viernes, 13 de noviembre de 2020

Monarquía española, ¡hostias, qué fallo!

 

El anterior monarca con el presidente uzbeko que le acababa de regalar un abrigo de pieles de leopardo de las nieves (Panthera uncia) de la sierra de Altái, uno de los felinos más amenazados del planeta.


Conoceréis el chiste: un deslenguado está jugando al golf con un discreto obispo que le recrimina al primero para que deje de decir a cada rato ‘¡hostias, qué fallo!’. Finalmente le advierte que, si sigue blasfemando, se abrirán los cielos, de momento límpidos y diáfanos, y un rayo le fulminará. Pero la costumbre puede más que la prevención y al siguiente fallo exclama lo mismo. En ese momento se abren los cielos y un rayo fulmina… al obispo. A continuación se oye en lo alto una voz atronadora que suelta: “¡Hostias, qué fallo!”

Con la que está cayendo, entre pandemias, crisis económicas y sociales y muerte de toda una generación en morideros, los ancianos, y muerte de otra en vida con menos futuro que el hueco de una rosquilla, los jóvenes, hay gentes preocupadas por que el anterior monarca, padre del actual, haya resultado ser un sinvergüenza huido a una satrapía árabe. Nos lo venían vendiendo poco menos que como un héroe nacional y además capicúa, porque habiendo sido consagrado rey por el anterior dictador, evitó más tarde una nueva dictadura, el Rey León, vamos. Pero si algo bueno tiene esta época es que cuando llegue el apocalipsis estaremos acostumbrados a todo.

Fallos y fallidos. Hay los consabidos Estados fallidos, desde la mafiosa Rusia actual al Sudán de la guerra de religión partido en dos o ese Israel que se comporta más como una milicia armada que como la nación moderna que debería ser. Pero más acá que allá hay democracias fallidas. unas más que otras; en realidad todas lo son en mayor o menor grado, porque la democracia es una aspiración siempre en marcha, no una meta de llegada estática para instalarse a dormir la siesta. Las hay sencillamente anacrónicas, que necesitan ponerse al día, una puesta a punto para pasar la revisión de los primeros dos siglos, como la estadounidense, a cuyas normas electorales les pasa lo que a las reglas del beisbol, que no hay quien las entienda y además estaban inicialmente pensadas para plantadores con esclavos. Y hay monarquías fallidas, como la española. O si se quiere, monarquías poco asentadas (compárese con la británica, tan llena de chanchullos como la que más, pero que forma parte intrínseca del paisaje british tanto como el detestable fish and chips). Monarquías españolas fallidas desde siempre, en mi opinión; no veo por qué va a ser mejor la de Juan Carlos I que la de Fernando VII, tan deseados ambos, tan decepcionantes finalmente. En cambio, las republicas españolas no han sido fallidas, sino traicionadas; no sólo por dictadores y monarcas más o menos absolutistas, sino por la misma parte del pueblo, en nada pequeña, aunque sí despreciable, que en otros lares vota a Trump y aquí también lo hacen fatal unos cuantos millones. Votar contra tus propios intereses es tan frecuente como hacerlo a favor. Tampoco es que haya a veces muchas opciones si te dan a elegir entre una patada en los huevos o en el cielo de la boca.

Mi amigo Pérez, que no es sospechoso desde luego de monárquico acérrimo, ni siquiera de monárquico inconsecuente, como esos que en los lejanos tiempos de la transición se definían ufanos como juancarlistas, defiende (¿defiende?, no: matiza, precisa) a Isabel la Católica como supuesta ninfómana, puesto que alguien absolutamente poderoso no está sometido a ningún capricho sexual, sino que todos los demás estamos sometidos a su capricho si se tercia. Análogamente, esos que antes eran juancarlistas, aunque no estrictamente monárquicos, son, sospecho, los mismos que ahora dicen que este don Juan Carlos, que  antaño tanto hizo por la democracia, hogaño se ha vuelto un bribón descarado, evadiendo dineros y al fisco, cazando hermosos animales en peligro de extinción en plena crisis económica y evidentemente lo más disculpable son sus amantes, no así que les regale millones que no son ahorrados de su nómina, por lo demás jugosa, aunque no le baste. Son los mismos, digo, sospecho, que ahora incoherentemente dicen que este emérito ha hecho cosas muy feas a título personal, pero no a título de rey, por lo que la monarquía no está en solfa y los que a tal institución atacan y atacamos (me apunto) no deberíamos. Pues no señor, al igual que La Católica no era propiamente ninfómana, sino que hacía su real capricho, este señor ha sido un chorizo estrictamente amparándose en sus reales prebendas: ha robado a título de rey y con el título de rey por delante: es a la institución que representó a la que daña. Cambiémosla. 

Yo no sé si el rey actual, hijo del anterior que es lo que caracteriza el tinglado: su heredabilidad, como la hemofilia o la propensión al tumor de mamas, es un santo varón (qué tal parece), pero comprenderán que eso en el fondo da igual. Trump dijo que podía disparar a alguien en la Quinta Avenida y no le pasaría nada. Es de suponer, pero en negro sobre blanco eso exactamente es ser inimputable, si eres rey en este país nuestro.

El novelista Isaac Rosa sugería genialmente procesar al emérito por graves injurias a la corona. Y tan graves. No sé si eso sería excesivo, creo que no, pero lo que sí estoy seguro es que esta última Restauración monárquica, que nunca me convenció aunque nadie me preguntó ( y quiero que me pregunten ya de una vez, a mí y al resto de mis compatriotas), debería hacer exclamar al pueblo, allá en los cielos de la democracia, "¡Hostias, qué fallo!

4 comentarios:

  1. perdón, me referí a Isabel II, no a la Católica.

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    1. No importa, sea cual sea la ninfómana, benditas sean, mimi argumen sigue siendo válido

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  2. A mí lo que me resulta estrafalario es que da la perfecta sensación de que el Emético, digo Emérito, parece estar practicando un "Después de mí, el diluvio": ya le da igual que su actitud pueda afectar a su heredero, el Preparado (esperemos que no sea el Perpetrado, aunque tengo bajas expectativas), sino que se dedica a hacer sinvergonzonerías con el cielo (o el infierno, no sé) por límite.

    Aunque esto casi que no se nota, comparado con el bochorno de esos monárquicos que lo defienden sin que importen sus actos. Sé que va a sonar raro, pero Franco fue el último monárquico capaz de cantarle las cuarenta a un rey en España.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía