Sólo escuchando a los hombres uno no puede entender el mundo.
En cambio, sólo escuchando a las mujeres uno entiende una versión coherente y parcial,
la de las oprimidas. Por eso los machistas son idiotas y las feministas
sectarias. Los sectarios cambian el mundo, los idiotas lo entorpecen. Una oprimida concreta sabe que le está sobrando un hombre en su vida y está casada con él; una feminista extrema cree que le sobran todos los hombres, al menos tal como son. Una mujer reivindicativa, inteligente y que rechaza ese feminismo extremista es una alondra en un gallinero.
Un fabricante de papel artesano afirmó: "a veces me gustan mis errores, pero intentar reproducirlos es muy dificil." Eso es lo que siento yo a menudo al escribir. Falta de método para reproducir mis aciertos fugaces y casuales.
Los dueños de gatos se hacen la ilusión de que son como ellos: autosuficientes, elegantes, independientes. Los dueños de perros se hacen la ilusión de que los perros son como ellos: responsables, obedientes.
Para la oruga el final de su metamorfosis es la muerte del mundo; para la mariposa que surge amnésica, el principio. Eso es lo que significa pasar de la infancia a la juventud. La perfección del niño es la de la oruga que se sabe oruga y nada más; la inconsistencia juvenil es la de la mariposa que ignora como ha llegado a serlo ni lo que le aguarda después.
Pero el paso del niño al adulto invierte los términos de la metamorfosis. El niño es una mariposa perfecta y efímera, mientras que los adultos somos orugas sin destino claro, salvo la muerte que la mariposa no siente.
Si una máquina del tiempo nos permitiera colocar a un neandertal en un monacato para miniar pretendidamente códices, esa sería la metáfora de la mayoría de los humanos actuales con sus smartfones a cuestas.
Quien sabe que no sabe tiene dos opciones: resignarse o vivir. Quien no sabe que no sabe, en cambio, no tiene opciones.
Dos de mis novelas favoritas de todo tiempo y lugar. Una, un hombre amable y apacible, un ratón de biblioteca que rehúye todo conflicto en la vida, viaja a Creta para explotar una mina de lignito en compañía de un vitalista hombre para todo, un gozador, una suerte de Pan nacido a los pies del Olimpo que ha matado hombres, se ha emborrachado, comido y ha gozado de todas las viudas acogedoras con las que se ha tropezado. Zorba el griego (Vida y andanzas de Alexis Zorba) del griego Nikos Kazantzakis. La otra, rusa, mucho más extensa, con la campaña suicida de Napoleón en Rusia, se nos cuenta la historia de dos familias aristocráticas, los Bolkonski y los Rostov. Es difícil intentar borrar el rostro del gran Anthony Quinn del personaje de Kazantzakis, como es imposible evitarlo con los de Mel Ferrer como Bolkonsky y de Audrey Hepburn como la Rostova. Vidor ha suplantado a Tolstoi como Cacoyannis lo hizo con Kazantzakis. Son dos buenas películas sobre dos extraordinarias novelas, por lo que es difícil decidir si aquellas le han rendido un servicio a estas o, al suplantarlas y dar la falsa impresión en el espectador de que ya no es preciso el lector, las han perjudicado. Ese debate de amor/odio entre cine y literatura ha persistido siempre. Si la oruga originaria es la novela y la mariposa reluciente y amnésica es la película, yo decido que la oruga es más hermosa en ambos casos.
Un fabricante de papel artesano afirmó: "a veces me gustan mis errores, pero intentar reproducirlos es muy dificil." Eso es lo que siento yo a menudo al escribir. Falta de método para reproducir mis aciertos fugaces y casuales.
Los dueños de gatos se hacen la ilusión de que son como ellos: autosuficientes, elegantes, independientes. Los dueños de perros se hacen la ilusión de que los perros son como ellos: responsables, obedientes.
Para la oruga el final de su metamorfosis es la muerte del mundo; para la mariposa que surge amnésica, el principio. Eso es lo que significa pasar de la infancia a la juventud. La perfección del niño es la de la oruga que se sabe oruga y nada más; la inconsistencia juvenil es la de la mariposa que ignora como ha llegado a serlo ni lo que le aguarda después.
Pero el paso del niño al adulto invierte los términos de la metamorfosis. El niño es una mariposa perfecta y efímera, mientras que los adultos somos orugas sin destino claro, salvo la muerte que la mariposa no siente.
Si una máquina del tiempo nos permitiera colocar a un neandertal en un monacato para miniar pretendidamente códices, esa sería la metáfora de la mayoría de los humanos actuales con sus smartfones a cuestas.
Quien sabe que no sabe tiene dos opciones: resignarse o vivir. Quien no sabe que no sabe, en cambio, no tiene opciones.
Dos de mis novelas favoritas de todo tiempo y lugar. Una, un hombre amable y apacible, un ratón de biblioteca que rehúye todo conflicto en la vida, viaja a Creta para explotar una mina de lignito en compañía de un vitalista hombre para todo, un gozador, una suerte de Pan nacido a los pies del Olimpo que ha matado hombres, se ha emborrachado, comido y ha gozado de todas las viudas acogedoras con las que se ha tropezado. Zorba el griego (Vida y andanzas de Alexis Zorba) del griego Nikos Kazantzakis. La otra, rusa, mucho más extensa, con la campaña suicida de Napoleón en Rusia, se nos cuenta la historia de dos familias aristocráticas, los Bolkonski y los Rostov. Es difícil intentar borrar el rostro del gran Anthony Quinn del personaje de Kazantzakis, como es imposible evitarlo con los de Mel Ferrer como Bolkonsky y de Audrey Hepburn como la Rostova. Vidor ha suplantado a Tolstoi como Cacoyannis lo hizo con Kazantzakis. Son dos buenas películas sobre dos extraordinarias novelas, por lo que es difícil decidir si aquellas le han rendido un servicio a estas o, al suplantarlas y dar la falsa impresión en el espectador de que ya no es preciso el lector, las han perjudicado. Ese debate de amor/odio entre cine y literatura ha persistido siempre. Si la oruga originaria es la novela y la mariposa reluciente y amnésica es la película, yo decido que la oruga es más hermosa en ambos casos.
En tanto que especie, nunca encontraremos una cueva, una
abertura o una puerta de cualquier clase en la que no deseemos entrar. El
hombre —tienen razón las viejas ilustraciones de la prehistoria— no sólo es
bípedo sino cavernícola.
Los eslóganes son trajes vacíos que visten el cadáver de una idea. Aún las ideas más grandes, si les abres la panza, ves que son títeres, rellenos de paja, y hundido entre la paja, un resorte de hojalata.
El gran maestro reaccionario Confucio dijo: "Muchos buscan la felicidad por encima del hombre; otros por debajo; pero la felicidad tiene la talla del hombre". Así es: hay tantas felicidades como tallas humanas. Hay que cortar a la felicidad a la medida de tu talla.
Soy animal urbano y animal de campo, pero mi ejemplo de dicha es despertarme al amanecer en una aldea con el alborozado ajetreo de gallos, cochinos, asnos y hombres y querer levantarme de inmediato y a la vez quedarme en mi cama aldeana anticipando los goces del día, dudar si seguir un rato como oruga en cama o salir a mariposear por ahí.
Antes de las revoluciones los revolucionarios son compasivos, deben sentir como propio el sufrimiento ajeno. Pero cuando acontece la revolución ya no pueden permitirse el lujo de serlo, porque el revolucionario tiene que hacerle a la gente cosas que no admiten compasión. Es lo que distingue a un simpatizante o un ‘compañero de viaje’ del verdadero revolucionario; lo mismo que distingue la acción de la emoción, el pensamiento del acto, el idealismo de sus consecuencias. Y ahí reside el trágico drama de esos activistas que finalmente siempre son devorados por sus metas conseguidas. La oruga de las ideas no soporta la imagen que ofrece la mariposa de la revolución.
Los eslóganes son trajes vacíos que visten el cadáver de una idea. Aún las ideas más grandes, si les abres la panza, ves que son títeres, rellenos de paja, y hundido entre la paja, un resorte de hojalata.
El gran maestro reaccionario Confucio dijo: "Muchos buscan la felicidad por encima del hombre; otros por debajo; pero la felicidad tiene la talla del hombre". Así es: hay tantas felicidades como tallas humanas. Hay que cortar a la felicidad a la medida de tu talla.
Soy animal urbano y animal de campo, pero mi ejemplo de dicha es despertarme al amanecer en una aldea con el alborozado ajetreo de gallos, cochinos, asnos y hombres y querer levantarme de inmediato y a la vez quedarme en mi cama aldeana anticipando los goces del día, dudar si seguir un rato como oruga en cama o salir a mariposear por ahí.
Antes de las revoluciones los revolucionarios son compasivos, deben sentir como propio el sufrimiento ajeno. Pero cuando acontece la revolución ya no pueden permitirse el lujo de serlo, porque el revolucionario tiene que hacerle a la gente cosas que no admiten compasión. Es lo que distingue a un simpatizante o un ‘compañero de viaje’ del verdadero revolucionario; lo mismo que distingue la acción de la emoción, el pensamiento del acto, el idealismo de sus consecuencias. Y ahí reside el trágico drama de esos activistas que finalmente siempre son devorados por sus metas conseguidas. La oruga de las ideas no soporta la imagen que ofrece la mariposa de la revolución.
Se te nota lírico, con un toque melancólico. Tanta oruga y mariposa que, al final, me pierdo el sentido de la metamorfosis o, tal vez, aprendo que ésta es de ida y vuelta. Casi no me acuerdo de Zorba, ni de la novela ni de la película (sólo, eso sí, de Anthony Queen bailando); será cuestión de releerla (y "revederla"). En cambio "Guerra y paz" la tengo muy presente. Y sí, el revolucionario no puede permitirse la compasión; pero la compasión es lo que nos hace humanos así que, ¿para quién hace la revolución?
ResponderEliminarDe ahí que el revolucionario puro sea inhumano... en nombre de los humanos
EliminarSi relees Zorba, asegúrate de que sea una buena traducción directa del griego; yo te recomiendo la relativamente edición de El Acantilado
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