sábado, 25 de febrero de 2017

El viaje a ninguna parte (2)






Soledad. Recuerdo las palabras de Thomas Wolfe. ¿Dónde reposará el que se haya cansado? ¿Qué puertas se abren para el vagabundo? ¿Y quién de nosotros encontrará a su padre y conocerá su rostro? ¿En qué lugar? ¿En qué época? ¿En qué tierras?

Vivir sedentario desactiva la capacidad de asombro, pero los últimos robinsones anclados en el desierto celtíbero no son sedentarios; nada más levantarse se mueven, viajan al horizonte y regresan de él. Crean su mundo en cada amanecer. Reparan una cerca, abren el paso a un regato, recogen una cuerda y la guardan en el bolsillo. Guardianes de sus mundos. Sin guardianes, sin habitantes, el paisaje es una mortaja de una civilización desaparecida: la cultura campesina.

Es cierto, hay dos Españas, pero no son las que se suelen mencionar. Una es la España actual, moderna y urbana, que equipara Madrid con Ámsterdam o Milán; la otra es esta España rural ajena al momento que se supone de todos.

¿A quién pertenece la tierra? ¿La queríamos para poder vagar siempre por ella? ¿La necesitábamos para no estar nunca en reposo? Aquel que necesita la tierra tendrá la tierra: permanecerá tranquilo en ella, descansará en un pequeño lugar y habitará su reducido espacio para siempre.




2 comentarios:

  1. En efecto. A muchos les costaría entender que hables de "civilización campesina", como tú mismo has dicho varias veces, lo llaman "naturaleza".

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    1. Quizás es mejor la expresión 'cultura campesina o rural'

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía