martes, 16 de junio de 2020

Explorando entre tribus tan remotas como bobas


Como seguramente muchos de vosotros sabréis, existió una tribu de amerindios en una de las zonas más privilegiadas de las grandes praderas que no cazaba prácticamente, ni bisontes ni presas de otro tipo, ni siquiera a la codorniz americana, que es una de las aves más tontas y tranquilas que existen y se pueden capturar con la mano y sin perro. Tampoco cultivaban calabazas, mijo o maíz, pero compraban a buen precio, para regocijo de sus vecinos agricultores, la farfolla del maiz y del mijo; ya sabéis esas hojas duras prácticamente inservibles que rodean las mazorcas y con las que se hacen los colchones más incómodos que nunca han existido. Ellos las usaban para los tejados de sus chozas. Ni siquiera recolectaban los frutos del bosque ni, por supuesto, criaban ganado en esos fértiles herbazales. Su dedicación exclusiva, su obsesión podríamos decir, su motor de progreso unidireccional era la  construcción de cabañas; muchas cabañas, vacías gran parte del tiempo, muchas más de las que necesitaban para el alojamiento de su población, que luego se vendían a propios y extraños. El problema era que ocupaban frecuentemente los mejores sitios, los suelos más fértiles, los lugares más bonitos, las orillas de los ríos, los pasos y querencias de los bisontes. Algunos historiadores han bautizado esta forma de vida como Economía de la Farfolla.

Con el tiempo esta dedicación a la construcción de cabañas casi exclusiva requirió mano de obra de los individuos más desfavorecidos de las tribus vecinas o no tan vecinas. Y acudieron muchos extranjeros que fueron recibidos bien y mal. Bien porque su trabajo era satisfactorio y sus demandas menores que las de los autóctonos; mal porque eran distintos, más oscuros, o más claros, más altos o más bajos, más gordos o más flacos; y encima hablaban distinto, comían distinto, se vestían distinto. El exceso de cabañas se solucionó cuando miembros más opulentos que los trabajadores emigrantes de otras tribus, empezaron a pasar temporadas en el territorio de la tribu de las cabañas —no olvidemos que este era un lugar privilegiado por su clima, sus ríos, bosques y praderas—, alquilando o comprando esas múltiples cabañas, muchos cuando la vejez opulenta les había retirado de sus quehaceres en sus propias tribus; aunque, paradójicamente, esa misma valoración de ese territorio implicara su deterioro acelerado. Pero la tribu estaba contenta, porque muchos de sus miembros pobres que no eran propietarios de esas cabañas empezaron a  recibir ventajas, pequeñas, bien es cierto, como servidores de los vecinos instalados en sus terrenos, les limpiaban la cabaña, les sustituían los tejados de farfolla cuando había goteras, les llevaban la comida y el agua del río. Los habitantes originales de la tribu de las cabañas trataba mal a los frugales y benéficos trabajadores emigrantes, y algunos, en una suerte de contradicción en los términos, les acosaban y les perseguían como si de invasores se trataran, en tanto que los verdaderos invasores, los ricos que compraban cabañas, eran reverenciados y tratados a cuerpo de rey.


Cuando llegó la hambruna y los bisontes de los que vivían otras tribus dejaron de aparecer, y también los cultivos y la recolección de frutos silvestres se vino abajo, los miembros de esas otras tribus dejaron de llegar, pero nuestra tribu no se pudo alimentar de su exceso de cabañas. Como sabréis también, a los primeros etnólogos que estudiaron nuestra tribu les resultó un ejemplo paradigmático de utilización suicida de los recursos.

Por supuesto, cualquier parecido de aquella estúpida tribu amerindia con la España actual y de las últimas décadas y las que seguirán no es pura coincidencia.

3 comentarios:

  1. Yo dudo que este glorioso lugar que habitamos, peninsular o lo que sea, vaya a dejar de ser lugar de residencia para jubilados y de alterne para centroeuropeos. Hay algo en el clima o el agua de los ríos que lo determina.

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    1. Y aparte del agua, cada día más asquerosa, en la falta de imaginación, incompetencia, codicia e ignorancia de nuestros gestores, no¿

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    2. Sí, pero yo creo que todo eso debe ser una consecuencia del agua, o del aire, o de algún compuesto químico. Lo digo por darle una explicación científica. De lo contrario, habría que pensar que tiene una explicación esotérica.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía