lunes, 17 de febrero de 2020

La protesta del campo es la protesta de la Tierra



Sólo como tomates con sabor a tomate durante los dos meses de verano que me proporciona mi vecino Sinfo cuando estoy en el pueblito.


No se pueden estudiar los agujeros negros o la expansión del Universo a simple vista, se precisan incluso instrumentos más allá de los telescopios comunes. Igualmente, no se puede analizar los problemas agrarios y del campo español sin ampliar la panorámica y a la vez profundizar el punto de vista.


Por supuesto que esta crisis está provocada por el capitalismo, pero ver tan solo el proceso por el que los precios originales se incrementan en la cadena hasta el consumidor por los intermediarios  es, vuelvo a repetir, como indagar los límites cósmicos con anteojos de teatro. El problema es más grave y global y se basa en sustituir una cultura, la campesina en declive, por otra, el capitalismo expoliador con los campesinos como rehenes de ese expolio.


Hace escasas décadas España era un país eminentemente rural y campesino. Durante la dictadura franquista y superado el periodo autárquico de la primera posguerra, ese dominio fue revirtiendo a favor de las ciudades, reclutando mano de obra barata dentro de ese campesinado. Hoy, por supuesto, el número de trabajadores agrarios es netamente inferior, por ejemplo, al de los funcionarios de las diversas y múltiples administraciones. Además, como veremos más adelante, se cambiaron las formas de producción agraria bajo el epígrafe interesadamente confuso de la modernización del campo que supuso el abandono de prácticas consuetudinarias, de razas ganaderas autóctonas y de variedades y semillas igualmente propias, así como la mecanización de las tareas agrícolas, con la consiguiente dependencia del petróleo, los fertilizantes no orgánicos y lo plaguicidas. El paisaje cambió, los ganados extensivos y pastando a diente pasaron a estabulados y dependientes de granos y forrajes importados, se inició un camino de dependencia cuyos costes, que seguimos pagando, fueron sobre todo a recaer en esos mismos campesinos. En España, además, no hubo, como sí en la vecina Francia, una revolución agrícola y siempre fue un sector menospreciado —villanos, paletos— por el influyente mundo burgués y urbano. Nuestros campesinos ya no fueron considerados productores sino clientes de una mega industria monopolística.


A escala menor aunque grave, los precios que recibe el campesino por sus productos a veces ni cubren los costes y los intermediarios que cubren el recorrido del producto hasta los consumidores consiguen multiplicar el precio de venta final varias veces, hasta un 600 por ciento en las naranjas, las patatas o los tomates. En muchos casos, además, las grandes superficies practican el mafioso sistema del ‘dumping’, es decir, venden por debajo de precio de coste para así incentivar la compra de otros productos con ganancia sobrada. La gente del campo está recibiendo por sus productos precios de hace décadas en tanto que sus costes, cada vez más crecientes, son los actuales. Eso les condena a una semipobreza que se une a la falta de servicios del medio rural y explica en gran parte el fenómeno de la España vacía o vaciada, como gustéis. Sin embargo, son esos campesinos los que nos alimentan y no las grandes corporaciones ni multinacionales de la alimentación, la agricultura, los abonos y fertilizantes o las semillas. Y ahora voy a lo que considero substancial y más grave.


El campo español se ha visto inmerso en una ‘modernización’ obligada que incluía varios frentes: la sustitución de variedades cultivadas, semillas y razas ganaderas tradicionales por las impuestas pos las grandes corporaciones que no por casualidad son mucho más dependientes de los agroquímicos, fertilizantes y pesticidas y que además, al ser infecundos, exigen la compra de semillas supuestamente mejoradas en cada temporada de siembra. Además se genera una dependencia insólita en la larga historia de la agricultura desde el Neolítico por el petróleo a través de la mecanización y a menudo se arrasan lindes y sotos con la exigida concentración parcelaria para que las grandes máquinas, menos versátiles que mulas o bueyes, actúen.


Como la vivienda, la comida ha dejado de ser un derecho para convertirse en un producto y un negocio. Eso también explica las revueltas recientes e inestabilidad social de esos aumentos de precios de los alimentos, como Túnez, Sudáfrica, Camerún, la India y treinta y tantos países más. El sistema alimentario está muy huérfano en gran parte del mundo en aspectos tan mentados como la sostenibilidad, la justicia y la paz.


Como señala Vandana Shiva el paradigma industrial dominante, que no es el que realmente alimenta a la humanidad, ha conducido al desplome de los sistemas tradicionales agrarios y alimentarios y no por accidente, sino como parte del propio sistema. Es la ley de la explotación, que trata al entorno de forma mecanicista, como si fuera una máquina y a la naturaleza como una cosa, una cosa inerte. En el centro de este paradigma tecnoindustrial se sitúa al ser humano como independiente de esa naturaleza de la que en realidad siempre formó parte. Además los elementos de ese sistema se consideran independientes entre sí, la semilla del suelo, el suelo del vegetal o el ganado, el vegetal del alimento y el alimento…de nuestros cuerpos. El capital y las corporaciones son el centro intocable de su modelo económico. 


El paradigma de esta agresiva agricultura industrial, como no podría ser de otra forma, es la guerra. De hecho, se emplean para destruir la naturaleza los mismos agentes químicos que se utilizaron bélicamente en las últimas guerras, lo que supuso la continuación productiva de esas fábricas una vez se llego a la paz (Vietnam): pesticidas y herbicidas. Por su parte, las plantas manipuladas genéticamente se ven absolutamente dependientes, como he señalado, de ser repuestas cada siembra (tienen patente y no se producen en la naturaleza) y altamente dependientes de insumos derivados del petróleo. Conocimientos ecológicos sobre los ecosistemas y la diversidad se ignoran por completo. La salud de la gente y del medio se ven gravemente perjudicadas (a la vez que gurús variopintos nos venden dietas sanas y el mercado alimentos enriquecidos con fármacos y vitaminas). La guerra mientras llega a nuestros platos, a nuestros cuerpos y a nuestros campos con una nueva especie en grave peligro de extinción, el campesino y toda su cultura milenaria. La ciencia podría aliarse con esa cultura en retroceso, pero es una ciencia especializada, bélica la que la combate y extingue.


En relación con la ganadería otro tanto. Se sustituyó el modelo tradicional basado en rústicas razas autóctonas poco exigentes muy sobrias, adaptadas al medio y extensivas, por razas supuestamente más productivas, estabuladas y exigentes. Y lo que era fertilización semoviente por medio de sus excrementos repartidos por los pastos se convirtió en… contaminación orgánica en los establos y granjas industriales. ¡Qué bien! Donde había una solución se creó un problema. Pasa mucho.


¿Hay solución? Sí. Hay otro paradigma nuevo, emergente, ridiculizado a veces que respeta los tiempos, el entorno y su adecuación a los ciclos naturales que se rige por una ley antagónica de la anterior, a Ley de la Devolución, del cierre de los ciclos en la que los seres vivos toman y dan en pie de igualdad de condiciones. Este paradigma se centra en la Tierra y en los pequeños agricultores (sobre todo las mujeres que son las que alimentan al 70 por ciento de la humanidad). Reconoce el potencial de las semillas fértiles, que el campesino guardaba una parte para el siguiente ciclo, y de los suelos fértiles y de la enorme variedad de plantas que nos sirven para alimentarnos.


En el paradigma explotador al mundo lo alimenta el petróleo, los pesticidas, los fertilizantes químicos, los aditivos, las semillas patentadas de las corporaciones, el agronegocio y la biotecnología. La realidad, sin embargo, es que sólo un 30 % del alimento procede de este sistema. El 70% restante a nivel mundial procede de pequeñas explotaciones y sin embargo, la agricultura industrial es causante del 75% del daño ecológico que se infringe al planeta. La agricultura industrial aún no alimenta al mundo, eso es un mito difundido por sus propagandistas.


La agroindustria esta aniquilando a los polinizadores y la entomofauna beneficiosa. “Cuando desaparezca la última abeja, desaparecerá la raza humana”. ¿Sabéis de quién es esta frase?, de Einstein. Qué paradoja aparente que los fertilizantes sintéticos acaben con la fertilidad del suelo porque matan a la microfauna que la constituye. Además contamina el agua y erosiona la superficie terrestre. Y por supuesto, representa el 40% de los gases de efecto invernadero responsables del calentamiento global. La agrodiversidad puede que haya disminudo en un 90% por extinción de variedades locales cultivables.

Mientras, el problema mundial del hambre sigue sin solucionarse a pesar de venderse el modelo industrial como el milagro alimentario. Mil millones de personas pasan hambre continuamente (¿cómo será eso?, se pregunta este privilegiado del mundo desarrollado y despilfarrador), y otros dos mil millones sufren enfermedades relacionadas con la mala alimentación, como la obesidad, que suelen padecer las clases desfavorecidas de ese mundo rico. Los que consumen esa comida basura procesada, los “macdonalizados”. Esa agricultura industrial que contribuye en un 25% al sistema global alimentario, pero consume el 75% de los recursos, tiene la desfachatez de presentarse como ‘más eficiente’.


Sí, necesitamos más justicia para nuestros campesinos, para todos los campesinos que nos alimentan. Pero eso no implica sólo unos precios más justos para sus productos. Implica plantar cara a las grandes multinacionales relacionadas e implica cambiar de paradigma, aprovechando los saberes empíricos campesinos que aún se mantienen pese a todo y sinérgicamente con una ciencia holística, una verdadera ecología o agroecología. Veo muchos tractores en las manifestaciones, tractoradas es el nuevo término acuñado. Me entristece porque esos tractores no son sino un símbolo de la enorme trampa en la que han caído nuestros campesinos, son su condena.

7 comentarios:

  1. Me quedo, de momento, con una de las frases finales: la trampa de los tractores. El campo español (posiblemente otros también) está "sobrecapitalizado", es decir, en términos estrictamente "capitalistas", sobran tractores y, por tanto, costes. Uno de los problemas del campo es que ni es capitalista (en términos de racionalidad capitalista) ni todo lo contrario, es una amalgama organizativa de dificil gestión. Todo va liado: el campo se descapitalizó en términos de fuerza laboral hace décadas y hoy se muere con una población activa rayando los 60 y sin recambio. Y lo grave es que las respuesta a las tractoras posiblemente esté en manos de indocumentados... Ideas! Por favor, ideas!

    Valeriano

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    1. De acuerdo. Envejecimiento y sistema caótico: ni capitalista (salvo la agroindustria monopolística) ni autárquico, sinomezcla confusa

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  2. Haces aquí un análisis muy completo y "global" del problema agrario. Y, como dices, la solución pasa por un cambio de paradigma. Pero, ¿no serían posibles soluciones concretas a problemas concretos? Lo que los agricultores reclaman es su parte del pastel. Que el precio que el consumidor paga en los supermercados sirva para que ellos, al menos, puedan vivir dignamente. Y no solamente para que se enriquezcan los intermediarios.

    En Valencia, como dices, ya apenas hay gente que pretenda dedicarse profesionalmente al campo. Los que quedan son mayores y, muchos, prefieren abandonar la tierra a trabajarla para, temporada tras temporada, apenas cubrir costes. ¿No sería posible regular el comercio de la fruta y la verdura para evitar esta situación?

    Otra cuestión es la deslocalización. En la producción industrial, la deslocalización produce desempleo y explotación. En la agricultura, si un comerciante valenciano vende naranja marroquí como si fuera valenciana está desprotegiendo el producto autóctono y, a la larga, destruyendo la cultura agrícola de la zona. Y, al parecer, no existen mecanismos de control para evitar situaciones así.

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    1. Tienes razón y estoy de acuerdo contigo, pero a estas alturas se habrá notado que he tomado como pretexto las protestas de nuestros agricultores para hablar de una crisis alimentaria mucho más global. En cuanto a la que aludes, las soluciones supongo que pasan por controlar la cadena de distribución, pero me llama la atención que nunca se aluda a la responsabilidad de los consumidores. Mientras éstos prefieran los ‘chollos’ con los que les engatusan las grandes superficies al comerciante local y al productor de proximidad, serán compinches de esa trama mafiosa, al igual que lo son los ciudadanos en su calidad de votantes cuando votan por gentes impresentables

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  3. Ahora que se asento el polvo. ¿Es cierto que la mayor parte de Europa era boscosa en el neolitico? Yo se lo escuche a Italo Calvino, quizas no sea la mas sólida fuente.
    ¿Y en España también? ¿Se podra pensar en convertir tierra de agricultura en bosque?

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    1. La mayoría de Europa era boscosa como demuestran los análisis polínicos y hasta documentos históricos. España es diferente, con un clima más seco la vegetación era esclerófila y más dispersa en forma de bosquetes; probablemente el nombre de La Mancha provenga de eso.

      La recuperación boscosa no es fácil si se pierde la fertilidad del suelo.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía