martes, 9 de enero de 2018

Al otro lado del Ebro no va a estar el paraíso




Quiero entender al otro, aunque ese 'otro' me perciba como su odiado cuñado, valga el tópico. De eso intentará ir este post. No sé si Cataluña será alguna vez independiente. A priori me daría igual, puesto que tengo pasaporte (que es la ocurrencia que tuvo hace años un bloguero literario). Pero a posteriori e incluso a fortiori, de inmediato me corrijo y hasta me regaño por olvidarme siquiera un instante de esa mitad de catalanes que no quieren ser independientes, independientes de España. Porque el independentismo catalán, sospecho, lo sustenta más un odio pertinazmente inculcado a España que un amor a Cataluña, algo así como si odiar a tu cuñado te hiciera amar más y mejor a tu cónyuge, cuando son factores independientes: amar o no a tu pareja, odiar o no a su hermano, digo yo.

Las razones y las causas de ese independentismo son múltiples y habría que intentar entenderlas, que no es lo mismo que compartirlas. Los políticos de uno y otro bando, salvo escasas excepciones, no ahondan en razones, a ellos les bastan los pretextos. Y es una reivindicación de éxito que entre otras utilidades oculta el resto de tramoyas oscuras de la gestión política catalana de los últimos lustros.

En primer lugar reconozco que el independentismo es un éxito en muchos aspectos, independientemente, ya que estamos, de que no haya conseguido aún la independencia y no se sepa si alguna vez la conseguirá. Porque es motivador de una juventud (y al parecer de los habitantes rurales) que, sospecho, considera esa postura no tanto una cura contra todos los males políticos como una prolongación de aquella alegre y esperanzada insumisa indignación que ocupó las plazas de España, incluidas las de Cataluña (aunque en Cataluña los expulsaran a palos los mossos mientras que en Madrid al menos se les toleró durante muchos meses y eso que 'aquí' teníamos a las fuerzas represivas).  

No oculto mis simpatías por esos ‘insumisos’ en diversos grados, rebeldes, desobedientes, indignados y alegre muchachada, creo que representan inquietudes hermosamente humanas y demasiado escasas en edades provectas. La aspiración a la independencia catalana sería, entre otras cosas, una repuesta local a una crisis global. Y tanto que global, porque se trata de la globalización y sus injustas reglas. A mi juicio, respuesta equivocada, o al menos equívoca, ante una crisis bien diagnosticada aunque mal elegido el tratamiento en la que los ricos y poderosos de este mundo están en guerra contra el resto de la humanidad y además la están ganando. Una globalización sin reglas (bueno, con una regla, la del embudo) ni contrapesos sociales y con derechos cada vez más adelgazados para el común peatón de la historia, que no sólo machaca a los individuos, sino hasta los costosos logros sociales y a los propios estados. 

Es el miedo al futuro, fobia largamente padecida en la Historia, desde los eclipses en el paleolítico y los milenarismos medievales hasta hoy. Un miedo bien justificado además, por la incertidumbre y la aceleración de los cambios, la inseguridad y el desconcierto. Y así, inseguros, medrosos, y desconcertados, llegan algunos próceres y les muestran un culpable: “España nos roba y nos oprime” (en la pre nazi República alemana de Weimar eran los judíos) y una solución aparentemente fácil y sentimental y hasta emocionalmente grata: ¡la independencia! Y con esto no quiero decir que independizarse de España venga a ser lo mismo que invadir Polonia, pero el humor nunca viene mal, sobre todo si nos reimos primero de nosotros mismos.

Es desde luego una paradoja de los independentistas pretender contra lo anterior montarse otro estado, crear otras fronteras, excluir a otros para afianzarse, volver a la idea nefasta decimonónica de nación-estado. Dios santo, ¡cómo les han vendido esta moto sin bujías! Es una reivindicación que a muchos nos parece trasnochada y hasta reaccionaria. En los inicios del siglo XXI, —me resulta triste decirlo— es quizás el movimiento social más importante en Europa, mientras que en el mundo hay otros, claro, como las reivindicaciones de la igualdad de las mujeres.

Thatcher, esa especie de británica superliberal (o superesperanzaaguirre) enunció claramente eso: la sociedad no existe, sólo existe el individuo. Pues bien, las sociedades ya lo creo que existen, pero están amenazadas por los sacrosantos mercados globales. Y la gente busca respuestas, a ser posibles simples, o lo que es lo mismo populistas: el brexit o la independencia catalana. Y no sólo el brexit, el cierre de fronteras a los refugiados en Europa, la ascensión a la presidencia de EEUU de un sociópata inculto, etcétera. Todo problema complejo tiene una solución simple (o simplista) que es siempre falsa. Tiempos oscuros, señores, que propician respuestas absurdas pero explicables.

La respuesta local y simple en Cataluña a todo este siniestro panorama, perfectamente percibido por los más rebeldes, o sea, los jóvenes, y por los más aislados del resto del mundo, los rústicos, es la independencia. Por supuesto que hay argumentos históricos a favor y en contra, se trata sólo de seleccionar los más propicios y desdeñar los que contradigan la tesis general: que Cataluña no es España ni lo ha sido nunca, que ha sido una colonia del resto de España y por lo tanto, al igual que el Congo con Bélgica, precisa de un proceso de autodeterminación. Hala. Ya está: ¡Freedom Catalonia!

La naturaleza siente horror al vacío, la naturaleza social o la sociedad también, y el espacio de los conflictos sociales —que son los verdaderamente relevantes, los que definen la injusticia— ha sido ocupado por la reivindicación independentista. Ya no hay lucha de clases, hay lucha a un lado y al otro del Ebro, como en nuestra Guerra Civil. Y los más drásticos, esos chicos de la CUP que se reivindican sociamente radicales; ¡si Marx y Proudhon levantarán la cabeza!

Esa Cataluña independiente es una utopía más bien distópica, a la vista de lo que ha sucedido, una utopía nada progresista, más bien reaccionaria, pero una utopía, un banderín de enganche, un Prozac social y nacional. Se puede admirar la capacidad movilizadora del independentismo, su versatilidad táctica (regate en corto), su legitimidad como aspiración (aunque no su legalidad, visto como han operado los independentistas). Y a toro pasado hasta su inevitabilidad como “única utopía disponible” (la socióloga Marina Subirats dixit), aunque yo disiento, no es la única disponible, pero sí la que había más a mano y la más simple. La utopía en realidad es una distopía —lo siento chicos— que puede —y creo que lo hará— provocar efectos contrarios a los que se pretende, que es lo que suele pasar al intentar construir el futuro con realidades propias del pasado.

Cada nueva frontera encierra a los de dentro tanto como prohíbe el paso a los de fuera; a los desfavorecidos de fuera; los poderosos y su dinero siempre circularán libremente. A los mercados globales, como a los narcotraficantes, las fronteras les van de perlas, las administran de maravilla; si —y esta si es una utopía— desapareciesen los desaprensivos se quedarían sin negocio. Fronteras políticas sin fronteras de la economía capitalista refuerzan a esta, le eliminan trabas. No quiero ponerme paternalista, pero os están engañando, chavales.

Os diré lo que más me fastidia de todo el tinglado independentista. Puesto que yo no soy nacionalista español o de signo/bando opuesto al catalán, me fastidia mucho como está resurgiendo ese nacionalismo que creía en gran parte superado, por ejemplo,  en mi ciudad, Madrid, plagada de banderas españolas que antes solo exhibían futboleros, fachas descerebrados o los estancos. El independentismo está haciendo resurgir a la más cavernaria de las derechas y reforzando a la representada por el PP y Ciudadanos, apoyados cada vez con más ganas por los mucho más numerosos que empecinadamente les votan sin importar ni corrupciones ni estupideces. Esto también lo evidencia que hayan triunfado en las últimas elecciones catalanas las derechas, la españolista y la catalanista respectivamente, de Inés Arrimada, esa monjita guapa, y de Carles Puigdemont, el que tiene el mismo corte de pelo que su edad mental. Las torpezas, los oportunismos, las simplificaciones, los cálculos miopes, la falta de talla de estadistas, en uno y otro bando contendiente, se retroalimentan, como las enfermedades autoinmunes. Y vamos a estar enfermos, enfermos de Cataluña, unos y otros, muchísimo tiempo. Ojalá me equivoque.


16 comentarios:

  1. Eso es cierto: hay que admitir que han sabido consensuar fuerzas de hecho opuestas en pro del objetivo de la independencia. Los independentistas catalanes son una verdadera amalgama. Coincido en que el resurgimiento de la nación-estado está en la globalización, además creo que el propio plano cultural es parte de la reacción: uno de los mayores problemas de la globalización es que parece admitirse sólo como válida la cultura americana o anglosajona como mucho, lo que tiene sus cosas malas e incluso las buenas no siempre funcionan en todas partes. De ahí, el desprecio al "guanabí" que se cree que vive en Hollywood o en el Soho y en realidad es oriundo de Calahorra.

    Lo peor es que a los líderes de cualquier parte les da igual, en efecto...

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    1. Yo no creo que les dé igual, simplemente al no ser verdaderos estadistas, sino políticos oportunistas, como casi todos, sus cálculos son a corto plazo: por ejemplo, el PP (y ahora a Ciudadanos) han constatado lo que le va mal en Cataluña le hace mejorar en el resto de una España crispada contra los independentistas, y así casi todo.

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  2. Mientras en España a veces tienen mas votos las izquierdas y otras las derechas, en Cataluña siempre el voto mayoritario es para la derecha. Mal panorama para la independencia

    Rocio

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    1. O buen panorama para la independencia y malo para Cataluña

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  3. Me parece francamente loable tu explícita voluntad de entender al otro. En teoría la comparto, pero en la práctica -debe de ser que llevo demasiados años intentándolo con numerosos y variopintos otros y con bastante poco éxito- confieso que hace tiempo que arrojé la toalla. Hay otros a los que no solo me resulta imposible entender, sino que, a pesar de lo aficionado que soy a los enigmas y los acertijos, y de lo cabezota que suelo ser en el empeño de resolverlos, intentarlo ha dejado de interesarme y de divertirme. Paso. Acepto como dato del mundo real que existen los nacionalistas, pero tratar de averiguar las razones por las que lo son me parece tarea tediosa, infructuosa y poco apetecible. En mis investigaciones al respecto he llegado solo a sentar, con lo que creo bastante fundamento, la hipótesis de que no se trata más que de una variedad especialmente recia de la común dolencia a la que, por entendernos, podemos llamar estupidez, y los estúpidos me aburren en el mejor de los casos, y me irritan en el peor y más frecuente. De manera que, como pasatiempo intelectual, mucho antes que ponerme a analizar lo que hay detrás de los nacionalismos prefiero, sin ir más lejos, resolver un buen sudoku.

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    1. Yo también creo que hay otros enigmas intelectualmente más interesantes que el nacionalismo como ideología renovada y a la vez trasnochada, pero si admites que hay un problema y, por tanto, que sería de interés intentar una solución, eso comienza por 'entender' en qué consiste ese problema en todas sus facetas, si no se convierte en un diálogo de sordos.

      Ahora bien, entiendo tu tedio, tu hastío, porque en gran parte es el mío

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    2. Una cosa más. Si los nacionalismos sólo sedujeran a los imbéciles sería más fácil librarse de ellos, (salvo que el mundo sea mayoritariamente imbécil)

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    3. Probablemente tienes razón. Lo que sigue no trata de refutarte, solo de explicarme. Creo, como digo, que la causa fundamental del nacionalismo es la estupidez, y creo también que la estupidez no tiene cura, ni los problemas que crea solución. Admito por tanto que hay un problema, cómo no, pero dudo muy seriamente que tenga solución ni que, por tanto, merezca la pena buscarla.

      Porque sí, viendo lo que está pasando sin ir más lejos, en Cataluña (o en el Reino Unido con el Brexit, o en EEUU con Trump, o en...) cada vez creo más que el mundo es imbécil, si no mayoritariamente, sí muy cerca.

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    4. Yo también creo que el mundo es imbécil, pero lo salvan (¿hasta ahora?) cuatro gatos inteligentes y buenos, los famosos hombres justos que hay que buscar a la luz de un fanal. Creo que hay que actuar 'como si..."

      Igual me equivoco, pero te veo como un pasota de buen corazón; una mezcla rara.

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    5. Tienes razón, hay que actuar "como sí". Y tienes también razón, el de "estupidez" es un diagnóstico comodón, malhumorado e inútil, y basarse en él para renunciar a hacer nada, solo un pretexto para la pereza, la incapacidad o el desinterés. Aunque sí me sé bastante incapaz de idear, y más aún de poner en práctica, ninguna solución, no suelo ser perezoso ni desinteresado para al menos especular sobre su posibilidad. Y suelo tener el suficiente "buen corazón" que amablemente me atribuyes para interesarme por los motivos de las conductas ajenas, incluso cuando me parecen claramente estúpidas.

      Lo que pasa es que hoy me debes de haber cogido cansado, y que este asunto catalán me saturó por completo hace ya un par de meses, y el resultado es que el comentario me ha salido, efectivamente, bastante pasota. No me lo tengas en cuenta.

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  4. Buen post y sugerentes comentarios. Pero pienso que lo de los cuatro gatos puede ser engañoso, porque se queda corto el número. Hay más, capaces de entenderlo, y que no tiran la toalla. El mas cercano Lansky y otros más cansados como Vanbruch que estarian felices de ser gatos. Se podría decir que sólo falta que el conjunto se oriente mejor.

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    1. Cuatro, más o menos, siempre una minoría que no marcha al mismo son que la masa

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  5. Buen resumen y "posicionamiento" que comparto en su práctica totalidad. De otra parte, a propósito del diálogo con Vanbrugh, diré que en mi opinión la causa fundamental del nacionalismo (de su arraigo y éxito) es una combinación malsana de estupidez (de los más) y astucia o versión malvada de la inteligencia (de los pocos). Una estrategia para intereses de unos pocos con la que engatusan a unos muchos. Y lo curioso es que gente que en otros ámbitos no suele ser estúpida, puede serlo en éste. También es curioso que en el nacionalismo se dan con frecuencia fenómenos de estupidez autoinducida (una técnica piscológica de absolverse culpabilidades de intereses bastardos). En fin, desde el punto de vista psico-sociológico, el fenómeno del nacionalismo, aunque a Vanbrugh le tenga ya aburrido, a mí me sigue pareciendo apasionante. Y, desde luego, hay que hacer el ejercicio, como bien dices, de ponerse en el lugar del otro.

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    1. Miroslav, con relación a la mezcla de estupidez y astucia (listeza o inteligencia de corto alcance) estoy de acuerdo, y así lo he mencionado en el post, pero considero que aunque son ‘parte’ explicativa no explican ni de lejos todo y sobre todo no explican las posibles consecuencias, que no son solo materialistas o economistas (tantas empresas fugadas, etc.). El nacionalismo extremo, independentismo y demás, son un fundamentalismo, como los religiosos, y como todo fundamentalismo, sea marxista, islamista, cristiano o independentista, cuando está muy extendido impone la autocensura y el silencio a todos, la unanimidad acojonada, y allí donde se produce el silencio (acordémonos del franquismo) germina el miedo, el mal y la mediocridad

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    2. Algo más. Es muy simple y autocomplaciente afirmar que hay gente estúpida (mucha, la que no es como nosotros) y poca gente lista, pero yo creo que nadie está hecho de una pieza y que todos somos estúpidos en parte; un tipo de ejemplo abundante es de genios de la música, las artes o de la investigación científica que son sin embargo idiotas en sus relaciones sentimentales. El patriotismo extremo es emocional, como las relaciones amorosas y por tanto propicia la parte estúpida que tenemos todos en mayor o menor grado. La psicopatología de masas explicaría como extender esa plaga entre la población.

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    3. Lo que dices en tu segundo comentario es justamente lo que quería decir (tú lo haces bastante mejor). La emotividad, en efecto (que es la base de los nacionalismos) propicia la estupidez que de todos puede adueñarse. Sin duda, podemos ser inteligentes y estúpidos.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía