jueves, 10 de marzo de 2022

Exabruptos

 

 

Lo juro en nombre de dios en vano. Mejor no haber nacido; eso, apostar sobre seguro, no sufrir, no pagar cuentas, ni siquiera vivir como un noble arruinado entre los pocos escombros de mi inteligencia (disculpa el saqueo, Jaime: es homenaje). Por eso, después de una noche en vela con la sola compañía del insomnio y la dispepsia, resulta tan entretenido leer a los filósofos pesimistas, Schopenhauer o Nietzsche, pero jamás los estoicos y los presocráticos que sabían, es decir, sabían demasiado, sabían sacarle partido a todo, desde el queso de cabra a los muchachos púberes. Porque esos filósofos tan amargos son el bíter, el campari refrescante frente al empalago de los manuales de autoayuda. Y los amargos, al final, nos inducen a compararnos con ellos para decidir que en el fondo no está tan mal estar vivo. Eso también evita no sólo hacerme el harakiri, sino tentaciones absurdas, como la de hacerme budista, sintoísta, dadaísta, taoísta, taxista, adventista,  cristiano renacido, cuáquero, chiita, sunita, fedayín, ismaelita, giróvago, jansenista, hugonote y un aterrador etcétera (no menciono a los judíos, ni siquiera a los ultraordoxos jaredíes, porque tienen la enorme virtud de no ser proselitistas, se conforman con salvarse ellos -como los catalanes que sólo piden la república para sí mismos-, y solo los defectos de convertir los yermos de Oriente Próximo en tierras prometidas, prometidas por 'El' de siempre, y  promover políticas que no son propias de un Estado moderno, sino de una milicia armada como corresponde a los miles de años de  su pedigrí), teniendo en cuenta que si todas son formas anacrónicas de irracionalismo, algunas lo son más que otras, más irracionales y más anacrónicas también. Verbi gracia, ya no hay hugonotes y a cambio tenemos cienciólogos, lo que es un síntoma inequívoco de deterioro histórico que mostrar a tanto zopenco creyente del imparable progreso humano. Pero bueno, ya se sabe que vivimos soltando certezas en un mundo lleno de contradicciones y de impredecibilidad, el azar y la necesidad que decía el biólogo francés, y aunque lo fino intelectualmente es dudar, ay, eso también hay que saber hacerlo, porque tan válido es el extremo escepticismo como la absoluta credulidad para ser un perfecto imbécil y además ambas se suelen dar simultáneamente en los mismos individuos.

Y cuidado con los irracionalismos, ya no son propiedad exclusiva de las religiones sino del más amplio espectro de las firmes creencias. Como es el caso de las ideologías, nacidas, entre otras cosas, para ocupar el sitio de las ideas y suplantarlas; es decir, una cómoda forma más de ahorrarse pensar. Claro, enseguida nos vienen a la mente los fascismos y los comunismos autoritarios, pero como bien dijo Tristan Todorov, hay que incluir también el neoliberalismo, igualmente basado en el fanatismo, en este caso para vender su insensatez como inevitable y hasta prodigiosa, y encima esta ultima la estamos sufriendo ahora muchos más millones de humanos.

Lo cierto es que ya amanece, que, como dijo alguien, no es poco. Pero sin olvidar que la noche, con sus estrellas y luces, pero sobre todo con su inapelable oscuridad, es el estado natural del cielo. No hay más que escapar al espacio a la susodicha velocidad de escape,  o dormir de día y no dormir de noche para comprobarlo. De modo que el amanecer inaugura esa excepción no por diaria menos excepcional, con la que se monta todo el tinglado del planeta y especialmente la fotosíntesis y el madrugón de los currantes.

Con enfado y espero que viveza, como un gesto inesperado, esto es, un pedo o un estornudo o un eructo, todos ellos injustificables, eso es este exabrupto.

Y ahora me voy a la cama

 

3 comentarios:

  1. Que duermas bien, Fernando...

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  2. Yo no diría que los estoicos promulgaban, estrictamente, la autoayuda, tal y como la entendemos hoy (como parte de un psicologismo de corto alcance, muy simple en sus formulaciones). Los estoicos fueron tan moralistas como los filósofos que tú llamas pesimistas. Pero no llegaban tan lejos en sentido destructivo.

    Entiendo que es mucho más divertido el fatalismo de Schopenhauer o Cioran. Pero el equilibrio buscado en los clásicos es mucho más reconciliador con la idea de continuidad, de que las cosas sigan, no se acaben. En los tiempos que corren quizá sea necesario aferrarse a esta idea.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía