lunes, 20 de diciembre de 2021

Yo no quiero salvar el Planeta

Ni los zorros ni las mofetas, animales emblemática y justificadamente malolientes, se cagan en sus propias madrigueras. Nosotros sí. Y en ese sentido el futuro, nuestro futuro, está cargado de incertidumbres. O de indeseadas certidumbres para algunos pesimistas.

¿A dónde vamos? (El diablo se rie burlón, apoyado contra la puerta que da a este universo plano, más plano que el de los terraplanistas. O más bien aplanado).

Ni idea

Este es el primer principio de incertidumbre, y no el de Heisenberg. Y contradictorio, porque el futuro por definición no está escrito, pero tiene muy mala pinta.

Sin embargo, podríamos empezar por sentir curiosidad (por la pregunta y por todo), en lugar de miedo, en un extremo, o de satisfecha indiferencia (después de mí, el diluvio), en el otro.

Así que no estaría de más expresarse correctamente. Qué coño (perdón, es homenaje ambiguo al enigma femenino) es eso de “¡Salvad el planeta!”. Insectos oportunistas (cucarachas, no bellas mariposas) y bacterias lo aguantan todo, hasta a nosotros, incluso viven de nosotros, y muchos otros organismos mejor sin nosotros, así que el planeta se salva solo y mejor sin nosotros. Los que nos tenemos que salvar, al menos como sociedad, somos los humanos, aunque también nos acompañan en nuestro previsible declive, anticipándose, numerosas otras especies singulares, como tigres, osos, ballenas, scuoyas y un preocupante y crecientemente largo etcétera ¿Culpa de todos nosotros, del ser humano en su locura, etc…? No, sólo de algunos, los que realmente deciden. Al resto consumista con suerte de nosotros (los pobres pobres no cuentan) se le suministran cosas, por consiguiente las "necesitan". Ya está bien de repartir la responsabilidad entre todos, pero los beneficios de tanta locura suicida sólo entre los pocos avispados. Si quieren lo pueden llamar el Mercado o el Capitalismo, aunque la economía planificada del pasado comunista también hacía lo mismo de forma algo distinta, de modo que el Lago Baikal y el de Michigan terminan contaminados con las mismas pertinaces porquerías.

En fin, después de mi formación académica en biología y ecología que me ha hecho durante décadas sobresaltarme, cuando no enfurecerme, por las simplificaciones de cierto ecologismo, me doy cuenta de cuál es el calificativo que me cuadra. Soy un anti-antiecologista, como soy un anti-anticomunista y como soy un anti-antitaurino. O sea, que no soy ecologista, pero menos aún lo contrario, al igual que el anticomunismo me hace sentir próximo a esos honestos militantes comunistas que no tiraron la toalla ni siquiera cuando el Gran Bigote superó cuantitativamente en víctimas a Pequeño Bigote.

Volviendo a los zorros y mofetas, que no son especialmente guarros pero nos huelen mal (como a mí me huele mal cuando cojo el ascensor después de la perfumada vecina del quinto), los chicos que hacen botellón en el parque y tiran bolsas y botellas al suelo a escasos centímetros de las papeleras, se justifican diciendo que así dan trabajo a los barrenderos. Con la misma lógica de reducción al absurdo, podriamos ir matando gente por la calle para dar trabajo a los enterradores. Y lo cierto es que nos estamos enterrando. Lo que explica el entusiasmo empresarial de tantas políticas medioambientales, descarbonizadoras y demás.  

Pero, por favor, dejad de decir eso de salvad el Planeta y pongámonos a salvarnos nosotros. Si es que aún tenemos a mano suficientes papeleras.

 

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía