lunes, 6 de marzo de 2017

Marx sigue vigente, 3



De todas las ‘sectas’ marxistas siempre me ha llamado la atención el maoísmo, cómo una disciplina severa, autoritaria y en gran medida inhumana ha seducido a tantos jóvenes. Pienso que hay dos factores para explicar no sólo esa sino cualquier militancia política en cierto modo: el autoengaño y el cómodo paquete de una ideología. Al igual que esos expertos que traen pensadas de antemano todas las posibles respuestas, las ideologías sustituyen la duda, rellenan toscamente el hueco más fructífero pero más doloroso e inseguro de las ideas. 

En cuanto al autoengaño, mucho hemos aprendido en los últimos años de su función incluso evolutiva. Desarrollar complejos mecanismos para engañar a otros es una constante en la historia humana. Pero engañar implica grandes esfuerzos y siempre conlleva el riesgo de ser descubierto, de forma, que el modo más eficaz de hacerlo es autoengañarse: mentirse a un mismo es la forma de convencerse y convencer a los demás. Así que mentimos, ocultandonos la intención de engañar, recuperamos información de forma selectiva (medias verdades) y retorcemos los agumentos utilizados. Porque el engaño, y menos aún el autoengaño, no es un mero juego verbal: hay una verdadera carrera armamentística entre el que engaña y el engañado y de ese conflcto se aportan pruebas (véase al genial Robert Trivers) desde muy distintos campos del saber, desde la inmunología, la neurociencia, la dinámica de grupos, las relaciones paternofiliales, la teoría evolutiva y más. Para qué sirve el autoengaño, para obtener seguridad, aunque sea falsa, y amparo del grupo. 

Pasemos a un asunto de vigencia actual, la relación entre el marxismo y el mal llamado medio ambiente. Pese a la bandera de Portugal, el rojo y el verde parecen combinar mal.  

Si un político conservador alemán advertía en los setenta del pasado siglo sobre los verdes, señalando que eran como las sandías: verdes por fuera y rojos por dentro, al que yo modestamente replicaba entonces desde un medio nacional que los verdes deberían ser tomates: verdes primero y rojos cuando madurasen, lo cierto es que las relaciones entre marxismo y naturaleza y sus recursos siempre han sido dudosas desde aquella famosa definición de La URSS de Lenin de “los soviets más la electrificación”.

La única obra explícita, debida a la exclusiva pluma de Engels, La dialéctica de la naturaleza es un ejemplo de trabajo incoherente en el que se intentaba demostrar que la naturaleza era la prueba de la dialéctica a partir de lecturas mal asimiladas de Darwin. Pero sí es cierto que existió un primer Marx “verde” rescatable en sus primeros escritos y que no es incompatible con el Marx maduro ("rojo") de El Capital. En esos primeros escritos se refería con sensibilidad a la forma en que los humanos se alejaron de la naturaleza y a pesar de su productivismo era muy crítico con la contaminación que se observaba en las ciudades británicas de la revolución industrial (como lo era el informe de Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra que puede considerarse el primer informe medioambiental moderno). De hecho, Marx estableció el concepto de “metabolismo” para explicar la relación entre los recursos naturales, que no consideraba inagotables, y su transformación por el trabajo: “un proceso mediante el cual el ser humano media, regula y controla a través de sus propias acciones, el metabolismo entre él y la naturaleza”, y apuntaba hacia un uso racional que señalaba la posibilidad de un ecologismo socialista. Lo cierto es que en Marx el debate sobre la naturaleza siempre se da en relación al marco humano, opinión que yo comparto, es decir, está marcada por cierto antropocentrismo, desde el punto de vista de la emancipación humana.

Aquí podemos anidar la causa del tercermundismo y la emancipación colonial con la del ecologismo. Primero porque el apropiador de las plusvalías y el generador de las desigualdades es el mismo agente social que el expoliador de la naturaleza y sus recursos, y segundo, y de un modo más pragmático, porque la única forma de asegurar un legado intergeneracional más justo, que es lo que pretende el ecologismo, es asegurando una justicia geopolítica norte sur, es decir, que la justicia temporal se logra consiguiendo la espacial.

Seguiré con este aspecto de la confluencia entre marxismo y ecologismo en sentido amplio.


4 comentarios:

  1. Esta serie tuya creo que me la voy a encuadernar

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  2. Sin quitarle mérito al señor Trivers, quizás también tenga relación el terrible lema de "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". Mi padre lo odia con bastante razón, pues crea alianzas no ya imposibles, sino grotescas. Una de las razones por las que tantos jovencitos apoyen a las dictaduras o el terrorismo "de izquierdas" es porque los ven anticapitalistas e inmediatamente buenos. ¡Y les sirve esta "razón"!

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    1. Trivers, un excelente biologo evolutivo, ha estudiado el papel del engaño en la evolución, incluidos los humanos, y sobre todo el autoengaño.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía