jueves, 8 de junio de 2017

Fumando un cigarrillo con el mundo bajo un puente




Considero el crecimiento de las ciudades algo maligno, una desgracia para la humanidad y para el mundo, una desgracia para Inglaterra y, desde luego, una desgracia para la India... la sangre de las aldeas es el cemento con que se construye el edificio de las ciudades. Gandhi
El mayor país del mundo no está bien delimitado en los mapas, aunque figura en ellos. Es el más extenso porque abarca prácticamente todo el planeta, y está constituido sobre todo por ciudades populosas, y en 2015 tenía 750 millones de habitantes; sus remesas, se calcula aunque sin datos exactos, son de unos 440.000 millones de dólares al año.

Si fuera un país. Pero hablo de las personas, 750 millones de momento, que viven en un país donde no han nacido. Emigrantes. Provienen de países pobres y acuden a los ricos, o del campo y las aldeas para instalarse en las grandes urbes. Aportan más dinero que los turistas, pero son más invisibles para las estadísticas porque muchos están incursos en la economía sumergida, las viviendas no catalogadas y los trabajos sin contrato.

Yo he sido emigrante en tres ciudades: Londres, Nairobi y Cochabamba, en Europa, África subsahariana y América del Sur. Un emigrante de lujo con todas sus necesidades cubiertas, con vivienda digna, dinero y contratos laborales. Y aún así he percibido el extrañamiento que produce vivir entre otros que no sólo hablan distinto, sino ‘miran’ distinto, comen distinto, se divierten y cantan y bailan distinto y a pesar de todo son como yo. Vivir en otro sitio te enseña  lo azaroso y relativo del pomposo y nefasto término de nación; no te hace inter-nacional, como los vuelos de larga distancia, sino a-nacional, como el cielo o los mares a pesar de esa contradicción en los términos que son las aguas “territoriales”. Es decir, te hace más ciudadano que patriota, ciudadano exilado y, por ende, ciudadano del mundo.

Es un fenómeno imparable. No hay frontera ni natural ni política que lo detenga; ni ancho mar ni muro con espinas. De este pueblo en marcha, estoy convencido, depende más nuestro futuro común que de los bien asentados habitantes que les reciben, entre otras cosas, porque están seleccionados darwinistamente entre los más fuertes, jóvenes, inquietos, listos y emprendedores —nunca mejor dicho—: los que se pone en marcha, no los que resignadamente se quedan.

Es fácil subestimar sus aportaciones, porque muchos de ellos pertenecen a la economía secreta que no paga impuestos, que no recibe prestaciones y servicios, no constan en el censo, los economistas no hablan sus lenguas.

Es un fenómeno urbano. Acuden prácticamente sólo a las ciudades, preferentemente a las más grandes. De hecho, ese es el segundo fenómeno más significativo de nuestra época junto a las migraciones masivas: la creciente urbanización del planeta. Y es igual que las migraciones y relacionado con ellas un fenómeno imparable. Ayer mismo, en 1900, el 10 por ciento vivía en ciudades; en 2013 ya éramos el 53 por ciento, más que los habitantes rurales por primera vez, probablemente, en la historia. Para 2050, mañana mismo, cuando seamos 9.000 millones de habitantes, el 75 por ciento habitará en ciudades. En 1970 en el mundo sólo había dos ciudades, ambas desarrolladas, de más de diez millones de habitantes: Nueva York y Tokio. Hoy son veintitrés, la mayoría en los países en vías de desarrollo (pobres o del Tercer mundo, según las varias nomenclaturas) y en 2025 serán al menos treinta y siete, la mayoría en esos mismos países.

Toda nuestra historia reciente, hasta en sus más mínimos detalles puede entenderse bajo la lente de la migración y de la urbanización. ¿Por qué un campesino de Bihar se instala en la hacinada Bombay?, porque piensa: “esos veinte millones de personas deben saber algo, así que me voy con ellos.” Osama Bin Laden finalmente no se ocultó en las cuevas de las montañas de los territorios tribales, sino en una ciudad populosa, en el anonimato urbano, como cualquier otro burgués suficientemente rico con vida no solo privada sino hasta secreta. Igualmente, Bután, que está considerado en país más feliz del mundo y cuyo rey inventó la Felicidad Nacional Bruta, en el que el 41 por ciento de los butaneses eran “felices” al estar satisfechos en seis de los nueve criterios evaluados: bienestar psicológico, medio ambiente, salud, educación, cultura, nivel de vida, empleo del tiempo, vitalidad de la comunidad y buen gobierno. Pero los jóvenes butaneses se van de las aldeas a las ciudades y las mismas carreteras que se hicieron para llevar servicios a esos pueblos les sirven ahora para huir de ellos.

Ahora sólo soy un turista, como todos los ricos, no un emigrante. Por eso a menudo me siento bajo los arcos del acueducto de Amaniel, en el madrileño barrio de Tetuán y comparto unos cigarrillos con los africanos, la mayoría nigerianos y sudaneses, que duermen debajo. Oigo sus lenguas, desconocidas por nosotros y habladas sin embargo por millones, y en la lengua franca españolizada me cuentan sus historias. Cada uno tiene una o varias, y esas historias no oficiales ni recogidas por las estadísticas, son, creo yo, la historia del mundo actual. Por cierto, casi ninguno ha llegado en las famosas pateras, sino por avión o por carretera y barco. En sus aldeas esas historias las relataban los ancianos, aquí lo hacen estos jóvenes “emprendedores”. Me han puesto un nombre en hausa: 'Da shan taba Mu', El que fuma con nosotros. También me han invitado a comer un arroz jollof (o benachin) y yo me he comprometido en hacerles una paella.




4 comentarios:

  1. Hace no mucho, me interesé por ver cuántos estados de EEUU tenían a la mayoría de sus habitantes en ciudades y me sorprendió ver que hay hasta quince estados en los que al menos la mitad de la población vive en zonas urbanas.

    http://www.arbesman.net/blog/2011/02/02/the-city-states-of-america/

    El revés de la migración es el caso de esos jóvenes que viven debajo del puente: gente que se arriesgó y, faltos de medios, ahora sobreviven.

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  2. Somos hijos de emigrantes africanos en el paleolítico. Y para fumar con sudaneses bajo el puente se han hecho las ciudades, solo las ciudades ofrecen esa riqueza de vínculos, de oportunidades y recursos. Cuando pequeño, el mantra en mi familia era que la vida en ciudades chicas era más humana, sana o enriquecedora...yo nunca lo creí. Hace poco leí este paper: "Growth, innovation, scaling, and the pace of life in cities
    Luís M. A. Bettencourt et al" que sugiere que el tamaño de una ciudad está correlacionado con la riqueza per cápita, la innovación y la reducción del uso de recursos.
    Parece que hay tensiones que hacen que las ciudades sean cada vez más grandes

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    1. Sí, todos somos inmigrantes de origen africano, ya lo he dicho en numerosas ocasiones.

      En cuanto a la razón del aumento del tamaño de las ciudades, no he leído ninguna explicación convincente, salvo una proveniente de la ecología-ciencia (no del medio ambiente): que se trata de una explotación de un entorno más organizado (la ciudad) a un entorno más desorganizado (la región), y esa explotación por definición implica que absorbe los recursos, la energía y la información

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía