martes, 10 de enero de 2017

Por qué soy pesimista



La gente ya no cree en el futuro, así que no cree en el progreso, al menos en el personal. La desigualdad creciente es una metástasis y como tal va a más. Hay un colapso de confianza en las instituciones y en las personas privilegiadas que llegan a ellas. Los líderes no solo son corruptos o ignorantes sino incapaces. No son capaces de hacer cosas, de transformar la realidad implacable. Por tanto, no hacen política, entendida esta como la habilidad de decidir qué cosas deben hacerse. En el viejo ya Estado-nación ha habido un divorcio entre política y poder, que está en manos de otros. El poder es un cosmopolita total, globalizado, la política sigue siendo local, todo lo más regionalista. Fenómenos globales, como las migraciones masivas, siguen siendo tratados como locales, contentar a los semilleros de votos locales es lo que manda e inactiva los posibles remedios. Los sistemas políticos ya no cumplen sus promesas y las instituciones democráticas no fueron diseñadas para abordar problemas de interdependencia. Así pues, no todo es culpa de la mediocridad de los políticos, aunque su ascenso a esas esferas desprovistas de poder real en los temas globales, ya no es meritocrática, sino de adhesión a sus vetustas instituciones que conocemos como partidos políticos. Son las propias instituciones democráticas las que están en crisis. Por eso surgen los movimientos de protesta, pero protestar es mucho más fácil que proponer, y eso se nota en los nuevos partidos surgidos de dichas protestas.

Un fenómeno global como el terrorismo internacional demuestra la dificultad de conciliar libertad y seguridad; en ese sentido el terrorismo ya está triunfando. La libertad ya sólo se expresa, muy mermada por la crisis económica, sobre todo en una orgía consumista y, como dice Bauman, recientemente fallecido, el conflicto ya no es entre clases sino entre el individuo y el resto de la sociedad. La seguridad absoluta es inviable, pero en el camino vamos perdiendo cuotas, voluntariamente las más de las veces, de libertad.

Los movimientos de indignados fueron un soplo de aire fresco, sustituyendo o pretendiéndolo, la democracia parlamentaria por la asamblearia de las plazas, pero la ausencia de líderes iniciales, que asegura su pervivencia, es a la vez la que impide llevar a cabo acciones de cambio prácticas. Algunos líderes, como los de Podemos, así lo han entendido, aunque paradójicamente eso les hace derivar hacia lo que critican: la forma de acción de los partidos convencionales, la casta. Los partidos no es que deban cambiar, es que no poseen los instrumentos de cambio. Los españoles, por ejemplo, no tenemos problemas esencialmente distintos a los del resto del planeta, así que desde dentro no podemos cambiar las cosas, nuestros problemas son globales. Tampoco existen ya, si es que han existido alguna vez, territorios homogéneos, así que los nacionalismos son un espejismo absurdo; el conflicto entre identidad tribal y ciudadanía está servido.

Las redes sociales son esencialmente ilusorias, no son espacios de debate, sino de comunicación fácil entre los que opinan lo mismo; es un activismo de sofá que no modifica nada. Y crea una ilusión de comunicación y de relación social que no es tal. Las redes, como las religiones en otros tiempos, son el opio del pueblo. Las redes son sustitutas de las comunidades, pero no son comunidades. No precisan habilidades sociales, un simple clic añade o borra amigos, son placebos en la lucha aludida del individuo con el resto de la sociedad, reuniones de aislados que se creen relacionados. El diálogo no es hablar con la gente que opina lo mismo que tú, sino con el que difiere, como el papa Francisco cuando acepta entrevistas de periodistas ateos (Eugenio Scalfari, al que concedió su primera entrevista tras ser elegido el pontífice). Las redes sociales no amplían horizontes, te encierran en una burbuja de confortable aquiescencia donde sólo se oye en eco de tu propia voz, una voz que clama en el desierto.

¿Mis soluciones? No tengo, sólo sé cuáles no lo son. Sé qué me produce el mayor placer estético, la contemplación e inmersión en eso que se ha dado en llamar 'naturaleza' y que está en contínuo retroceso. Y sé lo que me produce mayor placer intelectual: el conocimiento. Por eso paseo, con mis hábitos de naturalista o biólogo de campo a cuestas, y por eso leo (y por eso escribo, en medio de este desierto de mis escasos lectores: para poner orden en mis ideas). Con eso no cambio nada a mi alrededor, pero me cambio a mí mismo, por algo se empieza, porque soy lo opuesto a un revolucionario, me falta su optimismo. Yo soy mi red social, pero a veces disiento de mí.


7 comentarios:

  1. 1. Nunca hubo tanta libertad (aunque nos parezca poca la que disfrutamos y que todavía muchos, muchísimos apenas tienen nada))

    2. La foto no es de una dehesa, ni de La Moraña, es de un monte "semi-comunal" (recuerda lo del suelo y el vuelo) de la Sierra de Ávila.

    Salud

    Valeriano

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Nunca hubo tanta gente con tanta libertad, ni tanta gente carente de las más mínimas; es lo que tiene que seamos 7.000 millones.

      Mi definición de dehesa, la que figura en mi libro sobre ellas y la aceptada en ecología y geobotánica es la de un monte hueco o adehesado, con arbolado espaciado en forma de ‘parque’ sobre pastizal, no la que tu utilizas derivada de la toponimia.

      Aceptada lo de La Moraña, es que ese día viajamos por muchos alrededores próximos

      Eliminar
  2. Tío, que análisis más lúcido, y qué bien expuesto. Sé que hay mucha gente que no lo compartirá, pero también estoy seguro de que ninguno de ellos podría rebatir con argumentos válidos nada de lo que dices. Es todo no solo cierto, sino innegable. Para no compartirlo hay que haber decidido de antemano, por pura voluntad, no compartirlo. O sea, hay que no quererse enterar.

    La conclusión a mí no me parece tan pesimista. Pienso desde hace mucho que no es posible cambiar el mundo sin antes cambiarse a uno mismo. Solo llegar a esa conclusión me parece ya un gran paso. Y hay no muchos, pero tampoco tan pocos, ejemplos de gente que, tras cambiarse a sí misma, se ha puesto a cambiar cosas en el mundo, con resultados modestos quizás, pero con resultados. La cosa, pienso, va por ahí.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias. Los verdes holandeses, con los que colaboré hace décadas, tenían un eslogan que decía que si querías un mundo limpio comenzarás por barrer tu propia puerta. No estoy seguro de que eso sea así, porque precisamente el mundo está interrelacionado y nuestras basuras van a parar a los países pobres o se diluyen por el resto del planeta, pero sí estoy de acuerdo de que todo comienzo de transformar el mundo comienza en uno mismo.

      Eliminar
  3. Más o menos de acuerdo, aunque debo reconocer que para mí los indignados, antes que líderes, necesitaban buenos criterios. Sólo así se explica su tonteo con ciertas supercherías de "izquierdas" como las biodanzas o el reiki.

    Sobre el tema de la libertad y la seguridad... A mí me rechina esa, ¿elección? A lo mejor digo algún disparate, pero es mi opinión que nadie en esta vida elige entre seguridad y libertad, y que si alguien nos plantea esa elección, o bien quiere engañarnos, o bien (en realidad peor) él mismo está engañado.
    Normalmente, esta elección se nos plantea de manera en que se nos intenta convencer de que, si vamos a nuestro aire, corremos peligro y SÓLO SU OPCIÓN ES SEGURA. Pues bien, a eso respondo que para mí la libertad es la posibilidad hacer lo que desee, y que esto incluye mi implícita seguridad personal; y que si entendiera que una opción es insegura o peligrosa, lo más instintivo sería evitarla... Y en esto no se puede decir que haya mucha elección, porque en realidad es supervivencia, pues sólo si sobrevivo seguiré siendo libre. De hecho, con el tema de las amenazas terroristas es donde mejor veo eso: algún gobierno pretenderá que sacrifican libertad por seguridad, pero en realidad es lo contrario: como no se sienten seguros, se sienten obligados a poner controles policiales en el centro. Es la falta de seguridad la que precede la falta de libertad.
    Este discurso de la elección a sabiendas peligrosa me parece desenfocado cuando no arrogante: parece que algunos han sublimado la elección SIN IMPORTARLES LAS CONSECUENCIAS, lo que no creo que sea lo que se hace corrientemente. No discutiré que, a lo largo de la historia, algunos han tomado esa opción, pero normalmente lo han hecho por otros o por alguna causa que en su fuero internos han considerado merecedora de dar su vida, lo que merece mi respeto... Pero tampoco creo que tener al mártir como modelo sea lo más sensato como estándar.
    Perdón por la perorata. Si alguien cree que me equivoco y el discurso conocido es correcto, le agradecería que me iluminara un poco.

    Las redes sociales, si se usan mal, crean en efecto pequeñas "sectas", y lo pongo entre comillas porque no existe un aislamiento físico, como describe la etimología.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy más o menos de acuerdo en que la disyuntiva entre libertad y seguridad es falsa si se plantea en términos maximalistas, pero sólo en parte si se desciende a lo concreto, quiero decir que, en cierto modo, para obtener más seguridad concreta, por ejemplo en un vuelo de avión, haya que prescindir de ciertas libertades también muy concretas, por ejemplo, llevar armas.

      Eliminar
    2. Llevas razón, se podría hablar de seguridad "bayesiana": restringiendo ciertos grados de libertad, te queda gran seguridad, cierto.

      Eliminar

Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía