jueves, 4 de junio de 2020

El color de los sueños de la pandemia


En la sala de una profesora de filología inglesa iraní había varios cuadros abstractos muy bonitos. No estaban colgados, sino apoyados en las paredes y todos eran semejantes y distintos: sobre un fondo más bien oscuro se situaban manchas de colores más vivos y rebeldes. La profesora le preguntó a la pintora como había llegado a la abstracción desde sus primeras obras figurativas que solían representar habitaciones vacías, casas abandonadas y fotos olvidadas de mujeres. La respuesta fue que la realidad se le había vuelto tan insoportable que lo único que podía pintar eran los colores de sus sueños, su íntima libertad. La represión de la República Islámica le había conducido a una osada abstracción -que sin pretenderlo coincide con la iconoclastia de los islamistas-, de la misma forma que en cierto cuento de Monterroso el sacrificio de la única oveja negra había conducido a promover el arte de la escultura, ya que, arrepentidos de aquella muerte, finalmente la habían erigido un monumento al animal disonante. 

Pobres de aquellos que no hayan encontrado el color de sus sueños en estas largas semanas de confinamiento. He observado que muchos han reparado en los pájaros desde sus ventanas. Muchos afirman que la ausencia de gente en las calles ha propiciado su abundancia. No siempre es así. Felix de Azua afirmaba el otro día que esta primavera había más vencejos. No lo creo, más bien me parece que este año hay menos, porque, como muchas aves migradoras, dependen de muchos más factores que sus áreas de acogida. Lo que sí creo es que Azua se ha fijado esta primavera recluida más en ellos que en épocas pasadas más libres. Va a resultar que del confinamiento van a salir un montón de ornitólogos aficionados, como en otros contextos y casos escultores o pintores abstractos. Colores de los sueños.
 
Pero hay sueños que no tienen colores, porque son pesadillas en blanco y negro. Durante la pandemia han surgido multitud de severísimos guardias de sus conciudadanos. Son los que llaman la atención desde sus balcones a los que caminan por la calle sin averiguar previamente sus motivos, los que en una calle ancha y casi despoblada me llaman la atención por no llevar puesta la dichosa mascara, los dispuestos a censurar al que no aplaude aunque ellos jamás hayan asistido a una manifestación en defensa de la sanidad pública, las famosas mareas blancas. Lo que caracteriza a esta gente, demasiado numerosa, es el gozo por disfrutar de la oportunidad de censurar a los demás, de ejercer de policía de las buenas costumbres, al menos temporalmente.

Luego están en aparente contradicción, pero en realidad similar, los despreocupados, los carentes de empatía que se saltan cualquier norma para proteger al resto, los que se reúnen, jóvenes y no tantos, en diversas algaradas. Ellos me recuerdan a un personaje del Gran Gatsby, la frívola novia del narrador Nick. Cuando éste la reprocha su ‘despreocupada’ forma de conducir, ella le contesta que en cambio cuenta con que los demás sean cautelosos. Eso es exactamente lo que hacen nuestros despreocupados durante la pandemia: cuentan que los demás pongamos el cuidado que ellos no ponen.

En común ambos grupos tienen la de percibir el mundo en blanco y negro, bien como policías sobrevenidos y censores, extasiados por la rectitud de sus propias conductas, bien como adalides de su supuesta y sagrada libertad individual para saltarse las normas de obligado cumplimiento en los demás.

11 comentarios:

  1. Variante local argentina: Algunos de nosotros han convertido la cuarentena en una ceremonia sagrada y quienes no la aplauden son herejes. Tenemos un enanito fascista al que dos por tres le damos el micrófono.

    Chofer Fantasma

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    1. Pués habrá que controlar a ese enanito fascista que todos o casi todos llevamos dentro

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  2. Está bien comparar la abstracción con la iconoclastia. Como comparar determinadas "investigaciones" en el terreno de lo abstracto con la decoración. Quizá podamos decir, también, que en nuestra sociedad hay una pérdida gradual de sentido o de significado. Ya no hay una imagen "fuerte" o "fuertemente icónica" que nos identifique. Tal vez, si entramos en el terreno de lo banal, el selfie sea el tipo de imagen que nos aglutina como sociedad, como grupo.

    Lo que has escrito me recuerda un poco a los "reduccionismos" de las vanguardias. Prácticamente en todas las disciplinas los artistas de vanguardia practicaron estos "reduccionismos": limitando sus presupuestos artisticos para alcanzar algo, para " ver" algo, algo distinto al menos a lo que había sido visto anteriormente. El confinamiento ha sido en cierta medida un reduccionismo voluntario. Y quizá por ese motivo haya gente que haya empezado a ver la realidad de otra manera; como Azúa, que ve pájaros donde antes no los veía.

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    1. Aceptado, y sí, mejor reduccionismo forzoso.

      Lo de Azúa es típico, porque efectivamente este año hay MENOS vencejos, pero muchos como él los ven más detenidamente

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  3. Calificar el confinamiento como "reduccionismo voluntario" quizá no sea adecuado. Borra lo de voluntario y pon "forzoso", mejor.

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  4. Hombre, José Morando hablando de los reduccionismos de las vanguardias y de sus presupuestos artísticos.

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    1. Hombre, tú hablando de José Morando. Deberías mirarte esa obsesión, pero por lo menos ya no insultas aunque es superfluo tu comentario

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  5. Hombre, tanto como obsesión...

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  6. Hombre, entre una cosa y otra ya van nueve comentarios.

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  7. Hombre, yo prefería cuando presumías de ser amigo de Félix de Azúa y te referías a él como Félix.

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  8. Lansky, como ya sabrás de sobras, la "dichosa máscara" es para proteger a los demás. Cuando no la tienes puesta, ¿dónde la llevas? ¿Colgada del cuello? ¿Colgada de la muñeca? ¿Colgada de los cojones?

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía