Quienes sueñan con festines depiertan con lamentos. CHUANG TSE
Los personajes más siniestros de la Biblia —y mira que
abundan—, excluyendo a ese mismo Dios vengativo que exige no sólo obediencia
absoluta sino amor sumiso, no son los múltiples caudillos adúlteros, ni
siquiera los asesinos en serie como el infanticida Herodes. Son los profetas,
personajes sin humor, regañones, dictatoriales. Normalmente sus profecías les eran reveladas en sueños (¿Qué beberían o fumarían?). El medio es el mensaje y sus profecías decían más de sí mismos que de sus supuestos pronósticos.
La profecía no abre el futuro, lo determina, al igual que modifica el pasado.
En una magnífica novela corta de la gran Ursula K. Le Guin, su personaje, George Orr tiene sueños que se convierten en realidad, es decir, que cambian la realidad. Cuando su tía le acosa sexualmente de adolescente mientras ella vive temporalmente en casa de sus padres, el muchacho sueña que su tía muere. Cuando despierta descubre efectivamente que su tía ha muerto, pero no en la flecha del tiempo que existía, sino en el pasado, hace seis semanas, de manera que su tía nunca vivió en su casa ni le acosó y, lo más terrible, es que ese pasado alternativo no lo recuerda nadie más que él; sus padres ‘saben’ que ella murió antes de ir de visita a su casa y no recuerdan que estuviera allí, porque es imposible, ella había muerto. Orr se siente devastado porque en realidad, conscientemente, no deseaba la muerte de su tía, tan sólo que cesara su acoso.
La desesperación de Orr es doble. Por un lado, porque termina teniendo miedo a soñar y que esos sueños alteren la realidad anterior; por otra parte, porque eso le condena a ser el único habitante de tiempos que han sido y eso también le condena a la mayor soledad imaginable, unas vidas estrictamente aparte de la memoria colectiva.
Los sueños cuestionan nuestra realidad tomando elementos de la misma y barajándolos arbitrariamente. Si los sueños, dormidos o despiertos, de los hombres, como los de los siniestros profetas, controlaran el destino de nuestra realidad probablemente esos destinos serían más terribles que las habituales realidades dependientes del azar y la necesidad.
El pasado siempre se puede alterar, no hace falta ni soñarlo, lo han hecho continuamente los vencedores sobre los vencidos. El futuro, que en gran parte depende de ese pasado, también se puede alterar, naturalmente, a veces a eso lo llamamos progreso, pero esa alteración nunca es a medida totalmente de nuestros deseos, como le sucede al pobre personaje de Le Guin dotado de unos poderes que no ha pedido ni puede anular.
Hay otra posibilidad de alterar el pasado. Se trata de fingirse vencido y una vez investido del aura de víctima intentar diseñar un futuro idílico aunque ese futuro, como ese pasado inventado, no hayan existido. Es lo que han venido haciendo los independentistas catalanes. Cataluña se ha llenado, como en la Biblia, de profetas que no tienen tiempo de ocuparse del presente y sus prosaicas necesidades. Sólo puedo decirles que tengan cuidado con lo que sueñan, no vaya a ser que se convierta en su futuro, que nunca será el que han imaginado.
La profecía no abre el futuro, lo determina, al igual que modifica el pasado.
En una magnífica novela corta de la gran Ursula K. Le Guin, su personaje, George Orr tiene sueños que se convierten en realidad, es decir, que cambian la realidad. Cuando su tía le acosa sexualmente de adolescente mientras ella vive temporalmente en casa de sus padres, el muchacho sueña que su tía muere. Cuando despierta descubre efectivamente que su tía ha muerto, pero no en la flecha del tiempo que existía, sino en el pasado, hace seis semanas, de manera que su tía nunca vivió en su casa ni le acosó y, lo más terrible, es que ese pasado alternativo no lo recuerda nadie más que él; sus padres ‘saben’ que ella murió antes de ir de visita a su casa y no recuerdan que estuviera allí, porque es imposible, ella había muerto. Orr se siente devastado porque en realidad, conscientemente, no deseaba la muerte de su tía, tan sólo que cesara su acoso.
La desesperación de Orr es doble. Por un lado, porque termina teniendo miedo a soñar y que esos sueños alteren la realidad anterior; por otra parte, porque eso le condena a ser el único habitante de tiempos que han sido y eso también le condena a la mayor soledad imaginable, unas vidas estrictamente aparte de la memoria colectiva.
Los sueños cuestionan nuestra realidad tomando elementos de la misma y barajándolos arbitrariamente. Si los sueños, dormidos o despiertos, de los hombres, como los de los siniestros profetas, controlaran el destino de nuestra realidad probablemente esos destinos serían más terribles que las habituales realidades dependientes del azar y la necesidad.
El pasado siempre se puede alterar, no hace falta ni soñarlo, lo han hecho continuamente los vencedores sobre los vencidos. El futuro, que en gran parte depende de ese pasado, también se puede alterar, naturalmente, a veces a eso lo llamamos progreso, pero esa alteración nunca es a medida totalmente de nuestros deseos, como le sucede al pobre personaje de Le Guin dotado de unos poderes que no ha pedido ni puede anular.
Hay otra posibilidad de alterar el pasado. Se trata de fingirse vencido y una vez investido del aura de víctima intentar diseñar un futuro idílico aunque ese futuro, como ese pasado inventado, no hayan existido. Es lo que han venido haciendo los independentistas catalanes. Cataluña se ha llenado, como en la Biblia, de profetas que no tienen tiempo de ocuparse del presente y sus prosaicas necesidades. Sólo puedo decirles que tengan cuidado con lo que sueñan, no vaya a ser que se convierta en su futuro, que nunca será el que han imaginado.
Y lloricas, piénsese en Jeremías, que ha pasado a significar cualquier llorón que lamenta en exceso sus reveses.
ResponderEliminarObserva al comentarista de abajo: uno habla de profetas, 'orioles' y demás y se ponen hiperbólicos asumiendo que esa parte llorona son toda Cataluña.
EliminarYa veo, ya.
EliminarLamento sus penosos despertares despues de tener pesadillas con Cataluña, señor.
ResponderEliminarCataluña no es una pesadilla; es un esperpento. Lea a Valle Inclán, también era 'periférico'
EliminarEs muy interesante lo que hace Le Guin: imagina horribles utopías para evitar que ocurran.
ResponderEliminarNos vendría bien (en la misma vena) escribir sobre el inmediato fin del capitalismo, la abolición definitiva de la democracia, la autonomía completa de Cataluña, no solo de España, quizás hasta de Europa y, ya que estamos soñando, que somos infelices por siempre jamás.
¿Y que no se cumplan esos sueños?
EliminarLeí esa novela de Úrsula K. LeGuin hace muchos años (creo que fue la primera que leí de esa mujer) y recuerdo que me gustó mucho y, sobre todo, me encantó el planteamiento de los sueños que cambiaban el pasado, en el marco de infinitos universos. El cambio del pasado que hacen los nacionalistas no es, de momento, tan efectivo : de momento no tienen medios para llevarnos a todos a un multiverso alternativo. Más fácil les será, supongo, hacerlo al estilo del Ministerio de la Verdad de 1984.
ResponderEliminarCataluña,no es un esperpento,es una tierra maravillosa.Si te quieres referir a algunas ideas o partidos,nombralos.Pero respeta a Cataluña y por supuesto a todas
ResponderEliminarlas ideas,cada día te veo más fa cha
Si no sabes entender el contexto al leer un texto es tu problema. Mira a ver si el agua bendita te ilumina
EliminarMe meto a destiempo en discusión ajena, pero es que no me queda otro remedio. La exhortación de Ben a que "por supuesto" respetes todas las ideas me ha alarmado considerablemente, como siempre que me topo con ella, lo que sucede con frecuencia, porque este de "respetar todas las ideas" parece un imperativo universal, de vigencia obvia y de cumplimiento ineludible. Que yo, sin embargo, me veo no solo incapaz, sino nada deseoso de cumplir, y que te recomiendo, querido Lansky - es retórica, ya se que la recomendación, en tu caso, es felizmente innecesaria- que tampoco tú cumplas. Si de verdad respetáramos todas las ideas deberíamos respetar la idea de que la Tierra no es redonda, la de que existen razas inferiores o la de que la evolución es una teoría más, no probada ni más verosímil que la de que el mundo fue creado más o menos tal como ahora lo vemos fósiles incluidos, hace trece mil doscientos años. Son casos extremos, claro, pero por ello mismo útiles para dejar claro que no todas las ideas son igualmente respetables y que, "por supuesto", no, claro que no debemos, ni podemos, respetarlas a todas por igual. De hecho, respetar algunas ideas implica faltar gravemente al respeto a otras.
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