Paseo gozosamente por Madrid, esquivando oficinistas y cacas de perro y pienso en la idea de patria. El solar patrio, cagado y pisoteado. El
patriotismo, en rancia connivencia con las ideas reaccionarias, está muy desacreditado en ciertos ambientes intelectuales
progresistas, aunque recientemente ha regresado con fuerza en los de extrema
izquierda. La dudosa tolerancia y hasta prestigio que gozan los nacionalismos periféricos entre las izquierdas en este país es una singularidad en política tan enorme como la de los agujeros negros en cosmología. No obstante, el patriotismo se beneficia de cierta ambigüedad
ambivalente: con la piel de cordero del amor a la tierra, al sitio natal, difícil de no
sentir. Sin embargo, hablar de amor y patriotismo en la misma frase es ingenuo, de manual de colegio,
porque lo que prima en cualquier patriotismo no es el amor,
sino el miedo. El miedo al otro. Y las expresiones del miedo son políticas, no
poéticas: odio, rivalidad, agresión. Esos sentimientos son los que los
catalanes separatistas nos están “regalando” ahora mismo al resto de los españoles y lo que
todos los catalanes, separatistas o no, están recibiendo de vuelta a cambio de un
lamentablemente creciente grupo de españoles nacionalistas. En esto, en la esencia del maldito
patriotismo, reside la terrible brecha que se ha abierto recientemente -aunque
aprovechando fallas muy antiguas- con el procés separatista. Entre los catalanes y entre los catalanes y el resto de españoles: 'todo por la patria', como reza el lema de las casas cuartel de la guardia civil. O de las patrias. El último refugio de los canallas, que dijo Ambrose Bierce en su Diccinario del Diablo, y de los oportunistas, añado yo.
Cuando uno pasea
por una ciudad populosa ve personas por su actitud, su atuendo, su comportamiento, el
habla, si se les oye, muy diversas, ese es parte del gozo de pasear por Oxford
Street en Londres o por la Gran Vía madrileña. Ese gozo se ha perdido en las
antaño deliciosas Ramblas de Barcelona y reside en el generoso ambiente de una ciudadanía
que no pregunta quién eres y de dónde has venido, al revés que en el ambiente
enrarecido de las patrias. Por eso patria y ciudadanía, y patriota y ciudadano
son conceptos enfrentados desde el siglo XVIII al menos. Es simétrico al palurdismo de preguntar qué eres (titulación, gremio, corporación, grupo de presión, usted-no-sabe-con-quién-está-hablando), en lugar de a qué te dedicas, qué haces (puentes, cojines de macramé, experimentos de física cuántica, clones de bacterias). Propio de personas y países acomplejados, señora Cifuentes.
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(Para mi amigo Eduardo M., hondamente preocupado por la caida de árboles)
El madrileño Parque de El Retiro ha permanecido cerrado
varios días después de que la caída de un pino matara a un niño e hiriera al
padre de varias formas, la peor, la pérdida del chaval, sin cura inmediata. Además
han caído algunos de mis ejemplares favoritos, como un pino carrasco o de Alepo (Pinus halepensis)
y un piñonero (Pinus pinea), ambos centenarios e inmensos, próximos al sector Este y a la hortera
Rosaleda. La "culpa" ha sido de los fuertes vientos que han azotado toda la Península
esta primavera bien típica, aunque haya quien la crea anómala simplemente
porque sus planes y la meteorología no se han conciliado. No sólo el viento;
antes hubo de suceder, o más bien dejar de suceder por desidia otras cosas. Es
fácil echar la culpa a la madrastra naturaleza cuando nos recuerda quién manda
por muy hormiguitas hacendosas y tecnológicas que seamos los humanos. ¿Qué
hacer contra un terremoto, una erupción volcánica, un tsunami, una inundación
repentina, un huracán? La respuesta es sencilla aunque su aplicación no lo sea:
prevenir. Aquí prevenir no es que valga más que curar, es que la cura es la
prevención, hay que ponerse la venda antes de herirse. Esos chiringuitos
arrasados por el salvaje oleaje, esas barriadas arrastradas por el lodo y el
agua, esos camping y urbanizaciones asolados por incendios forestales, todos
sin excepción estaban mal situados, en rieras y ramblas, desagües naturales de
torrentes, fondos de saco de densas masas forestales resinosas, líneas de
costa, bordes fluviales, que la aplicación más elemental del Principio de
Cautela y de una planificación urbanística y una ordenación del territorio sensata nos habría hecho desistir de situarlas ahí. Insisto, no conozco ni una
sola excepción.
Y los árboles caídos por el viento, ¿qué? ¿No hay que poner árboles en las ciudades y zonas habitadas?, ¿hay que temer a los jardines? (curiosa imagen, casi poética) Nuevamente hay que prevenir. Sobre todo podando adecuadamente las ramas peligrosas, fáciles de detectar, y talando los ejemplares que puedan derrumbarse. Y más cosas, todas de buenas prácticas jardineras muy ausentes en el ayuntamiento madrileño desde siempre, gobierne en él quien gobierne, neotroskos o neoliberales, todos feroces arboricidas. Un árbol tiene aproximadamente la misma masa de tronco y ramas al aire que de raíces subterráneas; éstas, al igual que las aéreas son necromasa muerta, si se me admite la redundancia, tejidos de mero sostén salvo una mínima capa de un espesor que roza la micra (10-6 m.) , el cambium, que es el único que crece además de las partes temporales como flores y hojas, el que está vivo y permite al resto de la planta seguir estándolo. Cuando contemplamos un árbol vemos sólo su mitad y si está sin hojas porque es caducifolio y estamos en invierno, la imagen, como intuyeron tantos artistas, es la más real: estamos contemplado una estructura durmiente con muy pocos vestigios, aunque suficientes, de vida. Los árboles de las ciudades, incluso en los jardines, esos oasis del asfalto y el cemento, soportan muy malas condiciones que sólo algunas especies resistentes aguantan, como los plátanos de sombra y las falsas acacias. Viven en suelos muy pobres, con poca materia orgánica, compactados en lugar de esponjosos y sueltos y a menudo reducidos al espacio miserable de un alcorque de apenas un metro cuadrado. Nos lamentamos, por fin, de la triste condición de los animales enjaulados en los zoológicos, pero estos imponentes seres que son los árboles también merecen nuestra piedad y agradecimiento. Además respiran, literalmente, un aire contaminado. Si al suelo se le inyecta aire a presión para descompactarlo y que la lluvia se infiltre con más facilidad y alcance a las raicillas más finas, las únicas fisiológicamente activas (como hacen los extraordinarios jardineros del Kew Garden de Londres), si a las raíces se les inyecta hongos simbiontes, las famosas micorrizas, que les ayuden a absorber uno de los nutrientes limitantes del crecimiento vegetal, el nitrógeno, y si cada cinco años se les poda sin mutilarlos, alrededor de un cuarto de follaje para evitar el efecto velamen ante los temporales esporádicos pero infaltables, si además regamos poco a menudo pero en abundancia en lugar de muy frecuentemente y en poca cantidad (riego adecuado para las praderas tan ajenas a nuestro clima, pero inadecuado para arbustos, setos y arboles sobre suelo terrizo adaptado a las condiciones madrileñas) el árbol resistirá el viento, desarrollará un sistema radicular de anclaje más potente. Por supuesto, todos estos mimos no podrían prodigarse a todos y cada uno de los árboles existentes en una ciudad como Madrid, sino sólo a los más viejos, grandes y valiosos, que además son los más necesitados de esos cuidados. Y, como todo está relacionado, y en eso consiste la ecología, podremos dejar de temer a los parques, porque habrá menos niños muertos en los mismos, igual que hay más tréboles en las praderas inglesas cuantos más naufragios se produzcan allende sus costas. Eso es lo que justifica llamar ecosistemas a los trozos de campo y no en la pedanteria: hacer énfasis en las relaciones entre sus elementos más que en los elementos en sí.
Dos de los pinos derribados por el vendaval de Semana Santa del 2018 en El Retiro
Y los árboles caídos por el viento, ¿qué? ¿No hay que poner árboles en las ciudades y zonas habitadas?, ¿hay que temer a los jardines? (curiosa imagen, casi poética) Nuevamente hay que prevenir. Sobre todo podando adecuadamente las ramas peligrosas, fáciles de detectar, y talando los ejemplares que puedan derrumbarse. Y más cosas, todas de buenas prácticas jardineras muy ausentes en el ayuntamiento madrileño desde siempre, gobierne en él quien gobierne, neotroskos o neoliberales, todos feroces arboricidas. Un árbol tiene aproximadamente la misma masa de tronco y ramas al aire que de raíces subterráneas; éstas, al igual que las aéreas son necromasa muerta, si se me admite la redundancia, tejidos de mero sostén salvo una mínima capa de un espesor que roza la micra (10-6 m.) , el cambium, que es el único que crece además de las partes temporales como flores y hojas, el que está vivo y permite al resto de la planta seguir estándolo. Cuando contemplamos un árbol vemos sólo su mitad y si está sin hojas porque es caducifolio y estamos en invierno, la imagen, como intuyeron tantos artistas, es la más real: estamos contemplado una estructura durmiente con muy pocos vestigios, aunque suficientes, de vida. Los árboles de las ciudades, incluso en los jardines, esos oasis del asfalto y el cemento, soportan muy malas condiciones que sólo algunas especies resistentes aguantan, como los plátanos de sombra y las falsas acacias. Viven en suelos muy pobres, con poca materia orgánica, compactados en lugar de esponjosos y sueltos y a menudo reducidos al espacio miserable de un alcorque de apenas un metro cuadrado. Nos lamentamos, por fin, de la triste condición de los animales enjaulados en los zoológicos, pero estos imponentes seres que son los árboles también merecen nuestra piedad y agradecimiento. Además respiran, literalmente, un aire contaminado. Si al suelo se le inyecta aire a presión para descompactarlo y que la lluvia se infiltre con más facilidad y alcance a las raicillas más finas, las únicas fisiológicamente activas (como hacen los extraordinarios jardineros del Kew Garden de Londres), si a las raíces se les inyecta hongos simbiontes, las famosas micorrizas, que les ayuden a absorber uno de los nutrientes limitantes del crecimiento vegetal, el nitrógeno, y si cada cinco años se les poda sin mutilarlos, alrededor de un cuarto de follaje para evitar el efecto velamen ante los temporales esporádicos pero infaltables, si además regamos poco a menudo pero en abundancia en lugar de muy frecuentemente y en poca cantidad (riego adecuado para las praderas tan ajenas a nuestro clima, pero inadecuado para arbustos, setos y arboles sobre suelo terrizo adaptado a las condiciones madrileñas) el árbol resistirá el viento, desarrollará un sistema radicular de anclaje más potente. Por supuesto, todos estos mimos no podrían prodigarse a todos y cada uno de los árboles existentes en una ciudad como Madrid, sino sólo a los más viejos, grandes y valiosos, que además son los más necesitados de esos cuidados. Y, como todo está relacionado, y en eso consiste la ecología, podremos dejar de temer a los parques, porque habrá menos niños muertos en los mismos, igual que hay más tréboles en las praderas inglesas cuantos más naufragios se produzcan allende sus costas. Eso es lo que justifica llamar ecosistemas a los trozos de campo y no en la pedanteria: hacer énfasis en las relaciones entre sus elementos más que en los elementos en sí.
Dos de los pinos derribados por el vendaval de Semana Santa del 2018 en El Retiro
Vielen danke, mein lieben Freunde.
ResponderEliminarEn efecto, sospecho contigo (bueno tu sabes) que en esto como en tantos otros aspectos vitales la prevención es la manera mas adecuada de evitar los males mayores y menores. Pero para prevenir es necesario conocer y aplicar el conocimiento, cosa que no es práctica habitual de nuestros responsables públicos , ni en los psicocopatotroskistas, ni en a clase fachunda asilvestrada), asi que habrá que denunciarles y afearles su ignorancia.
Por cierto, yo de infante también desgranaba los localmente denominados pésoles (del catalán pesols) en casa de mis titas de Cartagena todas las Semanas Santas. Deliciosos fritos con cebollita y huevo.
Un abrazo.
Edu
Hay que declarar el mes del guisante y dedicárselo a Mendel
EliminarLo más gracioso de la extrema izquierda, lo habré dicho ya, es que además de recuperar el concepto de patria, están empeñados en encasillar a las personas en grupos cada vez más pequeños, "identidades" los llaman ahora, según el sexo, la orientación, la identidad de género, las discapacidades... Al final, tienes cien mil grupos de izquierda con mínima solidaridad hacia los que no pertenecen a la pequeña tribu.
ResponderEliminarEn Sevilla hay bastantes calles arboladas y no oigo mucho de desgraciados accidentes. También es justo reconocer que bastantes de esos árboles están en zonas de jardín. No obstante, recientemente en mi barrio han debido talar una palmera que amenazaba ruina...
Las palmeras son jodidas, el tronco no crece por anillos engrosados sino por acrescencia de las hojas antiguas y así hay palmeras altas y viejas con troncos de mierda
EliminarLeido y asumido. Me queda la duda de cómo mimar a los árboles de alcorque chico.Y se me suscita otra duda. Interpreto que el riego superficial y "frecuente" es nocivo (he visto caer encinas en praderas). Significa esto que hay que repensar de nuevo el riego a manta?
ResponderEliminarValeriano
Difícil, un árbol en un alcorque está en desventaja.
EliminarNo necesariamente a manta, pero sí poco frecuente y muy abundante. En algunas zonas del Parque del Retiro aún subsisten pequeñas caceras para el agua en lugar de los lamentables aspersores modernos. Y a la encina mejor no regarla, es bicho del subdesierto de los climas mediterráneos.
Esto parece un consultorio de jardinería. Mola