lunes, 2 de noviembre de 2020

Viendo la tele


 

Cuando yo nací el mundo tenía algo menos de 2.500 millones de habitantes; antes de cumplir los cuarenta se había duplicado y ahora se ha triplicado largamente. No quiero enumerar la de cosas que desde entonces han mejorado, desde la muerte de Franco a la vacuna de la polio, porque es obvio que solo las que han empeorado son noticia, desde las Redes Fecales al incremento de gilipollas en el mundo, aunque solo sea por mero crecimiento natural, el auge del turismo masivo o los selfis. Ya era hora: es obvio que el mundo se acaba; el mundo tal y como yo lo conocía. Por consiguiente, asistiré al próximo evento (qué gilipollez de palabra) del cambio climático (qué gilipollez de palabra, incorrecta per se) con una camiseta que ponga: "después de mí...el diluvio". Sé que el mundo está loquísimo, no hay más que ver a ese presidente de Estados Unidos que comparte nombre con el pato de Disney y también su misma moral y entendimiento. 

Así, que como ya nada importa, me pongo a hacer algo que no hago casi nunca. Veo la tele a media tarde haciendo zapping y compruebo el acierto de Oscar Wilde cuando “aforizó” que para ser popular hay que ser mediocre: famosos cocinando, famosos en una isla supuestamente desierta copulando o intentándolo; lo mismo en una casa amueblada por ikea; famosos en debates políticos, famosos haciendo cosas de famosos o, simplemente, haciendo de famosos. No tengo ni idea de por qué son famosos, pero sospecho que son famosos porque son famosos, es decir, porque salen en la tele, y claro: salen en la tele porque son famosos. Perfecta simetría autosuficiente. Después de salir en la tele pueden escribir un libro o hacer que se lo escriban y, sobre todo, pueden ir a la tele y salir cocinando, debatiendo o jugando a seducir. Y si yo no sé por qué son famosos, ninguno de estos famosos que me asombran por su mediocridad, tienen la menor idea de lo que hacen: no saben cocinar, no saben debatir, probablemente no saben expresar una idea ajena y mucho menos tener una propia, quizá ni sepan follar. Pero de lo que estoy seguro es que no saben ser ligeros, porque no son profundos, ni siquiera graciosamente superficiales; ni son serios, en el mejor sentido de la palabra, porque no son burlones, sólo burdos. No son tampoco provocadores, aunque lo intenten, sólo groseros, toscos. Desvalidos, pero no ingenuos; adocenados aunque se pretendan libres e individualistas. Da la impresión contemplando a estos individuos (e individuas, se me olvida el lenguaje inclusivo políticamente correcto) que por ellos no han pasado siglos de cultura y civilización, en todo caso solo tecnología y modas, que como se sabe y por definición, son lo primero que se queda anticuado o que pasa de moda. Y que le den a Epicteto, a Teofrasto, a Aristóteles, a Pasolini si se tercia y Rainer Maria Rilke que pasaba por allí.

De forma somera, y hasta si queréis grosera, se puede afirmar que los primeros filósofos naturales (científicos, si se me permite el anacronismo) griegos nos libraron de la religión, empezando por la suya, ese paganismo politeísta tan entretenido, pero de aplicación a las demás y a las que las seguirían en el futuro. Y una vez librados de ese pensamiento religioso (iluso que soy), o bien, acordando, de forma asimétricamente tolerante, que una cosa es la fe y las creencias y otra el conocimiento, una vez librados de no tener que ver llevarse a la hoguera a los Copérnicos, Galileos y Darwin de turno, nos encontramos con nuevos artículos de fe tan actuales como boyantes.

Están, como nuevos savonarolas, calvinos redivivos, los bárbaros de la modernidad, por un lado, y por otro, los políticamente correctos. Sospecho que entre ambos clanes van a conseguir volvernos a casi todos completamente idiotas. Algunos, muchos en realidad, añaden a todas estas prendas la de su españolismo, o su catalanidad, o su murcianidad, qué sé yo. Nefastos fetiches de identidad, que siempre excluyen muchísimo más que incluyen, ya que dejan fuera de su cotarro tontamente exclusivista al resto de la humanidad, que por definición somos infinitamente más, todos los demás. Nacionalistas centrífugos o centrípetos, centralistas o periféricos, tanto da. Porque el nacionalismo, decía Josep Pla, es como un pedo (e igual de maloliente): sólo le gusta al que se lo tira. A lo que el genial Ferlosio llamaba “la moral del pedo”.

Alguien dijo que sólo hay una cosa esencial en una buena película: que en la pantalla pase algo real. En mi sesión de entontecimiento vespertino no he visto nada real para mí, pero tampoco puedo ignorar que toda esta para mí basura es y conforma una realidad. Lo que no quita para que me parezca que la televisión española 'en abierto', como se dice ahora, es una franquicia del gilipollomundo. Disculpad. Ya me he aliviado. Ahora volveré a utilizar el televisor exclusivamente como monitor para lo que vaya cazando por ahí en forma de películas, documentales y series, que de todo hay y muy bueno en plataformas diversas y en esa internet dichosa.

8 comentarios:

  1. Has descrito muy bien la banalidad del mundo televisivo; que ahora tiene su reflejo en las redes sociales. Supongo que es como una enorme fiesta insustancial, como una enorme pantalla que esconde problemas reales, de una gravedad sustancial. Y ya puede ser el problema gordo que la fiesta sigue, no para, sigue el realiti, sigue la gente bailando para el tik tok, sigue la sobreproducción de cachimbas y los coches caros. Nos hundimos en la miseria pero nadie quiere darse cuenta.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No es tonta la maléfica caja, pero supongo y hasta doy por hecho que entontece a sus adictos. Y es una lástima, porque ofrece unas podibilidades increibles si se aprovechan.

      Eliminar
  2. Desde que nos llegó un descodificador a casa con la oferta del teléfono, veo más películas, series y documentales que me interesen, cuando quiero. Así que si alguna vez veo algo mediocre, la culpa la tengo yo en mayor medida, que la variedad es tal que no puedo verlo todo. Recuerdo que un dibujante de cómic, creo, añoraba a un amigo suyo que, además de ser majo, tenía una colección de películas por lo visto magnífica, que vio junto a él muchas veces.

    Tal como lo haces, diría que es arriesgado para la salud. Son ganas de volverse loco. Tampoco yo entiendo el éxito de esos programas de "famosos hacen cosas". Entiendo el éxito de los concursos de cantar o cocinar porque a la gente le gustan esas actividades, aunque me repugnan sus mecánicas, pero es un concepto fascinante que la gente vea un (supuesto) concurso sólo porque salgan famosos. Recuerdo el éxito de un programa en que varios famosos hacían salto de trampolín, que mereció el elogio de una columna de periódico porque al autor el hecho de que Falete saltara el maldito trampolín le recordó a un fenómeno astronómico, creo recordar.

    En el fondo es el cotilleo. Un conocido ha escrito una novela futurista en que un personaje se queja que, con las tecnologías de la información, podrían haber construido la Ciudad Universal, pero en su lugar tenemos la Aldea Global, pero sólo lo malo: el chismorreo y meterse en lo que hace el vecino, nada de la cercanía cuando es realmente sencilla y afectuosa.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tienes razón, mi experimento de zappeo en abierto es malo para la salud; por eso no lo hago casi nunca.

      En cuanto a los programas, junto a los de famosos haciendo de famosos, me repugnan la de los niños haciendo de adultos, les estimula una forma de ver la vida absolutamente competitiva y nada educativa, esos niños supuestamente precoces me dan escalofríos, da igual que se dediquen a cocinar, a cantar o bailar o a recitar a Góngora. Aunque me parece que aquí todavía no se ha caído en la corrupción pedófila USA de los de belleza.

      Eliminar
    2. Es que la precocidad tiene que ser, primero, natural. Si el niño muestra inclinaciones hacia alguna actividad, ya se le puede enviar a clases con un profesor adecuadamente preparado, lo que incluye que no sea un psicópata que valora antes la palabra rimbombante de turno que el trato humano, como En Whipslash y otros filmes sadomasoquistas.

      Y lo repito: la mejor manera de mostrar el talento no tiene que ser un torneo que sólo gana uno y pierden los demás. ¡Qué daño ha hecho el espíritu olímpico!

      Eliminar
  3. Están hablando de un ser en extinción. Ya perdidos los espectadores y los anunciantes que les dan vida, solo les cabe repetirse en una coda infinita. Que ademas es muy barata de hacer.
    Vamos a extrañar a la television, como ya extrañamos a los rinocerontes o a las celebraciones de Pascua.

    El Chofer fantasma

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso es verdad. Esos programas familiares, que estaban pensados al milímetro de modo que eran divertidos y estimulantes, así como las series de formato original, como Colombo, están en vías de desaparecer como no sea que los rescaten en las plataformas de streaming. Bueno, en el primer lo dudo mucho: se opta por crear productos para perfiles de público muy concretos.

      Eliminar
    2. Disiento, Chófer: cuando apareció la televisión se predijo la desaparición de la radio y el cine, y no sólo no se produjo sino que se retroalimentan. Ahora se dice lo mismo con Internet con repecto a la tele.

      Eliminar

Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía