sábado, 10 de octubre de 2020

Los zorros, los erizos y los virus

 


Nadie sabe qué es la inteligencia. Ni los psicólogos ni los neurólogos ni los neurocientíficos. Pero yo, sin ir más lejos, sé lo que no es; por ejemplo, no es lo que miden los test de inteligencia. También sé reconocer a alguien inteligente y a alguien que no lo es. En ese sentido la inteligencia es como el fenómeno biológico de la vida, tan difícil de definir, pero tan fácil de reconocer lo que está o no está vivo (salvo los virus, por supuesto, que viven, ¿viven?, en una borrosa zona intermedia). La inteligencia puede ser, nuevamente por ejemplo, el arte de saber encontrar los pequeños resquicios por los que escapar de las situaciones que nos tienen atrapados.

Los virus no son nada sin la vida. Sólo son genes, trozos de ácidos nucléicos que deben utilizar a las células que infectan para secuestrar su metabolismo y reproducirse. La célula que utilicen es lo de menos; puede ser una bacteria sin núcleo, como en el caso de los fagos (bacteriófagos: comedores de bacterias) o puede ser las células epiteliales de un pato o las mucosas de un profesor de piano, como en los virus SARS.

Ahora con la pandemia del coronavirus necesitamos la inteligencia colectiva de la ciencia para buscar los resquicios del virus. Pero eso no basta, porque necesitamos la inteligencia también colectiva, en este caso ciudadana, para aplicar esos remedios sensata, racionalmente y escapar de los políticos y sus egoístas cálculos de corto plazo (resumiendo: cuántos votos pierdo y cuantos gano haciendo tal y tal cosa). Por proseguir con la famosa metáfora fabulística del erizo y el zorro de Isaac Berlin, los políticos, en su inmensa mayoría, son erizos: sólo saben hacer una cosa: enrollarse sobre sí mismos y ofrecer su muralla de pinchos a los erizos rivales (los de enfrente) y también a los erizos adversarios (los del mismo bando), o quizás es al revés lo de adversarios y rivales. Y como erizos son listísimos, saben hacer esa única cosa, lo que hacen, muy bien. Otra cosa es que eso tenga la menor utilidad para los ciudadanos. Y eso explica porqué tantos políticos crean problemas (porque les resulta útil a su listeza de erizos) y porqué tan pocos se dedican a solucionar problemas (suelen ser difíciles de resolver, todo hay que decirlo). No son inteligentes, versátiles, buscadores de resquicios, como los zorros que siempre encuentran el hueco para allanar el alambrado gallinero.

En una guerra verdaderamente homérica, la inteligencia colectiva de la comunidad científica dará con la vacuna, con muchas vacunas, a las que se opondrá la versatilidad de los virus, tan fácilmente mutables. Pero dudo de la inteligencia colectiva de nuestros políticos y, esto es más triste, dudo de la inteligencia colectiva de la ciudanía que los hemos puesto ahí. Dudo, claro está, de mi inteligencia, y encima ni siquiera soy listo como un político.

Y ahora dejemos a erizos y zorros; concentrémonos en los chacales que dirigen la economía global. No hablo de ministros de sanidad, esos sólo son políticos, erizos en suma, hablo de los capitostes, los amos de cotarro global, de las multinacionales farmacéuticas sin ir más lejos. Por desgracia, las pandemias gripales no son un destino que podamos evitar. Hemos (o mejor, los que mandan ‘han’) configurado un mundo que las  propicia: urbanización masiva, sobre todo en el Tercer Mundo, revoluciones ganaderas (como las granjas masivas de patos, gansos y gallinas de los Países Bajos, ahora que sabemos que son un vector intermedio de los virus gripales que nos llegan a nosotros) y otros cuantos que aceleran y transforman de un modo fundamental la ecología de las gripes. Senderos abiertos para que terminemos llegando a una catástrofe como la de 1918, la llamada gripe española que mató más gente que los cuatro años inmediatos de la Primera Guerra Mundial. 

Echar un vistazo a los múltiples tipos y subtipos de H7 y H9 además del H5N1 y este angelito (de la muerte) que nos atosiga ahora, el SARS-CoV-2 (coronavirus tipo 2 del síndrome respiratorio agudo grave, más conocido como COVID-19 (acrónimo de coronavirus disease: enfermedad del coronavirus), y otros más que andan por ahí, como su hermano mayor, el SARS-CoV, que ya había dado un buen susto. O su iteración mortal, el MERS (Síndrome respiratorio de Oriente Medio). Y la gripe del pollo de hace pocos años, y otras gripes aviares, o la gripe de todos los años, siempre la misma y siempre distinta. Por no hablar del Ébola o del Zika.

La H es de hemaglutininas y la N de neuraminidasas. Las primeras, específicas de cada especie, son las llaves únicas que utilizan los virus para abrir las células del huésped, y las segundas son las maestras de las fugas que ayudan a los nuevos virus replicados a desprenderse de la célula infectada para lograr su propagación. Ambas son lipoproteinas que envuelven como una cáscara al ácido nucléico del virus, ese gen parasito. Por cierto, todo lo que aprendí en la carrera de biología no me sirve para nada a la hora de entender todo esto, pero eso no tiene que ver con la inteligencia, sino con el conocimiento. Por eso es tan fundamental seguir leyendo y ponerse al día en cualquier disciplina por muchos años que uno vaya cumpliendo. "Aún aprendo" es la leyenda de un grabado de Goya de un viejo barbudo con bastón, y mi divisa (porque disfruto aprendiendo, claro, si no no lo haría). Pero hasta yo comprendo que los virus de la gripe, como la gripe original, la cepa H5N1, o sus hermanos aviares más letales —H7N9 y H9N2— disponen de un vasto repertorio silencioso en las aves acuáticas, millones, silvestres y domesticas, y su erradicación es imposible, al revés que la mortífera, en otras épocas,  viruela, hoy erradicada.

No, las pandemias virales no son un destino que podamos evitar. Pero lo que sí podemos evitar es que las multinacionales poseedoras de las patentes de vacunas y antivirales dicten su ley del máximo enriquecimiento y estos medicamentos esenciales lleguen a todos, pobres y ricos. El problema es que no veo a los erizos políticos capaces ni a  muchos de los erizos ciudadanos partidarios de las conspiraciones sui generis, cuando la única conspiración es la que se llama capitalismo. O se llama Roche y cosas parecidas, que es lo mismo.

2 comentarios:

  1. El escrito es excelente. Y estoy muy de acuerdo con la conclusión final: la única conspiración es la que se llama capitalismo.

    En cuanto a la imagen de Goya; no es un grabado, según creo, sino un dibujito a lápiz. Es un dibujo inspirador. Siempre me ha gustado. Pero a medida que uno se hace mayor se da cuenta de lo contrario. A partir de cierta edad se aprende poco.

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    1. Tienes razón, es un dibujo, lápiz negro sobre papel verjurado, del Cuaderno de Burdeos. Es lo que tiene “robar” imágenes del Google. Y eso que tengo el catálogo de la exposición de sus dibujos de El Prado (‘Sólo la voluntad me sobra’) del pasado año.

      En cuanto a lo otro, supongo que los dos llevamos razón; o sea depende de cada caso. Yo olvido mucho de lo que en su momento aprendí, y aprendo mucho, entre otras cosas que olvidar puede ser muy conveniente.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía