Ya casi nadie dice eso tan bonito de "Vaya usted con Dios", o más escuetamente, "con Dios" (¿Mejor solo que mal acompañado? Ser ateo no implica ser maleducado). Hay que andar por sitios rurales muy remotos para oirlo. Cuando camino nunca pienso en Dios, cuando estoy en reposo tampoco, pero sí en mi personal teología de andar por casa y por el mundo; en élla,
Dios no sólo no existe, sino que no hace falta que exista, es superfluo. En
realidad debería decir que no me hace falta a mí, no lo necesito, pero eso no excluye la necesidad, al menos durante milenios, por parte humana de creer en
su existencia como consuelo ante nuestra condición y como forma de socialización (compartir un dios, compartir unos colores, unos simbolos, un equipo de fútbol...). También se pueden hacer
silogismos baratos, del tipo de si se demostrara que no hay Dios —como es mi
profunda convicción—, las religiones no harían falta (¿no las seguiría habiendo?),
pero ya me he rebatido en el párrafo anterior: subsistiría quizás la necesidad
de creer y supongo que eso implica la inevitable secuela de religiones y cultos
organizados, sacerdotes y demás a menudo nada ejemplares, una forma de poder fáctico e incluso explícito. 'Que
dirá el Santo Padre, que vive en Roma, que le están degollando a su paloma'. No obstante,
la inversa es aún más interesante: si se demostrase que hay Dios, tampoco
habría religiones, serían superfluas. Y esta es mucho más difícil de rebatir. Lo
desconocido, lo imprevisto, sobre todo lo indemostrable es el fundamento de la
vida, y la ignorancia (sabiendo que existe, no ignorándola a su vez) es el campo natural
del pensamiento y lo indemostrable el de la acción. Por eso, una de las frases
más profundamente inmorales es la de que si Dios no existe todo está permitido.
Al contrario, si no existió un demiurgo que nos crease como lamentables golems susceptibles
de ser castigados, que es la base de todo el tinglado, esa tarea recae precisamente sobre todos y cada uno de los nosotros, de hecho, nos hace más responsablemente humanos, o por el contrario inhumanos, perversos, como el personaje que suelta la frase. La frase de Iván Karamazov
ha representado para muchos el ateísmo ilustrado, pero Dostoievski no era ateo
y se le nota, es una frase desesperada y tonta.
Suele ser joven y además quiero creer que esta clase de patologías se curan con la edad, porque no son sólo pedantería. Es un tipo de individuo culto o más frecuentemente semiculto muy actual que me desagrada profundamente y que procuro evitar, aunque a menudo es casi imposible, porque suele medrar en medios públicos y de comunicación, especialmente en partidos políticos juveniles, como Podemos y sus diversas franquicias regionales o en la CUP catalana y similares que, como las derechas que se empecinan en permanecer en el pasado, estos al revés, pero igualmente, no regresan al futuro, sino a ese mismo pasado. Aluden a la cultura popular; para entendernos, prefieren ilustrar sus prédicas con Juego de tronos y otras series de éxito de cierta calidad, que con clásicos como la Divina Comedia, aunque también se deba a que la primera la han visto y el segundo no lo han leído. Son los señoritos revolucionarios. Los señoritos revolucionarios se consideran imprescindibles para abrir los ojos de la gente, no conciben ni confían en que la gente pueda emprender esa tarea sola, que cada uno de nosotros tenga la llave de su propia libertad y su propio progreso en el caso de desearlo. Son la antítesis de los viejos ilustrados, los institucionalistas y los entrañables libertarios que consideraban la educación y la adquisición de una cultura personal pero extendida a todos como una forma, casi la primordial, de alcanzar la libertad. Obvían vincular el conocimiento a la libertad, quizás les disgusta, aunque se libren mucho de declararlo abiertamente, porque eso les dejaría sin tarea, la de guiar a la plebe. Son curas, sacerdotes de sus respectivas sectas, que excomulgan o aceptan y mantienen girando la función adaptativa que originó la necesidad de las religiones y las conserva: el amparo en el grupo, la sociabilidad de compartir ritos y creencias. Dificil zafarse de eso que solo lo consiguen los mejores.
Y sin embargo, el conocimiento humano, y no es redundancia, jamás podrá resolver estas cuestiones. Otras muchas sí, pero la pregunta de si tiene límites ese conocimiento es muy pertinente. Vivimos -modas irracionalistas al margen- una época en que la ciencia parece ir borrando aceleradamente todas las incógnitas, desvelando los misterios más profundos, pero el horizonte de lo que queda por explicar sigue allí, a lo lejos. Porque es realmente un horizonte, y caminar hacia él no tanto nos lo acerca como nos aleja de otras cosas, fundamentalmente de la oscura ignorancia. Pero quedan muchos confines del saber e irán surgiendo otros, como en una escalera mecánica de bajada por la que pretendemos subir. Confines que se resisten: qué es la conciencia, la naturaleza del tiempo, las paradojas de la mecánica cuántica, el porvenir del universo o si el infinito es una entidad real o tan sólo un concepto abstracto. Los que afirman que la ciencia en su avance desvelara todos los misterios en el fondo está emparentados con los retrógrados de la Edad Media que se oponían a la ciencia porque consideraban que todas las respuestas que se precisaban estaban en los libros sagrados y que la observación y la experimentación rozaban la herejía. Tan ilógico es el que recela de la ciencia como el que confía en ella como si fuera una religión, cuando es todo lo contrario.
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Suele ser joven y además quiero creer que esta clase de patologías se curan con la edad, porque no son sólo pedantería. Es un tipo de individuo culto o más frecuentemente semiculto muy actual que me desagrada profundamente y que procuro evitar, aunque a menudo es casi imposible, porque suele medrar en medios públicos y de comunicación, especialmente en partidos políticos juveniles, como Podemos y sus diversas franquicias regionales o en la CUP catalana y similares que, como las derechas que se empecinan en permanecer en el pasado, estos al revés, pero igualmente, no regresan al futuro, sino a ese mismo pasado. Aluden a la cultura popular; para entendernos, prefieren ilustrar sus prédicas con Juego de tronos y otras series de éxito de cierta calidad, que con clásicos como la Divina Comedia, aunque también se deba a que la primera la han visto y el segundo no lo han leído. Son los señoritos revolucionarios. Los señoritos revolucionarios se consideran imprescindibles para abrir los ojos de la gente, no conciben ni confían en que la gente pueda emprender esa tarea sola, que cada uno de nosotros tenga la llave de su propia libertad y su propio progreso en el caso de desearlo. Son la antítesis de los viejos ilustrados, los institucionalistas y los entrañables libertarios que consideraban la educación y la adquisición de una cultura personal pero extendida a todos como una forma, casi la primordial, de alcanzar la libertad. Obvían vincular el conocimiento a la libertad, quizás les disgusta, aunque se libren mucho de declararlo abiertamente, porque eso les dejaría sin tarea, la de guiar a la plebe. Son curas, sacerdotes de sus respectivas sectas, que excomulgan o aceptan y mantienen girando la función adaptativa que originó la necesidad de las religiones y las conserva: el amparo en el grupo, la sociabilidad de compartir ritos y creencias. Dificil zafarse de eso que solo lo consiguen los mejores.
Y sin embargo, el conocimiento humano, y no es redundancia, jamás podrá resolver estas cuestiones. Otras muchas sí, pero la pregunta de si tiene límites ese conocimiento es muy pertinente. Vivimos -modas irracionalistas al margen- una época en que la ciencia parece ir borrando aceleradamente todas las incógnitas, desvelando los misterios más profundos, pero el horizonte de lo que queda por explicar sigue allí, a lo lejos. Porque es realmente un horizonte, y caminar hacia él no tanto nos lo acerca como nos aleja de otras cosas, fundamentalmente de la oscura ignorancia. Pero quedan muchos confines del saber e irán surgiendo otros, como en una escalera mecánica de bajada por la que pretendemos subir. Confines que se resisten: qué es la conciencia, la naturaleza del tiempo, las paradojas de la mecánica cuántica, el porvenir del universo o si el infinito es una entidad real o tan sólo un concepto abstracto. Los que afirman que la ciencia en su avance desvelara todos los misterios en el fondo está emparentados con los retrógrados de la Edad Media que se oponían a la ciencia porque consideraban que todas las respuestas que se precisaban estaban en los libros sagrados y que la observación y la experimentación rozaban la herejía. Tan ilógico es el que recela de la ciencia como el que confía en ella como si fuera una religión, cuando es todo lo contrario.
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Epicuro, claro, también Spinoza, o ese Jorn De Précy que he traído aquí hace poco, qué casualidad que todos tuvieran jardines. El primero que me habló del jardín de Jorn Précy fue... Bob Dylan. Cuando mi primera mujer estaba embarazada de nuestro primer hijo, no hacía más que ver en cualquier sitio otras mujeres embarazadas. Supongo que simplemente prestaba más atención a ese hecho, pero pasa muy a menudo que algo que había permanecido casi oculto ante nuestros ojos de repente, una vez descubierto, se evidencia por doquier. Puede que de Précy y su misterioso jardín se desvanecieran tempranamente de Inglaterra, pero volvieron a aparecer medio siglo después al otro lado del Atlántico. El desaparecido jardín del islandés Jorn de Précy, para los que habéis seguido las dos entradas anteriores, estaba en Greystone, Oxfordshire, junto a Chipping Norton, donde en 1916 murió el curioso personaje. Casi tan curioso es la forma en que empezó a reiterárseme su existencia, tras el opúsculo que escribió y que yo encontré en un cajón variopinto de una librería de viejo cercana a Charing Cross en Londres. Me explico; cuando lo compré por dos libras creo recordar, lo hice por el tema y el título: The Lost Garden, pero luego he comprobado con sorpresa que el primero que “me habló” de tal jardín fue… Bob Dylan:
“They say Jorn’s wildflowers have died/but I saw Greystone in a dream last nigeht/and all these roses started to bloom/when I stepped into the garden (Se dice que las flores silvestres de Jorn han muerto, /pero anoche yo vi Greystone en sueños/y todas las rosas empezaron a florecer/cuando entré en el jardín).
La balada se titula Jorn’s Wildflowers (Las flores salvajes
de Jorn). Dylan la cantó por primera vez en Washington en 1964 con motivo de
una manifestación contra la guerra de Vietnam. Tardíamente ha sido recopilada,
rebañada podríamos decir, en algunas antologías recientes. En realidad Jorn fue
un anticipado de la contracultura de los años sesenta y hasta de la Deep
Ecology de los ochenta, y del movimiento hippie. Influenciado por las corrientes
culturales orientales taoístas y budistas de la liberación que, contra lo que
muchos pensábamos, penetraron en Europa ya en el siglo XIX, preconizando una vuelta
a la naturaleza, una ruptura radical del consumismo y del conformismo de la sociedad
de masas. Nada nuevo bajo el sol, pero esto es lo fascinante de ver la cultura como un rosario o una cadena de cuentas que traen 'a cuento' unas cosas tan aparentemente dispares: filósofías orientales anteriores a Cristo, jardineros filósofos islandeses opuestos a los tempranos desmanes a la belleza de la Revolución industrial inglesa, hippies contraculturales, Bob Dylan y este viejo escéptico, aunque no de todo, que esto escribe.
De hecho, diría que la creencia en lo sobrenatural, defínase como se quiera, está demasiado enraizada en la mente humana como para que desaparezca así como así. Lo que sí podríamos evitar es el fenómeno de los santones que estafan a la gente (Y quizás a sí mismos). Y no, Dostoievski no era ateo. Demasiado pecador para ser un ateo con la conciencia tranquila.
ResponderEliminar¡Buf! Los podemitas se han transformado en la quintaesencia de la pedantería dizque izquierdista. Sobre desvelar los misterios, primero hay que creer que existe un misterio, no hay más que ver a los fans de según qué series, ya que lo mencionas, para comprenderlo.
Lo de encontrar algo varias veces durante el tiempo inmediatamente posterior a haberlo conocido se llama ilusión de frecuencia o también fenómeno Baader-Meinhof. Aunque puede que no siempre sea una ilusión, a veces hay modas durante las que se menciona muchas veces a un personaje. La influencia del budismo y el taoísmo está detrás de diversas tonterías alimenticias de moda, a mí me parecen religiones (en realidad, cada una son varias) casi más arrogantes que las que ya sufríamos aquí.
Tener o no la conciencia tranquila no creo que dependa de ser o no ateo, sino de tenerla tranquila.
EliminarRebautizada como Baader-Meinhof, porque el fenómeno se conoce desde siglos antes de la banda alemana.
No estoy de acuerdo que todo lo del budismo y el taoísmo se deba a modas, aunque la mayoría sí. De hecho, yo veo muchas confluencias entre el budismo y el crstianismo, sobre todo la prédica a renunciar a esta vida y sus placeres. El que algo se banalice, como la ecología, no quiere decir que sea banal en sí, sino solo que todo se puede trivializar
No digo que para ser ateo, se haya de tener una conciencia tranquila, digo que no la habría tenido de haberlo sido, y me parece que Dostoievski necesitaba sentirse redimido.
EliminarTampoco digo que ambas doctrinas* se deban a modas, sino que inspiran ciertas modas alimentarias. En el resto sí, aunque el taoísmo es bastante disperso y no pocos devotos buscaban la inmortalidad y vivir para siempre, no considerando el mundo malo, sino como mucho algunas costumbres. Reacciones exageradas a la pompa y vanidad de los primeros reyezuelos y poderosos...
*Aunque ambas tienen elementos sobrenaturales, es difícil decir hasta qué punto son claramente religiones, pues estas creencias eran comunes en todo el mundo. Tienen cierto elemento filosófico, haciendo buena esa afirmación de Platón, creo, sobre que la religión y la filosofía eran formas distintas de enseñar las mismas enseñanzas.
Vale. Aclarado.
EliminarComo sabes, soy bastante fan de Dylan, así que me has dejado muy epatado con esta noticia de una canción que desconocía completamente. Enseguida he tratado de localizarla (tengo fichadas innumerables webs y foros sobre Dylan) pero no lo he logrado. La única mención a esa canción y a Dylan como su compositor la he visto precisamente en un fragmento (las primeras páginas) de “El Jardín Perdido”,
ResponderEliminarelboomeran.com ha subido a Internet. Ahí, en la introducción (escrita por un tal Marco Martella) aparece lo que tú cuentas en el post: “Así, no nos sorprenderá encontrar, entre las muchas anciones que Bob Dylan compuso en los años sesenta y que nunca grabó, la balada «Jorn’s Wildflowers» [Las flores salvajes de Jorn], que cantó en Washington con motivo de una manifestación contra la guerra de Vietnam en 1964. Lamentablemente, Martella no da más datos. Tú dices que ha sido grabada en alguna antología reciente, lo que me sorprende, porque estoy bastante al tanto de casi todo lo que sale de Dylan; ¿podrías concretar algo más?
De otra parte, y aunque escribo de memoria, que yo recuerde Dylan no estuvo en Washington en 1964 (pero lo comprobaré esta tarde). Sí estuvo el año anterior, participando en la ran marcha por los Derechos Civiles (cuando Luther Kin se refirió a su sueño), pero las canciones que allí cantó son sobradamente conocidas (y ninuna fue esa Jorn’s Wildflowers).
En fin, que no encuentro ninguna referencia más que la del libro que citas (y las de quienes a su vez lo citan) y lo cierto es que me has picado la curiosidad por descubrir esa canción (imaino que el tal Martella no se lo habrá inventado en plan Borges).
Sí, sé de tu gran interés por todo lo que se refiere a Dylan. La antología de la que hablo no está editada en España y he escrito "rebañada" refiriéndome a la balada en concreto porque es similar a la de esos literatos muertos a los que las viudas saquean el cajón de bosquejos para venderlos. Todo lo que toca (en sus varios sentidos, musical y táctil) Dylan se convierte en oro y esta canción está en un recopilatorio de canciones protestas estadounidenses desde Woody Guthrie a Bob Dylan, y en Seven Days, aquí la tienes:
Eliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=Rni6C2rgD-w
Los Wild Flowers -a esos sí los conozco- son un grupo inglés de los ochenta y noventa. La canción que cantan en el enlace que me pones es Seven Days, que Dylan publicó en 1976 y nada tiene que ver con la presunta Jorn’s Wildflowers. ¿Tienes datos más concretos de ese recopilatorio al que te refieres?
EliminarParece que Jorn de Précy es un personaje literario creado por Marco Martella, autor italiano afincado en Francia, editor de la revista Jardins y especialista en historia de la jardinería. Martella, además de The Lost Garden tiene otro libro titulado "Jardines en tiempos de guerra" que atribuye a un tal Teodor Ceric, otro personaje también inventado. Según un artículo de El País del pasado 23 de marzo, el propio Martella ha reconocido recientemente que ambos nombres son heterónimos de los que se ha servido para esconder su propia autoría.
EliminarObviamente, si Jorn De Précy no existió (o, al menos no existió hasta que Martella muy recientemente publicó el libro que dató en 1912), Bob Dylan no pudo conocerlo y, por tanto, tampoco pudo escribir una canción sobre Greystone. Y es que es difícil colarle a Dylan una canción que no se conozca, porque toda su obra y vida está documentada con lupa.
Miroslav: Me reivindico y señalo que no me interesan los hechos, sólo la verdad. Y ahora contaré algo sobre la película Fargo y la serie de TV de HBO que, en mi opinión, es aún mejor que el film. Fargo como metáfora de la verdad de las mentiras o como lo verosímil es suficiente, aunque sea falso
Eliminar"This is a true story"
Así como apareciera en la película original de 1996, cada episodio comienza con el texto superpuesto de la serie de TV de HBO, tres temporadas que he devorado:
“This is a true story. The events depicted took place in Minnesota in [year]. At the request of the survivors, the names have been changed. Out of respect for the dead, the rest has been told exactly as it occurred.”
Esta es una historia real. Los hechos descritos tuvieron lugar en Minnesota en [año]. A petición de los supervivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los muertos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió.
Al igual que en la película, esta afirmación es completamente falsa.7 Su creador, Noah Hawley, continuó usando el recurso de los hermanos Coen diciendo que le permitía "contar una historia de una manera nueva".
Yo no soy Los Coen ni Marco Martella, ni siquiera soy tú, Miroslav, que tantas veces nos ha has colado, pero con un investigador y proceloso y municioso internauta como tú no hay manera, en fin, y menos poniéndote de cebo nada menos que a Bob Dylan, ¡a ti!
Sí, meter a Bob Dylan, aparte de cebo, debilita la credibilidad. De hecho, en el primer post que mencionaste al personaje ni se me ocurrió dudar de su existencia real.
EliminarDe todos modos, el "fallo" no es tuyo sino del propio Martella. Y, ya puestos, intuyo que más que fallo era una pista (como la de Monet, los hermanos Goncourt, la Jeckyll) para descubrir la naturaleza ficticia de De Précy.
En todo caso, ahora que he leído la introducción del "Jardín perdido", declaro mi admiración por el italiano. Como él mismo dice en una entrevista: lo hizo para divertirse y porque le parecía que resultaba más entretenido exponer lo que quería contar sobre jardinería y filosofía a través de la boca en un personaje tan peculiar.
Efectivamente, como recuerdas, a mí este tipo de cosas me gustan. La verdad, en efecto, no está sólo en los hechos. Con frecuencia, siempre que se respeten las reglas de la verosimilitud, se puede alcanzar a través de la ficción.
Y acabo: imagino que tu adquisición del libro en una librería de viejo de Charing Cross es ficción sobre la ficción.
Por supuesto: mi adquisición del inexistente libro (por entonces, London, 2014) es ficción, pero al revés que la metedura de pata de lo de Bob Dylan, que es atribuible a Martella y no a mí, lo del opúsculo hallado en Charing Cross, cuyos alrededores están llenos de librerías de viejo llenas de polvorientos tesoros, yo creo que le daba verosimilitud, por el principio de mezclar sabiamente la verdad con la falsedad, y es que yo pasé muchas revolviendo libros por aquellos andurriales. Pienso que dicha vuelta de tuerca en mi post le gustaría al propio fabulador italiano.
EliminarEsto es divertido, Miroslav. No sólo en la entrevista que citas, sino en un largo artículo del suplemento ICON/Design de El País, el periodista Carlos Primo revelaba la autoría de Martello, con fecha, y esto es muy relevante, del 23 de marzo:
Eliminarhttps://elpais.com/elpais/2018/03/19/icon/1521461367_606276.html
Pues bien, en fechas posteriores y mucho más recientes del 3 de abril, el afamado escritor Enrique Vila Matas, en su columna habitual Café Perec del mismo diario, escribía una encendida alabanza del libro que atribuía a ese escritor secreto Jorn de Précy, es decir, que se tragaba el bulo, mistificación o huego de heterónimos y de paso nos evidenciaba que Vila Matas escribe en El país, pero no lo lee con demasiado esmero:
https://elpais.com/cultura/2018/04/02/actualidad/1522680573_416819.html
Ahora que tan de moda está el asunto de las dichosas fakes, bulos y demás en Internet o el de la verosimilitud frente a la verdad, el caso de Vila-Matas un escritor tremendamente estimado por los letraheridos, es decir, los que se consideran a sí mismos buenos lectores, es muy divertido. A mí no me gusta demasiado Vila Matas, pero es por otras razones, no por su encantadora credulidad, condición de todo lector para que el escritor cumpla su tarea.
Acabo de publicar un post a propósito de este "jardinero imaginario". En el PS hago mención a este último dato que me aportas sobre Vila-Matas (el otro artículo de El País sí lo conocía). En efecto, no deja de ser divertido aunque también plantea una duda: ¿Ha caído Vila-Matas en la ficción de Martella o, sabiendo que es ficción, no quiere delatarlo ante el público español?
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