viernes, 13 de abril de 2018

El dedo de ET: amor a la patria y esperpento



Alguien que no es Blancanieves pero sí quizás su madrastra, se mira todas las mañanas en un espejo deformante porque no tiene otro: sus enormes narices y orejas, la boca desmesurada, los ojos saltones, las piernas raquíticas y el torso en tonel. Se rie. Hasta que descubre que el espejo es normal; el que no es normal sino muy feo es el que se refleja en el espejo. Esperpento. No se abusa del término cuando se aplica a la España de entonces o a la de ahora mismo, quién sabe si a la del futuro. El guiñol de los felices veinte de Valle-Inclán siguió el siglo, nutriéndose de personajes como Tejero, Milans del Bosch... para llegar a la vejez cinegética y putañera del rey Juan Carlos, elefante por allí, cortesana por acá, y al presente con esos ministros de una democracia laica concediendo medallas a la virgen y cantando soy el novio de la muerte mientras evaden dinero que saquean de los servicios públicos a paraísos fiscales. El esperpento se define como una deformación exagerada de la realidad, pero, ¿qué pasa cuando es la mismísima realidad deforme? ¿Nos reímos o nos asustamos? Valle-Inclán era un retratista demasiado fiel con la realidad, incluso complaciente, la embellecía.

Yo creo, y no soy el único, que la nostalgia es revolucionaria contra lo que se podría pensar apresuradamente. Son los pragmáticos, los que sólo viven el presente, los auténticos reaccionarios. El revolucionario nostálgico toma del pasado las lecciones para mejorar el presente. Lo decía Pasolini, “El pasado es la única crítica completa del presente”. Los jóvenes, como es lógico no tienen nostalgia porque aún no tienen historia ni memoria, pero los viejos debemos saber usar la nostalgia no para lamentarnos, como los reaccionarios pragmáticos que ignoran todo tiempo que no sea el suyo, sino para criticar y cambiar y mejorar lo que no tiene de bueno el presente, y así, junto a los jóvenes, ser una fuerza de cambio. Contra Franco vivíamos mejor porque aparte de ser algunos mucho más jóvenes teníamos menos dudas. Los que leyeron mal, casi todos, el nihilismo anarcoide de Nechaev se tomaron al pie de la letra aquello de cuanto peor, mejor. Lo tomó literalmente la ETA cuando se puso a asesinar a militares y policías y sobre todo a sus mujeres e hijos, a ver si se producía un levantamiento que empeorara y removiera todo. Pero lo peor eran ellos, la ETA. 

Ahora esa lección mal aprendida y siempre repetida hasta el próximo curso la han adoptado los independentistas catalanes con la impagable colaboración de su espejo, los españolistas del gobierno de España. Cuanto peor, mejor. Quemamos neumáticos, cortamos peajes, zapateamos encima de los automóviles de la guardia civil (me gustaría verles hacer eso en tiempos del dictador), montamos referendums en cubos de basura, expulsamos a las empresas, sobre todo: ignoramos a la mitad más uno de los catalanes, no respetamos nuestras propias leyes de autogobierno y menos  todavía las de todos y especialmente la constitución. Con que sí, pues os acusamos de rebelión armada, de terrorismo, de sedición, de malversación de caudales, os metemos en la cárcel a la espera de juicio y os anulamos todo derecho cívico como concurrir a una elección. Es como si cuando existía verdadero terrorismo en España, el de los tiros en la nuca y las bombas, el Estado hubiera reaccionado sólo con guerra sucia, los GAL y demás. Una forma de reforzarse mutuamente, o de descalificarse mutuamente, una forma efectiva de cuanto peor, mejor. Para que todo mejore, es preciso que antes sea mucho peor. Ese parece ser también el lema de estos chicos de la CUP, tan ignorantes de la historia. El terrorismo blanco de despacho, la contrarrevolución es tan lamentable como la revolución nihilista, con ministros ladrones (o consellers de la Generalitat), con policías brutales (o mossos igual de eficientes en la tortura), con patriotas de ambos bandos a cual más cerril. La provocación nihilista y su respuesta de despacho, antes de ministerios, ahora de fiscales y jueces. Envilecidos ambos bandos, ambos bandos estúpidos, aliados a ladrones, con utopías decimonónicas a las que llaman democracia. Y el noble pueblo, cuando se harta, vota a Rajoy.

El simpático y queloniáceo alienígena ET señalaba con su largo y luminoso dedo hacia el sector del cielo estrellado donde se supone que está alfa centauri (o según otras nomenclaturas más poéticas, Rigel Kentaurus), y decía eso de “miii casaaa”. El recuerdo es el único camino a casa. Lo saben muy bien los voluntariosos y heroicos migrantes forzosos que intentan llegar a este geriátrico que se llama Europa. En cambio, parecen ignorarlo esos nacionalistas que se supone que aman tanto al pedazo de tierra en el que por azar han nacido. Los primeros intentan superar fronteras, abrirlas en todos los sentidos; los segundos, reforzarlas o crearlas donde todavía no las hay. El patriotismo no como amor al sitio natal sino como odio al de al lado, es decir, no sólo la patria como último refugio de los canallas -como decía Ambrose Bierce- y de los ladrones, sino de los estúpidos. La patria no como nacida del amor, sino del miedo, como rivalidad, como agresión, como narcisismo, como ambiente prebélico… Mientras el universo sigue en expansión, nos cuentan los cosmólogos, estos patriotas se empequeñecen, se aíslan. 

¿Qué es el patriotismo, odio o amor?, ¿en qué consiste realmente este amor a un país?, ¿cómo nace esa lealtad anhelosa sin fisuras sin dudas, tantos novios de tanta muerte, creando atmósferas cada vez más enrarecidas y tóxicas?; ¿cómo, si ese amor es verdadero y no una actuación de plañideras, se convierte tan fácilmente en la cortina de humo que elevan los tontos útiles para ocultación de los canallas, y en cualquier caso en fanatismo tan vil y tan insensato? ¿Cómo odia uno a un país, o lo ama? Yo conozco gentes, ciudades, campos, bosques, montañas, ríos, costas, idiomas distintos, rostros diferentes e iguales, acentos, entonaciones, conozco cómo se pone el sol en otoño junto a ciertas colinas, sobre un campo arado, pero qué sentido tiene encerrar todo eso en unas fronteras, darle un nombre, adjudicarle una bandera y… ¿dejar de amarlo cuando el nombre cambia? ¿El amor al país propio es el odio al que no lo es? ¿Amor propio? Mala cosa hacer de eso una virtud y hasta una profesión. Ignorancia, supongo. Cuando el sabio señala la luna, el estúpido mira el dedo. Cuando el migrante señala al futuro, el nacionalista mira al pasado.



 

12 comentarios:

  1. Lo que dices del nihilismo me hace pensar en el perfil del "revolucionario" que suele ser partidario de casi cualquier superchería alternativa, antivacunas y lo que le echen, con tal de estar a la contra. En Twitter los encuentro a puñados y, ¡oh, sorpresa!, siempre está a la gresca con un reaccionario casposo. Se justifican el uno al otro, desde luego.

    Por cierto, no creo que el nacionalista mire al pasado, sino al "pasado".

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    1. Se retroalimentan ambos, en el fondo son muy similares

      No entiendo tu segundo párrafo.

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    2. ¡Juraría que había publicado una respuesta esta mañana...! Sólo decía que con "pasado" me refería al hecho de que los nacionalistas tienen una imagen distorsionada del pasado.

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  2. Siempre pones tantos pensamientos en mi mente que me vuelvo loca por comentar, o contradecir, juás. ¡Y qué difícil elegir uno!

    Es cierto que el independentismo se puede ver como nacionalismo, pero en verdad no lo es, como bien dijo Junqueras una vez en un sofá con Évole en Andalucía. El independentismo nace del cansancio del centralismo.

    Pero no quiero explayarme en lo que me parece obvio desde una capital cosmopolita que a la vez es centralista.

    El mundo está lleno de contradicciones. Y los nacionalistas siempre se apuntan a las modas, porque de otro modo se sienten muy solos.

    ¡La nostalgia es lo revolucionario! Ah, ahí me has disparado al alma. ¿Sabes? Toda la vida huí de la nostalgia. ¡Huí a países! Huí de hogares que había construído con mis manos. Y no guardé nada, porque al mirar las cosas, podían darme nostalgia. Discos, libros (con dedicatorias), cartas, dibujos, fotos.

    ¿Por qué da tanto miedo la nostalgia? ¿Quizás, porque como dices, sea nuestra herramienta de cambio? Yo pensé que cambiando de piel, como las serpientes, podría ir hacia el futuro. Claro que recuerdo de qué color eran mis otras pieles, pero no las echo de menos. Quiero decir, la nostalgia implica echar de menos ¿no?



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    1. Al igual que xenofobia y racismo no son exactamente lo mismo (en realidad no existen los sinónimos exactos en nada), así que vale, te acepto que nacionalismo e independentismo no son 'exactamente' lo mismo, pero comparten muchos de sus vicios. En cuanto al centralismo, España nunca ha estado administrativamente tan descentralizada y las competencias de la Generalitat catalana que incluyen casi todo menos el ejército y las fronteras exteriores son enormes. También a mí me da pereza hablar de lo obvio. Si quieres ver en acción un estado centralista y jacobino échale un vistazo a la administración en París.

      La nostalgia, en efecto, es un tema fascinante, si se ve como un lastre es porque no se sabe afrontarla, como el dolor y porque señala un trato con el tiempo dificil de afrontar.

      Voy a comenzar piezas cortas, un poco como tú, más fáciles de comentar y masticar.

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    2. ja ja, nooo, que mola así. ES lo más cerca que me puedo acercar al pensamiento, por circunstancias, hoy en día. Dale. Creo que estamos todas y todos encantados. Respecto a Francia, están muy hasta el moño de París. Odian a París como nunca nadie aquñi, que yo sepa, ha odiado a Madrid. Pero es que ahí, como bien dices, el centralismo es brutal. Los bretones no pueden hablar bretón, entre otras cosas, porque la lengua ya se perdió.

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    3. Eres un cielo halagando al personal

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  3. Bien. Pero vuelvo a una reflexió recurrente que me ronda desde hace tiempo: Qué pena que abundantes mentes valiosas se pierdan elucubrando sobre cómo crear un Estado y otras -como la tuya, y en menor medida otras- en rebatirlo... Es evidente que el nacionalismo es intrínsecamente malo, pues conduce a la guerra, pero llega un momento en que la tentación de cansancio emerge y, como los demócratas alemanes en 1933, mucha gente piensa que tal vez lo mejor sea apoyar la independencia de Cataluña modificando la Constitución, eso sí, con al menos 2 condiciones: pague la república catalana lo de debe al Estado Español (genuina expresión fascista, por otra parte) y explique con antelación cómo va a preservar los derechos de los no independentistas, incluyendo la posibilidad de revertir la construcción de la república.

    Valeriano

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    1. Implícitamente estás señalando que esta de Cataluña vs Resto de España es una pelea no sólo por territorios (eso está casi anticuado con la globalización rampante y campante), sino sobre todo por los súbditos, de unos o de otros, a quién pagan impuestos a unos o a otros, etc. Y esos derechos ya han sido vulnerados, y no son una minoría, que tampoco sería admisible, sino la mitad. Tu solución, que entiendo fruto del cansancio y aburrimiento de algo que llena toda la agenda política y sustituye problemas más importantes implica olvidarnos de esa gente y además reconocer que los problemas de Cataluña, que han creado básicamente la mala gestión del catalanismo de derechas (valga la redundancia) se deben a un supuesto centralismo madrileño y, consecuentemente, se solucionan con la independencia. Yo personalmente me niego a ambas falacias.

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    2. 1. No propongo soluciones. Sólo planteo una hipótesis de deseo claramente mayoritario de independencia y de aceptación de las condiciones/consecuencias
      2. No creo que el "centralismo", ni la "recentralización" tengan mucho que ver en el aumento del sentimiento nacionalista o independentista. Las causas son complejas y mezcladas, siendo tal vez la principal el ocultamiento de vergüenzas y la manipulación de ciertos medios.
      3. Y en nivel relevante está la enfermedad de cierta izquierda, tanto moderada como radical, incluidos los sindicatos de "clase" (de qué "clase", diría yo)

      Valeriano

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    3. Vale.

      Y por supuesto que el centralismo no es real, más bien al contrario, lo real es la descentralización, como ya he señalado, pero los independentistas lo usan como pretexto

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía