lunes, 18 de septiembre de 2017

Más sobre el asunto catalán: entre Shakespeare y Mae West



En el ya tedioso asunto catalán sigue creciendo mi decepción y a veces desagrado por la actitud de los grupos de izquierdas del tipo Podemos. Lo incoherente de reclamarse de izquierdas y renunciar  a una de sus señas de identidad más esenciales: al cosmopolitismo internacionalista, en aras de doctrinas como las nacionalistas. Pero claro, como casi siempre no se trata de una sencilla elección entre lo bueno y lo malo (o metafísicamente entre el bien y el mal), del tipo antifascismo o fascismo, sino entre lo detestado (el PP y las derechas catalanas y españolas) y lo preferible. A modesta escala esto repite el debate/dilema entre Sartre —no hay que traicionar a los trabajadores— y Camus: no hay que traicionarse a sí mismo. Ni que decir tiene que estoy con Camus.

Se puede aplicar al asunto catalán el viejo e irritante y moralista proverbio de que si no eres parte de la solución, eres parte del problema; de igual aplicación a los dos extremismos enfrentados, pero es más que eso, porque es un problema creado donde no lo había, y los independentistas no sólo se saltan un semáforo sino que han invadido toda la calzada y acelerando. 

En realidad, este es un ejemplo más de que somos nosotros, los humanos, los causantes de todos nuestros problemas. Un sello de nuestra especie que no tienen los patos, los antílopes o las babosas, y que quizás termine siendo la causa de muestra futura extinción, mediante nuestros hipertróficos cerebros tecnológicos. Sí, quizás no sea nuestra capacidad de resolver problemas: cómo calentarnos (el fuego), cómo refugiarnos (la casa), cómo alimentarnos (la agricultura), sino nuestro empecinamiento en crearnos otros que no teníamos previamente y de los que surgen todos nuestros males, desde las guerras de religión a los nacionalismos enfrentados. Nuevamente el genio de Shakespeare tiene la frase oportuna, esta vez en el delicioso Sueño de una noche de verano: “Los amantes y los locos tienen tan arrebatada la mente, tan plagada de fantasías,  que perciben  más de lo que la pura razón alcanza a comprender”. Aspiramos a mucho más que a la mera subsistencia: aspiramos a complicarnos la vida.

En esto de las patrias se supera el egocentrismo de aquellas religiones que en sus consignas añadían siempre la imperativa coletilla de “palabra de Dios”. Estos de ahora dicen: “no hay otra solución” (al problema que hemos creado). Ellos están convencido de su paraíso o de su cielo, olvidando que el falsario que creo aquellos, inventó también el infierno. 

En cuanto a los sentimientos nacionales, que quieres, como la música militar a Brassens, a mí no me hacen levantarme. Creo que en general las mejores personas carecen en esto de toda convicción, en tanto que las peores rebosan de intensidad apasionada; así que la razón (la razón ciudadana en este caso) poco tienen que hacer  cuando sólo cuentan los sentimentalismos exacerbados.

La táctica independentista es un remedo tosco de la de Mae West: “cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mucho mejor”.  En lo que para ellos representa lo mejor, enardeciéndose con cánticos y aglomeraciones (masas) han trocado el famoso buen seny por lo que les parece mucho mejor. Pero no son Mae West. Como no es lo mismo reducir la democracia al mero acto de votar cualquier cosa y bajo cualquier condición. Votar es un medio, no un fin. ¿Cómo concluir? Me hastía el problema catalán pero tampoco me convencen los rigoristas del cumplimiento de la legislación vigente como solución final, porque cuando se hace difícil vivir dentro de la ley, como en Cuba, como en Cataluña para muchos, es la ley y no la gente la que se equivoca y habrá que cambiarla, entre todos y respetando las reglas de todos.


6 comentarios:

  1. Yo no creo que el cumplimiento de la legislación vigente sea la solución, pero sí que es una condición irrenunciable para cualquier solución.

    Bueno, en realidad creo que es una condición irrenunciable. Punto. Que, cumpliéndola o no, tenga "solución" el "problema catalán" es algo que dudo mucho. Dudo que tenga solución porque en realidad no creo que exista tal problema. Creo que contra toda lógica, por supuesto contra la legalidad que hasta ahora todos creíamos que todos teníamos que acatar, y desde luego con grave daño de sus propios intereses reales, un gran número de catalanes han decidido que la independizar a Cataluña del resto de España es una buena idea, tan buena que debe prevalecer sobre cualquier otra consideración. No se trata de un conflicto real entre intereses razonables y contrapuestos, sino de una emoción perfectamente irracional, en su fin y en sus medios, de solo una de las partes. Supone un problema, desde luego, pero, sinceramente, no se me ocurre ninguna forma de solucionarlo.

    En resumen, no creo que aplicando la legalidad vaya a resolverse. Pero creo que la legalidad debe ser aplicada, sirva o no para algo en este caso. No es una cuestión de utilidad, es una cuestión de principio.

    En otro orden de cosas, la insistencia cerrada, hermética y cuasi mística de Rajoy y sus acólitos en que "no se celebrará el referendum" me parece una táctica imbécil, contraproducente e inexplicable para enfrentarse al asunto. Con más o menos éxito, con más o menos garantía y credibilidad y con más o menos consecuencias, a mí me parece evidente que sí, que se celebrará algo a lo que sus convocantes y participantes llamarán referéndum; y que afirmar que no tendrá lugar lo que con toda evidencia sí va a tenerlo es una necia forma de asegurarse de antemano la derrota, presentando batalla en el campo equivocado. Si lo que el PP quiere es proporcionar a los independentistas una victoria fácil y segura, hace bien en insistir en esa estúpida cantinela de que "no habrá referéndum".

    Claro que habrá referéndum, hombre. Y el inútil empeño en impedirlo y negarlo -en vez de dejar claro que da igual que se celebre o no, porque lo importante es que en ningún caso constituirá un medio válido de conseguir ningún efecto real en ninguna dirección- lo único que consigue es legitimarlo y darle importancia. Rajoy persiguiendo papeletas por las imprentas catalanas causa la misma impresión patética que el profe sobrepasado por la clase alborotada, persiguiendo en vano a los que se suben a los pupitres.

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    1. No veo objecciones a lo que dices, que viene a ser lo mismo que digo yo con otras palabras.

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    2. ¿Qué no hay un problema catalán? Por supuesto que lo hay, y tiene ya solera histórica y demasiadas páginas escritas al respecto. ¿Cuál es el problema catalán? Vanbrugh mismo lo dice: Que un gran número de catalanes han decidido que Cataluña debe ser independiente (que ésa es una idea que debe prevalecer sobre cualquier otra consideración). Y, evidentemente, eso es un problema porque no es admisible en nuestro marco legal (ni, dicho sea de paso, en el de ningún otro Estado). De todos modos, el propio Vanbrugh afirma que “supone un problema, desde luego”.

      Cuestión distinta es que se trate (o no) de “un conflicto real entre intereses razonables y contrapuestos, sino de una emoción perfectamente irracional, en su fin y en sus medios”. Es lo segundo, desde luego, ¿y qué? Aprovecho, por cierto, para hacer notar a Vanbrugh que parece que, en relación al “problema catalán” pareciera usar el término “real” de forma restrictiva, como me negaba a mí en alguna discusión pretérita. Lo cierto es que casi todos los problemas, o al menos los más enconados, son de naturaleza emocional.

      Me parece muy acertado que Lansky señale que una de las características más notables de nuestra especie es la capacidad de complicarnos la vida, la aspiración a complicárnosla, a crearnos problemas (los “reales” los resolvemos y, a cambio, creamos “emocionales”). En mi opinión, la estrategia del nacionalismo está consiguiendo sus objetivos, que no son la independencia ahora de Cataluña (saben de sobra que es imposible que se admita de esta forma), pero sí exacerbar los ánimos hasta un extremo en que se sienta como un derecho irrenunciable el de autodeterminación de un pueblo y, a partir de esa milonga, lograr que, con los años, se reforme la constitución, se redefina España como Estado federal resultante de la “asociación” de naciones preexistentes, y se reconozca el derecho de cada una de esas “naciones” a replantearse su permanencia en el Estado (eso sí, con unas garantías formales y procedimentales suficientes, siguiendo tal vez el modelo de Québec).

      A eso se está jugando en realidad y para llegar a ello han optado por apostar por la emocionalidad nacionalista. Con nosotros no funcionaría, claro, pero parece que sí funciona con una parte muy significativa de la población catalana. Y cuando el porcentaje de ella que se sienta desafecta sea significativamente mayoritario, casi necesariamente habrá que ir a caminos similares al que apunto en el párrafo anterior.

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    3. Efectivamente, mi comentario corroboraba lo que dice el post, con lo que estoy muy de acuerdo. No trataba de contradecirlo, solo de complementarlo.

      Hombre, Miroslav, me alegro de que reconozcas como real algo que solo existe en la cabeza de la gente. Vamos progresando. Estoy de acuerdo, desde luego: existe un "problema catalán". Negarlo no era más que un modo retórico y provocativo de subrayar que, en mi opinión, no es -como no solo los independentistas pretenden; también mucho papanatas pseudoizquierdoso y más o menos podemítico y hasta psoecialista- un conflicto de intereses objetivos y razonables, sino un problema, y bien serio, perfectamente irracional y con origen, exclusivamente, en la mitología absolutamente infundada que han propagado unos pocos y han aceptado con entusiasmo unos muchos. Claro que hay un "problema catalán": una gran cantidad de catalanes y comparsas que son, ellos mismos, el grave problema. Por eso, precisamente, creo que no tiene solución. La estupidez colectiva ha sido siempre un problema insoluble. Personalmente soy cada vez más partidario de "resolverlo", en la medida en que ello se pueda compaginar con el ineludible respeto a la legalidad, permitiendo que se vayan. Eso sí, que se vayan con todas las consecuencias. No creo que haya otro modo de hacerles comprender lo imbécil de su empeño que permitir que se enfrenten con sus desastrosas consecuencias. Y que las disfruten muchos años.

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    4. Como señalo en el post, yo sí creo que existe un problema catalán, pero creado en gran parte por los mismos que ahora reclaman para solventarlo “su” solución como única posible. Hay un claro desequilibrio entre los políticos que solucionan problemas y los que los crean para su propio beneficio; abundan demasiado los segundos.

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  2. Coincido especialmente en la decepción que me supone el matrimonio entre el nacionalismo y la izquierda. Ser internacionalista no significa ser anti-españolista ni tampoco contrario a ningún tipo de identidad nacional o regional, por lo que deduzco que la izquierda ha hecho suya la afirmación franquista de que ser español es ser facha y no les importa apoyar lo que sea para estar en contra. ¡Qué lástima cuando estas desgracias ocurren!

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía