A ver. Una anciana sabia y
políglota que no va a llegar a vivir el final de la guerra, escucha por la
radio desde una remota aldea de serbia a Mussolini, a Hitler, a Stalin y demás
lunáticos. Y más que las horribles palabras, que las insensateces proferidas del
modo más ufano, lo que más la enervaba (a ella igual que a mí si hubiera estado
en su caso, quiero creer) era el rugido de los adeptos que los vitoreaban. Esta
anciana, una verdadera bruja buena, me transmitía la mejor enseñanza para
relacionarme con el resto de seres humanos; una enseñanza mucho más matizada
que la del infierno son los otros del filósofo francés. Me decía que me guardara
de ésos a los que llaman grandes líderes, pero más aún de la euforia colectiva
que suscitan. O de su enojo, indignación, como la de esas horrendas masas linchadoras
(porque no los dejan…) que se agolpan a las puertas de los juzgados y juzgan
antes de que el reo lo sea, juzgado. Con la radio puesta, mientras planchaba,
mientras uno de esos héroes arengaba a las masas (nada que ver con un grupo de
personas) me enseñó, a través de sus artes mágicas y a través del espacio y del
tiempo la palabra monstruo. Y ahora tengo una aquí mismo, en mi misma ciudad,
animal humano femenino, que gustaba de definirse la pintora Leonora Carrington,
aunque esta tiene menos de humano.
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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía