martes, 3 de agosto de 2021

De Vita Beata

 

He pasado más de un mes sin ver la televisión ni oír la radio, sin internet (no tengo cobertura), sin leer la prensa. En cambio he vigilado el crecimiento de las parras y las plantas de los canteros del patio, evitando que la perra escarbara para desenraizar el limonero o desenterrara los tubérculos de los oxalis que ya florecieron. Se come y mastica con fruición los restos de madera de poda, lo que no es malo, le lima los dientes y como la lignina, como la celulosa, no es alimenticia sino mera fibra le ayuda al tránsito intestinal. Saniduría canina. He leído la historia de Venecia de un encantador erudito (al bardo Sabina se le olvidó añadir ser Dogo en Venecia además de boxeador en Chicago); he observado el trajín de los insectos y los pájaros, hay un colirrojo tizón querenciado en la leñera y una cria de estornino que ha caído por la chimenea, he rescatado vencejos volanderos que con sus cortas patas (apodos) y sus largas alas no pueden despegar desde el suelo, pero basta tomarlos con las manos y lanzarlos al aire para que vuelvan a volar, un milagro que siempre le maravilla a mi madre. A veces iba a tomar un café a la plaza del pueblo para oír a mis vecinos, esa panda de campesinos desubicados de una España que no está solo vaciada, sino desarticulada; la vieja cultura campesina desaparece y no es sustituida desde luego por la urbana, ajena a estos lares. El campo está a mi parecer en su peor fase, porque en el ámbito mediterráneo es el estío y no el invierno la verdadera pausa del ciclo vital. He comido tomates de verdad del huerto de mi vecino Sinfo, he guisado para mi madre y para mí, he revisado la biblioteca y hecho descubrimientos emocionantes; he  dormido bien y mucho.

Y ahora he vuelto a Madrid y he comprobado lo poco que ha cambiado el mundo que se asoma a las noticias. Matan a un chico a palos y a una mujer malquerida; llegan pateras suicidas y los mismos incendios y las mismas inundaciones; la misma emocionante rutina olímpica y, sobre todo, la misma verborrea de nuestros políticos. Dice el poeta T.S. Eliot: “Lo peor que puede decirse de la mayoría de nuestros malefactores, desde los gobernantes hasta los ladrones, es que no son lo bastante hombres para condenarse”. Me encanta la frase, con ese anacronismo de hablar de ‘hombres’ en un sentido olvidado que hoy desaprobaría formalmente el lenguaje políticamente correcto y esa distinción hoy desgraciadamente redundante entre gobernantes y ladrones. Además del descubrimiento de ese nuevo y acertado antónimo de ‘malefactores’, debida a la precisión del poeta y no a la vaguedad del sociólogo. En realidad, todo se reduce en cierta forma a la distribución estadística del economista Pareto: hay en el mundo (y en cualquier sitio) pocos ricos y muchos pobres, como en la naturaleza, en la que hay pocas especies raras y muchas especies vulgares. Me pregunto  si nuestros ‘malefactores’ son pocos o muchos, desde luego ricos, y me temo que respondo que son pocos los que llegan pero muchos los llamados en lenguaje bíblico, es decir, que la mayoría de las formas vulgares y abundantes que los votan harían lo mismo si pudieran, pero yo prefiero mi patio y mi biblioteca, fuentes ambos de contínuas sorpresas.

2 comentarios:

  1. Me alegra que te haya ido bien esa "vida beata". Y que no hayas pretendido escribir un libro para rentabilizarla.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía