jueves, 25 de agosto de 2022

Verano

 


Se cumplen años, a más velocidad que en la infancia que en un solo verano se recorría toda una vida. Pero ahora he descubierto el epitafio de aquel cura piamontés: ahora me toca a mí, pero no me enfado si alguien quiere pasar primero. He pasado un mes largo y un largo mes de agosto con mi madre de 93 y ni perra de dos en la casa del pueblo al pie de Gredos. Es una escala de uno a mil, dos mil metros de altura al fondo a 20.000 metros de distancia en línea recta. En ese espacio, en ese tiempo he leído mucho y paseado poco por culpa del calor. Las otras lindes más próximas han sido el laurel macho del jardincillo del norte de la casa, que planté ignorante de su sexo, y el laurel hembra del gran patio delantero presumiblemente sembrado por un pájaro y que compite valeroso con la liana del jazmín y la sombra de las parras. En la casa no hay televisor, está en el pajar donde el calor y la inane programación me hacen desertar. El precio del gas, los incendios, la guerra allá arriba, siempre lo mismo, desventuras que solo aprovechan a los mismos, que solo aprovechan a los príncipes. Además del calor, atenuado por los anchos muros de la casa, los días de fiesta han sido un horror, por fortuna pasajero, que hacían huir el sosiego, la soledad y el bendito silencio, dale a un imbécil un altavoz y convertirá el paraíso en un infierno. Ruidosos dispépticos chavales, que no son ni de aquí ni de allí, periféricos comedores de la manzana equivocada. Así que me dirigía muy temprano a la Dehesa Calabazas junto al embalse, milagrosamente lleno, donde ya no vi las espátulas de febrero pero sí un flamenco aislado por la dispersión después de la cría, completamente blanco porque en estas aguas no hay artemias que le presten el rojo. Además tras las fiestas han desaparecido de las calles esas metástasis de chapa como llamaba Von Rezzori a los autos. También he leído los dos libros de evolución de Millás y Arsuaga, y como en la mente del principiante hay muchas más posibilidades que en la del experto, y como las preguntas son siempre más sugerente que las respuestas, me ha gustado más la parte del primero que la del segundo, con el que a veces ni estoy conforme. Sin necesidad de incendios el campo está calcinado, los veneros secos, desaparecidas hasta las pocas hierbas que delatan la humedad. Este otoño habrá menos uva y menos bellotas, menos vino y menos jamón. El nombre de este verano, que merece un bautismo como los huracanes y las grandes tormentas, es Bochorno. Ansío ya el otoño y echo de menos la ciudad, como un diabético la insulina.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía