viernes, 6 de agosto de 2021

Que el bosque nos deje ver un árbol

 

Tengo un amigo —bueno, un ex amigo por decisión suya— que colecciona países. Durante el año laboral ahorra metódicamente y luego se marcha un mes a un país o a un recorrido por varios. Después de tantos años, tiene el mundo prácticamente cubierto. Conociéndole sé que apenas se relaciona con nadie en esos viajes, pero hace muchísimas fotos. Para mí esa forma de pretender conocer el mundo es absolutamente inviable y hasta inapropiada, radicalmente errónea, aunque la comprendo. Es lo opuesto al planteamiento de la mística Juliana de Norwich que consideraba que en una minúscula avellana se podía experimentar la realidad primordial del mundo, sea lo que sea eso.

Se dice siempre que los árboles no dejan ver el bosque, o sea, la síntesis, el conjunto. Sin embargo, cuando yo empecé a hacer ecología de campo ayudando a dos compañeros del departamento en sus tesis doctorales, utilizábamos unos cuadrados de alambre de 20 por 20 centímetros para realizar transeptos, recorridos, por pastizales de la sierra madrileña. Luego se reunía la información reunida en esos cuadrados, básicamente la composición de especies vegetales en su interior, su presencia o ausencia, para tratar esos datos con análisis multifactoriales, entonces aún en pañales, y relacionar esas nubes de especies ausentes o presentes con otras variables del medio. No obstante, yo captaba en cada cuadrado un mundo entero, pleno en sí mismo, una avellana de Juliana. Siempre me ha pasado eso. Frente a ese frenético recorrer de cabo a rabo el mundo de mi ex amigo, mi ensimismamiento con un pedacito de ese mismo mundo.

Lo que propongo es un paso más allá (en realidad más acá) de lo que recomendaba en mi anterior post de aguardar quietos y en silencio (dos actitudes no muy de moda en este momento histórico frenético y ruidoso) y observar la llegada de otros seres silvestres. Lo que propongo es escoger un espacio de un metro o así de diámetro en ese mismo bosque y lugar o en otro, pero con un asiento cómodo, una piedra plana cercana, y observar durante un año, yendo y viniendo. No propongo ningún ejercicio ascético, aunque en cierta manera este lo es; y durante ese año observar todo lo que ocurre en ese círculo del bosque. Aquí se trata, al revés que en el aforismo, a que el bosque nos deje ver sólo eso, ese pequeño pedazo. Las reglas son sencillas, una regla de san Benito de lo más simple: visitarlo a menudo, no alterar nada en su interior, guardar silencio, molestar lo mínimo, no matar, no retirar ningún organismo, no mover de sitio los animales, no cavar, no añadir ni quitar nada.

Lo primero es el olor. Nuestra obsesión lógica con la corteza cerebral no nos debe hacer olvidar que la base del encéfalo que recubren nuestras orgullosas circunvoluciones de primate listo, es el cerebro reptiliano, básicamente un bulbo olfativo. Así que lo primero que hacemos en ese pedacito de mundo es olerlo. Huele a tierra húmeda, a hojas en descomposición, huele a bosque, quizás a pasos de gnomos, porque un bosque maduro, un ecosistema climácico poco o nada modificado supongo que tiene gnomos y hadas, aunque estas no se posen en el suelo, solo lo sobrevuelan, quizás se trata de los odonatos, libélulas y caballitos del diablo, moscas de fuego como dicen los anglos (firefly). Pero los gnomos seguro que forman parte de la fauna edáfica y están asociados a la increíble masa de hifas de los hongos, que también huelen porque estamos en otoño.

Ahora, quietos y en silencio, más silenciosos que quietos, debemos mantener la actitud del viejo chiste campesino francés. Tres campesinos están sentados en el pretil de un viejo puente de piedra. Pasa un mocito con una vaca del ronzal y pasados quince minutos uno de los campesinos dice "era la vaca de Emil". Pasan otros quince minutos y el segundo rústico dice "No, era la vaca de Fernand". Tras otros quince minutos se levanta el tercero que no había hablado hasta entonces y dice "Me voy. Estoy harto de vuestras discusiones". Puede que sea la vaca de cualquiera, pero no os levantéis por muchas discusiones que en vuestra mente se planteen en ese metro cuadrado de tierra. Ese es su objetivo y este un ejercio de paciencia pertinaz, de sosiego y de silencio.

Continuará, o como dicen al final de las historietas y comics franceses "A suivre..."

2 comentarios:

  1. Cuando yo estudiaba recuerdo que era un auténtico forofo del llamado land art. Ya sabes, intervenciones en el espacio natural. Montoncitos de piedras, espirales de tierra, pararrayos que provocan composiciones eléctricas...

    Con el tiempo aquella forma de arte me parece otra forma de infamia. Más infamia cuanto mayor es la dimensión de la intervención. En definitiva, una prueba más de la obsesión del hombre por manipular y transformar la naturaleza; esta vez con el pretexto estético.

    Lo que tú propones tiene algo de acercamiento estético y conceptual a la naturaleza. Pero lo que me parece encantador es que la propuesta sea meramente contemplativa, son tocar, sin manipular, sin añadir nada.

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    1. Ese círculo es una pespecie de mandala para observar, pero ojo, se trata de mirar y recoger los cambios a través del año: una huella de un ratón, una oruga, una flor que brota, una semilla, un rastro, un colémbolo, un carábido... mundos

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía