miércoles, 22 de mayo de 2019

Paseo





Me topo con un habitual. Es un saxofonista y su perro. El instrumento y los aullidos del perro están afinados a la par. El resultado es absolutamente irreal, insólito, genial. Hablamos sobre la edad de su perro; es más joven que el saxo. Voy de flâneur, bajo los auspicios de mi querido Baudelaire, de paseante divagante y vagabundo. Afinar la mirada, aprender a observar y luego preguntarse. A la altura de Atocha que pocos saben que es esparto en vascuence (Stipa tenacisssima).

Cuando paseo, como buen seguidor del Baudelaire del Spleen de París —esos maravillosos Pequeños poemas en prosa, que es cómo fueron titulados póstuma y originalmente al final de la edición de sus obras completas de los que se cumplen este año 150— miro y observo para ver, divago por mi itinerario, incurro en la melancolía, acecho la estupidez hipócrita, pero también atisbo la belleza, esa  otra forma de verdad. No noto como me atraviesan los neutrinos, esas insidiosas partículas tan elementales que no tienen carga ni masa. En cambio siento el paso, la sensación del paso del tiempo, sobre mí y sobre lo que me rodea. Donde había una tasca maravillosa ahora hay una tienda de telefonía móvil perfectamente prescindible: los esmarfones te dan respuestas a preguntas que no te haces, yo me hago preguntas que no me pueden responder esos trastos tan indispensables como prescindibles si nos paramos (o seguimos andando, no pasa nada) a pensar un poco, porque siguen al pie de la letra la señalización de Thackeray, tan visionario, en la Feria de las vanidades: la gente necesita una cosa, por consiguiente se le suministra, o bien, a la gente se la suministra una cosa para que termine necesitándola.   

A la puerta de una iglesia fea pero digna dos mendigos se arropan en sus escaleras, como si nunca hubiera concluido la Edad Media, y es que no ha acabado, al menos en lo que a religión y moral se refiere. Las cacas no recogidas de los perros me mantienen alerta por donde piso, pero la aversión me la despiertan otras cosas, incluidos los dueños de perros que no se molestan en recogerlas. Las robinias están en flor, los castaños de Indias también alzan sus panículas que en los tratados antiguos de botánica se llaman tirsos, y Tirso de Molina, su plaza, anda cerca; me pregunto si habrá una relación etimológica, siempre tan creativa y poco de fiar. 

Paseo vagamente. Lo hago vagando: vagandando. Procuro pensar globalmente y actuar localmente, como recomienda la máxima verde y que no sólo incumplen los políticos de toda laya, sino que practican la inversa: piensan localmente: las elecciones próximas, las buenas relaciones con los de “arriba” de su pesebre que les aseguran su pienso (luego no existen, pero se sienten, al revés que los neutrinos) y por consiguiente actúan dejándose llevar, pero fingen retóricamente y así lo proclaman que piensan globalmente, que el hambre en África es un tremendo problemón mientras votan a favor de las vallas asesinas y las devoluciones a ese hambre del que huyen los oriundos. Mientras, los poderes financieros (redundancia) piensan globalmente y actúan globalmente, pero también muy pero que muy localmente: en su exclusivo y propio ombligo, es decir, su buche y su repleta faltriquera. El feminismo, exitoso, y el ecologismo (abducido por modas verdes) son planteamientos globales aunque actúen a menudo localmente (y eso no basta, hay que actuar también globalmente). Por eso son tan detestados por los nacionalismos identitarios (redundancia), que son enfoques locales y ombliguistas, miopes egoistas. Ahí están, en todas partes, como los malvados dioses que son, Google, Facebook, Amazon y Microsoft. También Shell, Exxon, Chevron y BP, mientras desaparecen Mantequerías López y Zapatería Hermanos Hernando, no digamos la alpargatería La moderna (ironía) que elaboraba con ese esparto que da nombre a la plaza de Atocha cuya estación de metro ha sido cambiada de nombre sin piedad ni respeto por una superflua Estación de las Artes, para satisfacción del turismo de masas; otra actividad comercial expoliadora (llamarla ‘industria’ es un exceso) que deja casi todos los beneficios fuera del ámbito que destruye. Todo es capitalismo, economía de mercado, del mismo modo que Donald Trump o Bin Laden son tan seres humanos (aunque no 'tan humanos’) como Nelson Mandela o Niels Bohr. 

Frente a la libertad y la educación que nos hará libres, o el más modesto del que contamina paga, el que contamina se enriquece, como el que destruye la belleza, que es lo mismo que destruir la verdad. Ambas cosas se practican simultáneamente, y nos empobrecen a todos los demás no sin antes hacernos más bobos (y tomarnos por tales). Entro en la mantequería a comprar cuarto kilo de alubias de Tolosa. Donde comen dos comen cuatro, se decía antes. No, donde comen dos muy bien pasan hambre cuatrocientos.


8 comentarios:

  1. Denso y relajante, con pizca de pesimismo activo.

    Valeriano

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    1. Pesimismo activo, eh? Soy pesimista si miro al futuro (claro, no lo miro, me lo imagino con lo que veo hoy) y soy optimista si miro al pasado, porque es evidente que hace poco tiempo la esperanza de vida y las posibilidades de felicidad de la mayoría de gente casi en cualquier sitio eran mucho menores. Pero también pienso que hay rasgos en el ser humano que no han mejorado y que serán más peligrosas que nunca.

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  2. ¿Cómo vas de salud? De mente sobrado y genial, como siempre, eso es un dato objetivo. En lo que a mí respecta, regular tirando a mal. Resulta que algunos/as de los que se creen mariposas continúan siendo capullos.

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    1. Voy bien, gracias.

      Así que capullos. En Argentina se dice que los boludos son jodidos no tanto por ser boludos sino por ser muchos. De todas formas, a todos nos iría mejor si fueramos más exigentes con nosotros mismos y más tolerantes con los demás, ¿no crees? Es mi versión más realista del cristiano poner la otra mejilla, de imposible cumplimiento. Ánimo.

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  3. Desde luego, a mí no me queda mayor remedio que decir: la globalización, así, no. O nos beneficiamos todos o rompemos la baraja... Pero es que las multinacionales tienen millones de barajas.

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    1. No sólo es que las mutinacionales tengan muchas barajas, sino que no les interesan en principio las personas, salvo como consumidores y productores sumisos

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    2. Las multinacionales y el capital internacionalizado no son ONG

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  4. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía