En el siglo VI y VII el erudito Isidoro de Sevilla se hacía
eco del los relatos de algunos viajeros a las remotas islas asiáticas de la
especias para explicar por qué y cómo era la pimienta negra. Resulta que los
árboles de la pimienta crecían en bosques plagados y así custodiados por
multitud de serpientes venenosas, por lo que los lugareños provocaban incendios
para espantarlas y así recoger los frutos que resultaban ennegrecidos y rugosos, chamuscados.
Isidoro, en sus maravillosas Etimologías (una forma de abordar todo el
conocimiento de la época) no era especialmente crédulo comparado con la mayoría
de sus contemporáneos, pero era un hombre de su tiempo y creía muchas cosas que
se creían por entonces. Exactamente igual que ahora; personas cultas e
inteligentes, aupadas además a la rumorología de las redes sociales, creen en
los equivalentes a esos bosques de las Molucas plagados de ofidios mortales.
He estado en la selva. En la selva, bien llamada infierno
verde, los pájaros no cantan: chillan de dolor y los humanos no viven, por muy
prodigiosos que nos parezcan sus parcos recursos: sobreviven. Todo es muy admirable,
pero sólo los urbanitas se admiran suficientemente.
Sólo los intelectuales o los salvajes que pintan sus cuerpos
desnudos de azul consideran que las cosas triviales, como que te duela la
cabeza, son símbolos de algo. El pensamiento mágico sobrevive en ambos grupos.
Como que es una característica de la mente humana que se subestima demasiado fácilmente. En las redes sociales, leí las palabras, mejor dicho el rollo, de uno de esos popes del ateísmo que decían, y supongo que el tío lo creerá a pies juntillas, que los niños nacen siendo ateos como él. ¡Hay que ser ingenuo! Y además, cae en una falacia naturalista bastante obvia.
ResponderEliminarLos niños, en cierta forma, nacen siendo tontos del culo, y luego algunos consiguen seguir siéndolo de adultos
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