, en el cual se decía que el camino del hombre blanco era el del machete. No seré yo quien niegue la peste del colonialismo, pero también se ha usado para ocultar que el resto de seres humanos han tenido sus buenas ganas de coger un machete sin que nadie se lo dijera.

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    1. Gracias por el enlace, Ozanu, aunque ya lo conocía.

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  2. El federalismo puede ser una buena opción provisional, dada la existencia de los nacionalismos (estatales o subestatales). Pero a la larga, no deja de ser injusto reconocer esa especie de "personalidad" a los territorios. Además, creo que poco a poco éstos irán perdiendo protagonismo, la gente se definirá cada vez menos por su lugar de origen o de residencia. Pero claro, no lo veremos.

    En todo caso, federalismo no deja de ser otra palabra ya hoy muy vaciada de contenido. ¿Los Estados Unidos son una federación de Estados? Anda ya ...

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    1. Tu coloquial “anda ya”, aunque referido a una cuestión marginal al post, evidencia la escasa valoración que haces de mis pobres esfuerzos por aclarar estas cuestiones. Da igual, porque escribo para aclarármelas yo, aunque las comparta con los lectores del blog. A tu pregunta retórica, no obstante, te respondo que sí, que Estados Unidos es una República Federal por fortuna para ellos, con leyes de los Estados que abarcan enormes espacios de autogobierno; ya lo verás cuando Estados como California se enfrenten al nuevo gobierno federal, o simplemente imagina lo que sería un Trump gobernado desde un Estado monolítico sin esos contrapesos territoriales. Pero hay dos cuestiones que no llegas a plantear pero que están implícitas; una, más importante incluso que el federalismo, es el del sentimiento europeísta ciudadano frente a los nacionalismos, algo que implica educación, cambios de mentalidad profundos. El otro es imaginar una Europa no de las naciones sino como algunos sugieren de las regiones, o incluso de las ciudades, con un Londres opuesto a su propio Estado, Berlín, Madrid, Paris, Lisboa que no son precisamente meros apéndices nacionales, sino avanzadillas hacia el futuro.

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    2. Mi coloquial "anda ya" no iba en absoluto dirigido a tus "pobres esfuerzos por aclarar estas cuestiones", sino que expresaba mi opinión sobre el federalismo yanqui (opinión que, por supuesto, es discutible y probablemente poco rigurosa si no errónea).

      En todo caso, lo importante (para mí) de mi comentario era lo de la prevalencia de la geografía en la organización política, que reconozco pero creo que va diluyéndose cada vez más. A medio largo plazo puede que pierda mucho sentido, tanto las naciones, como la sregiones e incluso las ciudades. Y, desde el punto de vista de la vida ciudadana y los derechospolíticos, no me parece nada mala esa perspectiva.

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    3. Un idílico regreso, como los neorrurales, o una distopía futurista, puesto que el poder estaría presente, sería un rgreso a las baronías ligadas al terreno. Una suerte de neofeudalismo. Igual luego puede volverse a inventar la ruta de la seda. Si lo sé no te voto...

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  3. Si los Estados Unidos no son una federación de estados, no creo que haya entonces ningún ejemplo real de federación. Yo sí creo que lo sean -como apunta Lansky, gracias a que lo son no podrá Trump reestablecer la pena de muerte en los estados en que ha sido abolida, por ejemplo, o deslegalizar el matrimonio homosexual en los estados en que existe; y son solo dos ejemplos de las muchas consecuencias, a mi juicio nada pequeñas, que tiene el que lo sean-. Ya me gustaría a mí que Europa fuera algo lejanamente parecido, en cuanto a estructura política, a los EEUU.

    Y me gustaría por lo mismo que dice el post: porque ese federalismo, me da igual si de "naciones" (lo entrecomillo porque uso la palabra como sinónimo neutro de países actualmente existente, sin la carga mitológica que tiene para los nacionalistas), de regiones o de ciudades, me parece la mejor articulación política posible de lo que Europa es ya, y lleva siendo unos cuantos siglos, de manera efectivamente obvia pero políticamente inoperante: un sentimiento ciudadano, el que hace que yo me pasee por las calles de Madrid, de Lisboa, de Roma o de Copenhague con un sentimiento de estar "en mi casa" que no tengo en Ciudad de Guatemala, o en Marrakech o en Los Ángeles.

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    1. El problema es que Estados Unidos ya se configuró desde su independencia como unq federación de ex colonias y luego de territorios que se iban incorporando por compra (Luisiana, Alaska) o por avance de sus fronteras. En cambio, Europa inició su unión desde estados-nación diferenciados, incluso los más recientes como Alemania o Italia, y frecuentemente enfrentados, y ese es un punto de partida absolutamente distinto y más complejo, sin un idioma común, ni siquiera una cultura única, lo que son alicientes de su diversidad, pero obstáculos para su unidad. Por ejemplo, en la Guerra de Austria y Prusia, si no hubiera vencido está última, configurando una Alemania preexistente en torno a ella, se habría aglutinado en torno a Austria y el presente sería muy distinto. En cambio, cuando hablamos de regiones, hablamos de territorios con fronteras naturales, con unidad intríseca; en cuanto a las ciudades, como ya he dicho en mi respuesta a Miroslav, las veo como avanzadillas, cuñas en el relativo retraso de sus respectivas naciones, y suscribo tu sentimiento al pasear por esas ciudades frente al alejamiento, la extrañeza en otras partes del mundo.

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    2. Yo creo, Vanbrugh, que ese sentimiento de estar en tu casa que sientes por Europa (y no en otros sitios, aunque yo en ciudad de Guatemala me sentí bastante en casa, más probablemente que en Polonia, por ejemplo) poco tiene que ver con una eventual organización política federal.

      Mi escepticismo respecto del federalismo real es que se supone que nace de la agrupacion " en igualdad de condiciones" de unas entidades políticas preexistentes. En USA fue así con las trece colonias, poco más. Desde luego que los Estados tienen muchas competencias, como también tienen muchas nuestras Comunidades Autónomas, pero en la práctica el Estado Central es bastante más fuerte (lo que no ocurre tanto, curiosamente, en España).

      De todos modos, reconozco que me molesta admitir que haya que reconocer "derechos" en pie de igualdad a entidades territoriales previas (algunas no tan previas).

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    3. El federalismo no reconoce derechos(sin comillas) a entidades territorial alguna sino a los ciudadanos

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    4. También yo creo que mi sentimiento respecto de Europa tiene poco que ver con su organización política, Miroslav. Tan poco que ver que lo experimento independientemente de que haya o no en Europa alguna organización política que lo sustente. Lo experimentaba también hace treinta y tantos años, cuando ni siquiera pertenecíamos a la Unión Europea (entonces aún Mercado Común, creo). A eso precisamente me refiero, a que Europa, en cuanto espacio común que comparte determinada cultura o forma de ver y de vivir la vida, existe ya desde hace mucho: y que la mejor manera de plasmar políticamente eso que ya existe en las conciencias de sus ciudadanos sería, en mi opinión, una federación.

      Que el estado central sea más fuerte que las unidades federadas que lo componen no me parece nada en detrimento del federalismo, solo una de sus posibles formas; en la práctica -por lo que se ve, por ejemplo, en EEUU-, bastante eficaz. Insisto, ya quisiera yo para Europa algo parecido a la estructura de los USA, llámesela federal o lo que se le quiera llamar. Lo que menos me importa de esta cuestión son los nombres.

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    5. Y, como bien señala Lansky, ni el federalismo ni nadie puede reconocer derechos a los territorios, que no son sujetos de derecho: lo que hace es reconocer competencias a personas jurídicas con ámbitos territoriales determinados, lo que parece, amén de más o menos útil y conveniente (dependiendo de qué competencias se reconozcan a qué entidades, y de lo que cada uno opine sobre ello) bastante inevitable en cualquier caso, también en el de estructuras no federalistas. Alguien tiene que ejercer las competencias que deben ser ejercidas. El federalismo no es más que uno de los posibles métodos de repartir esas competencias.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía