No se oye nada. Es decir, no se oye una voz humana, ni un
motor, sólo el viento, el rumor de la lejana arboleda y el quejido de los
grajos. No se sabe si el cielo está muy bajo o es la tierra la que está alta,
pero el cielo desempeña un papel exagerado en todo esto.
65.000 kilómetros cuadrados, el doble de superficie que Bélgica o el triple que Eslovenia, que no aspiran a un estado propio sino a algo más esencial: a volver a tener habitantes. Es una periferia de la periferia de sierras y parameras. Es un país, o muchos, pero no una nación, abarca la periferia de cinco de las artificiosas o naturales comunidades autónomas españolas, con grandes partes de las provincias de Soria, Teruel, Guadalajara, Cuenca, Castellón, Valencia, Zaragoza, Burgos, Segovia y La Rioja en torno al Sistema Ibérico y las serranías Celtibéricas. En algún distrito de Hong Kong se acumulan 130.000 habitantes por kilometro cuadrado; Manhattan ‘sólo’ 27.000, La Comunidad de Madrid, 800 y la media de España es de 92. Esta inmensa región tiene una densidad de 7,34 habitantes por kilometro cuadrado. La comarca de Molina de Aragón y los Montes Universales no alcanza ni un habitante por kilometro cuadrado. Estoy en el centro de un atolón demográfico: la Península Ibérica está densamente poblada en sus bordes marítimos, rodeando un vasto océano sin hombres, salvo el anómalo cáncer metropolitano de Madrid y sus suburbiales ciudades satélites.
Para encontrar un desierto similar habría que viajar miles de kilómetros al norte, hasta el círculo polar; por eso, un periodista valenciano ha bautizado este enorme espacio como la Laponia española. Sin renos. No es una comarca, ni una región, es un gran trozo anómalo del planeta al que apenas rozan esos miles de millones de humanos. Un planeta ni azul ni verde, sino ocre y marrón, hermoso y desolado. El astronauta echa su vista atrás hacia su nave abandonada bajo un nogal junto a una tinada derruida y comienza a caminar hacia ese horizonte vacio.
Antes de que acabe el invierno me he propuesto recorrer con mi perro este vacío. Llevaré agua y provisiones. Hablaré solo o con la gente que me encuentre, siempre escasa y singular.
65.000 kilómetros cuadrados, el doble de superficie que Bélgica o el triple que Eslovenia, que no aspiran a un estado propio sino a algo más esencial: a volver a tener habitantes. Es una periferia de la periferia de sierras y parameras. Es un país, o muchos, pero no una nación, abarca la periferia de cinco de las artificiosas o naturales comunidades autónomas españolas, con grandes partes de las provincias de Soria, Teruel, Guadalajara, Cuenca, Castellón, Valencia, Zaragoza, Burgos, Segovia y La Rioja en torno al Sistema Ibérico y las serranías Celtibéricas. En algún distrito de Hong Kong se acumulan 130.000 habitantes por kilometro cuadrado; Manhattan ‘sólo’ 27.000, La Comunidad de Madrid, 800 y la media de España es de 92. Esta inmensa región tiene una densidad de 7,34 habitantes por kilometro cuadrado. La comarca de Molina de Aragón y los Montes Universales no alcanza ni un habitante por kilometro cuadrado. Estoy en el centro de un atolón demográfico: la Península Ibérica está densamente poblada en sus bordes marítimos, rodeando un vasto océano sin hombres, salvo el anómalo cáncer metropolitano de Madrid y sus suburbiales ciudades satélites.
Para encontrar un desierto similar habría que viajar miles de kilómetros al norte, hasta el círculo polar; por eso, un periodista valenciano ha bautizado este enorme espacio como la Laponia española. Sin renos. No es una comarca, ni una región, es un gran trozo anómalo del planeta al que apenas rozan esos miles de millones de humanos. Un planeta ni azul ni verde, sino ocre y marrón, hermoso y desolado. El astronauta echa su vista atrás hacia su nave abandonada bajo un nogal junto a una tinada derruida y comienza a caminar hacia ese horizonte vacio.
Antes de que acabe el invierno me he propuesto recorrer con mi perro este vacío. Llevaré agua y provisiones. Hablaré solo o con la gente que me encuentre, siempre escasa y singular.
¡Buen texto! Hacía bastante tiempo, creo que habría que llegar hasta mis primeros años del colegio, que no sentía ese vértigo por la disparidad entre la densidad de población de ciertas ciudades y el campo.
ResponderEliminarCuánto tiempo, demasiado, me acuso, sin disfrutar del placer de caminar por las tierras de este blog recuperado. Pero las circunstancias de mi vida han cambiado, para bien, y espero volver por aquí a menudo a disfrutar de imágenes y pensamientos tan gratos como los de este post. Un abrazo
ResponderEliminarTe has adelantado al verano; nuevamente bienvenida
EliminarEl caminar por espacios despoblados es algo profundamente enriquecedor. En la Isla en que vivo eso es imposible (densidad nominal de 500 habitantes/km2, pero en realidad mucho más del doble, ya que se concentran en la franja costera y las medianías bajas).
ResponderEliminarAhora bien, ¿recorrer 165000 km2 en menos de un mes? ¿No te parece demasiado ambicioso, imposible?
Son kilometros cuadrados, no lineales, así que me propongo trayectos o trasectos, no pisar cada kilómetro
EliminarUn reto a seguir.Imposible para mi,que me conformo con una cinta tonta mirando el sudor
ResponderEliminarde los otros,que también no van a ninguna parte.
"ben"