“Estuve en Berlín hace dos semanas. No les importa el dolor que causa el desempleo en España, no les importa la economía griega. Les importa un pequeño aumento de la inflación o las elecciones en Renania del Norte.” Nial Ferguson
Esa península de Asia que algunos consideran un continente,
Europa, parece decidir su destino como entidad política relevante entre dos
opciones igualmente posibles: desintegración o federación. Y Alemania parece la
piedra de clave de su estructura: si piensa hacia dentro, Europa se
desintegrará y la propia Alemania perderá relevancia, si piensa hacia afuera, avanzará
la unión. Mirarse el ombligo, un ombligo muy egocéntrico, que no eurocéntrico,
o mirar al conjunto. Si uno lee historia descubre que Europa reúne todos los
síntomas de la decadencia de las civilizaciones precedentes.
Como señala Nial Ferguson los seis elementos que consagraron la supremacía de Occidente ya se están copiando con éxito en las potencias rivales emergentes, como las del Pacífico: la competencia entre los países y dentro de los países, la revolución científica, el imperio de la ley y el gobierno representativo, la medicina moderna, la sociedad de consumo y la ética del trabajo.
Como señala Nial Ferguson los seis elementos que consagraron la supremacía de Occidente ya se están copiando con éxito en las potencias rivales emergentes, como las del Pacífico: la competencia entre los países y dentro de los países, la revolución científica, el imperio de la ley y el gobierno representativo, la medicina moderna, la sociedad de consumo y la ética del trabajo.
Hay una solidaridad que no es espacial o interclasista, sino temporal o intergeneracional. La acumulación de deuda es una muestra de cómo las generaciones presentes están viviendo a costa de las futuras, hipotecando ese futuro. El contrato social entre generaciones, como lo denominó Edmund Burke. Y no sólo es monetario o económico, sino social y ecológico. Una Europa unida en lo fiscal, federal, permitiría que los recursos alemanes no sólo estuvieran disponibles para aumentar su propio consumo y producción, sino los de los países periféricos, incluida la pobre Grecia. Al fin y al cabo, la principal clientela y no sólo sus socios, son el resto de europeos. No pretenda Alemania a estas alturas venderles coches o televisores a los crecientemente eficientes coreanos o chinos. La Unión Europea puede seguir los pasos de la desintegración aún más rápido y abruptamente que la aparentemente sólida en su día Unión Soviética.
El hecho más contundente, que no irresoluble, de Europa, es su pobre demografía. Contando sólo con las mujeres europeas este asunto no se solucionará, de modo que la inmigración desde países pobres puede no ser el problema, sino la solución. El multiculturalismo, aparentemente respetuoso con las culturas de procedencia, se ha revelado como un generador de guetos e insatisfacción. El modelo estadounidense de integración: ser americanos a partir de la primera generación, se ha revelado mucho más exitoso y pese a todo menos problemático, con la condición de aceptar las leyes, derechos y usos de la Europa de acogida.
No se trata de purgar las culpas coloniales no situando una cultura por encima de otra, porque el problema, aunque ético, es sobre todo práctico: disponer de normas compartidas y sentirse parte de un todo. En esto, como en todo futuro viable, el concepto de ciudadanía se opone al de nacionalismos, y Europa tendría la virtud de desvanecer esa idea perniciosa de nación. Pagar impuestos y recibir servicios es más importante que la comida kosher o halal, el turbante o la kipá.
Si la religión, según Marx era el opio del pueblo, las naciones son la cocaína de las clases medias. En Europa, al revés que en Estados Unidos, nos falta una lengua común, pero eso también es riqueza y no sólo impedimento. La cocaína nacionalista sólo se debería servir con receta, en las grandes ‘conflagraciones’ deportivas. En ese sentido, la federación de naciones puede ser la receta de futuro y de éxito: ceder soberanía sin ceder idiosincrasia. Sin haberlo aún logrado, Europa se ve como un todo desde el punto de vista del mercado en el exterior; para China no hay diferencia pertinente entre Portugal y España, pero para los europeos, y lastimosamente para los portugueses y españoles, sí.
Hace más de dos siglos, Occidente basó su éxito en el expolio del resto del mundo; hace más de medio siglo, el Occidente europeo basó su precaria unión en el carbón, el acero y la agricultura; ahora, el verdadero recurso sería el que ha definido el éxito de países como Corea del Sur o Finlandia: la educación y la cultura, pero proyectadas al futuro, porque si no, Europa se quedará como un envejecido y encantador parque temático para los turistas del resto del mundo exitoso.
Ya es un envejecido parque temático. ¿Encantandor? No sé. Lo del encanto será siempre subjetivo.
ResponderEliminarSí, ya lo es.
EliminarLo de encantador es cosa mía: me gusta la vieja Europa
Y a mí.
EliminarDe hecho, parece que vayamos al revés: imitando lo peor de la izquierda americana, a la izquierda "modelna" ya no le vale reivindicar las naciones o los guetos, sino en dividir aún más creando "guetos identitarios". Por un lado, los homosexuales, por otro, los transexuales, ahora vienen los discapacitados y también son un grupo aparte. Ya comenté por aquí que se habla con ironía de "las Olimpiadas de la opresión". Y reivindican estas identidades a costa de hablar de quien no es ni homosexual, ni transexual ni discapacitado como si fuera el tonto del pueblo, sin pararse a pensar que el 85% de la población no es nada de eso y quizás me quede corto. Luego se sorprenden cuando estos votan a la derecha...
ResponderEliminarEl 'homus normalus', ¿te parece marginado? No, hombre
EliminarObviamente no está marginado, es imposible (sea lo que sea ser normal). No hay que caer en el error que caen machistas homófobos que se sienten perseguidos por homosexuales (la idea me está haciendo reír y todo). Pero la política consiste en convencer a la mayoría y nunca lograrán hacerlo si adoptan ese enfoque de tratar al "normal" de enemigo de las minorías, que he visto.
EliminarVale, vale, tranqui. Normal en el sentido meramente estadístico
EliminarEs muy difícil cambiar de estrategia cuando ésta ha sido exitosa hasta hace poco, la formación y el técnico que ganaron no se cambian. Esto asegura que el campeonato no sea siempre del mismo equipo.
ResponderEliminarEntonces para cambiar, ya que el equipo no está ganando, encuentro que las consignas de la revolucion francesa siguen siendo relevantes. Y que se podría hacer un programa de extensión pacífica de los beneficios de la libertad, igualdad y fraternidad a todos los vecinos, incluyendo entre otros a Albania y Túnez.
Sí, ni un paso atrá en relación a la Declaración Universal, y sí, incluyamos a la periferia sur.
EliminarLo dices solo de pasada, pero la homogeneidad idiomática de Estados Unidos frente a la diversidad europea me parece fundamental en cuanto a unificar el país y descartar tentaciones secesionistas (que las hubo). Cada vez más gente habla inglés que parece que será nuestra lingua franca, pero me parece que estamos aún muy lejos de sentir "de los nuestros" a esos que hablan otras lenguas.
ResponderEliminarSí, creo que la verdadera patria (o 'matria') es la lengua materna
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