Ahora que ETA da por finalizada su trayectoria sin que las lágrimas
de tantos hayan doblegado sus pretensiones, tan sólo han fracasado, me viene a
la mente otra historia muy relacionada con ellos, en el fondo curas y seminaristas de trabuco echados al monte para matar afrancesados y disidentes. Esta es una historia muy
ejemplar, aunque algunos, sin contradecirme, dirán que es nada ejemplar. Es
ejemplo de fanatismo. Unos arqueólogos encontraron en los años setenta del
pasado siglo una estatua romana colosal en Palmira conocida como Atenea-Alat
del siglo II d. C. No tenía cabeza ni brazos, aunque se encontraron por separado
y se unieron de nuevo, cuidadosamente reconstruida por los arqueólogos. En el
siglo IV esta colosal estatua había sido decapitada por fanáticos cristianos
que la consideraban un ídolo. En 2016 las fuerzas islamistas fundamentalistas del
autodenominado Estado Islámico ocuparon la ciudad de Palmira, colocaron minas y
explosivos en todo el recinto y… decapitaron y mutilaron nuevamente a la diosa.
Milenios después los fanatismos procedían de igual forma sin que les detuviera
la belleza y mucho menos la tolerancia. En los primeros siglos de nuestra era,
en mitad del desierto sirio, la glamurosa Palmira, un oasis rodeado de estos
árboles, comerciaba con suntuosas sedas.
Se nos ha contado muy mal, sin respetar la historia y cayendo continuamente en la hagiografía, las peripecias del cristianismo primitivo. Lo he afirmado en otras ocasiones, si me dan a elegir entre los mártires y los leones, yo siempre me pongo de parte de los leones. Entre otras cosas porque estos sectarios analfabetos e intolerantes no respetaban nada la tinta del sabio, sólo su sangre era considerada santa. Y es justo al revés. Precisamente estos mártires por su fe no eran tan perseguidos como se ha señalado, salvo en momentos muy concretos del Imperio. Tomemos el caso de un prefecto romano llamado Probo. Está juzgando a un cristiano que se ha negado a ofrecer sacrificios a los dioses de la ciudad. Le pide que obedezca y realice el sacrificio para evitar ser ejecutado al menos nueve veces, que piense en la vida que le queda por delante, en el dolor de sus padres, en el desamparo de su mujer e hijos. “Dobleguen tu locura las lágrimas de tantos y, mirando por tu juventud, sacrifica”. El cristiano se niega a transigir; el prefecto lo intenta una vez más: “Siquiera por ellos [sus hijos], sacrifica”. El cristiano se niega y muere, se autoinmola. El relato habitual nos cuenta que los romanos insistían en que se realizaran los sacrificios para que se condenasen los cristianos. Es justo al revés: insistían para que salvaran la vida. Pero al igual que los suicidas islamistas van derechitos al cielo de la huríes al matar infieles, lo mismo los cristianos que morían por su empecinamiento.
En realidad, con el declive del Imperio Romano y la oficialización del cristianismo como religión oficial, se inició una etapa oscurantista en la que se intento y en gran parte se consiguió borrar los logros culturales de la época clásica. Se inició la Edad de la Penumbra (The Darkening Age, en palabras de la historiadora Catherine Nixey). El imperio romano, como venía siendo habitual, se había mostrado generoso acogiendo nuevas creencias de todos los rincones del Orbe, lo que hoy llamamos tolerancia, pero la llegada del cristianismo lo cambió todo. Porque esta nueva religión, pese predicar la paz, era violenta, despiadada y decididamente intolerante. Cuando se volvió oficial merced al maldito Constantino y la beatorra de su consorte, sus fervientes seguidores emprendieron la aniquilación de toda manifestación disidente, derribaron altares, estatuas y templos, quemaron obras filosóficas y profanas, asesinaros a sus sacerdotes. Historias no tanto perdidas en el tiempo como olvidadas a conciencia. A mala conciencia.
En las laderas de la Acrópolis de Atenas existió una gran mansión que se entregó a un nuevo propietario cristiano. Ese cristiano, quienquiera que fuera, no tenía un particular gusto por el arte antiguo que tenía la casa. La hermosa piscina se convirtió en un baptisterio. Las estatuas del primer piso se consideraron inaceptables y se hicieron pedazos, adios a Apolo, Zeus y Pan y se arrojaron a un pozo y el mosaico del suelo fue retirado toscamente y sustotudo por una gran cruz de mucha menos calidad. Pero la peor ignominia se reservó para la propia Atenea, como la de Palmira, la diosa de la sabiduría. Se decapitó, claro y como humillación final se colocó boca abajo en un rincón del patió y se utilizó como escalón. Muy metafórico: la diosa de la sabiduría fue desgastándose aplastada por generaciones de pies cristianos. Un gran triunfo de la fe.
Se nos ha contado muy mal, sin respetar la historia y cayendo continuamente en la hagiografía, las peripecias del cristianismo primitivo. Lo he afirmado en otras ocasiones, si me dan a elegir entre los mártires y los leones, yo siempre me pongo de parte de los leones. Entre otras cosas porque estos sectarios analfabetos e intolerantes no respetaban nada la tinta del sabio, sólo su sangre era considerada santa. Y es justo al revés. Precisamente estos mártires por su fe no eran tan perseguidos como se ha señalado, salvo en momentos muy concretos del Imperio. Tomemos el caso de un prefecto romano llamado Probo. Está juzgando a un cristiano que se ha negado a ofrecer sacrificios a los dioses de la ciudad. Le pide que obedezca y realice el sacrificio para evitar ser ejecutado al menos nueve veces, que piense en la vida que le queda por delante, en el dolor de sus padres, en el desamparo de su mujer e hijos. “Dobleguen tu locura las lágrimas de tantos y, mirando por tu juventud, sacrifica”. El cristiano se niega a transigir; el prefecto lo intenta una vez más: “Siquiera por ellos [sus hijos], sacrifica”. El cristiano se niega y muere, se autoinmola. El relato habitual nos cuenta que los romanos insistían en que se realizaran los sacrificios para que se condenasen los cristianos. Es justo al revés: insistían para que salvaran la vida. Pero al igual que los suicidas islamistas van derechitos al cielo de la huríes al matar infieles, lo mismo los cristianos que morían por su empecinamiento.
En realidad, con el declive del Imperio Romano y la oficialización del cristianismo como religión oficial, se inició una etapa oscurantista en la que se intento y en gran parte se consiguió borrar los logros culturales de la época clásica. Se inició la Edad de la Penumbra (The Darkening Age, en palabras de la historiadora Catherine Nixey). El imperio romano, como venía siendo habitual, se había mostrado generoso acogiendo nuevas creencias de todos los rincones del Orbe, lo que hoy llamamos tolerancia, pero la llegada del cristianismo lo cambió todo. Porque esta nueva religión, pese predicar la paz, era violenta, despiadada y decididamente intolerante. Cuando se volvió oficial merced al maldito Constantino y la beatorra de su consorte, sus fervientes seguidores emprendieron la aniquilación de toda manifestación disidente, derribaron altares, estatuas y templos, quemaron obras filosóficas y profanas, asesinaros a sus sacerdotes. Historias no tanto perdidas en el tiempo como olvidadas a conciencia. A mala conciencia.
En las laderas de la Acrópolis de Atenas existió una gran mansión que se entregó a un nuevo propietario cristiano. Ese cristiano, quienquiera que fuera, no tenía un particular gusto por el arte antiguo que tenía la casa. La hermosa piscina se convirtió en un baptisterio. Las estatuas del primer piso se consideraron inaceptables y se hicieron pedazos, adios a Apolo, Zeus y Pan y se arrojaron a un pozo y el mosaico del suelo fue retirado toscamente y sustotudo por una gran cruz de mucha menos calidad. Pero la peor ignominia se reservó para la propia Atenea, como la de Palmira, la diosa de la sabiduría. Se decapitó, claro y como humillación final se colocó boca abajo en un rincón del patió y se utilizó como escalón. Muy metafórico: la diosa de la sabiduría fue desgastándose aplastada por generaciones de pies cristianos. Un gran triunfo de la fe.
quizas te interese "Skin in the game" de N. Taleb hablando de como las minorías intolerantes terminan moldeando la marcha de las cosas. No estoy completamente de acuerdo con el autor, creo que en su éxito los extremistas se cavan su tumba, pero ilustra que podría haber cierta racionalidad ejecutiva en los intolerantes.
ResponderEliminarDe Taleb he leído El cisme negro, sobre el impacto de lo improbable. Es una ensayista sugerente, siquiera sea para disentir de él. Yo como tú creo que los intolerantes acaban cavando su propia tumba, aunque entre tanto joden a todos; es como lo de por la boca muere el pez. Gracias por la recomendación.
EliminarLo peor de los mártires "profesionales"* es que acaban por pregonar que disfrutar es inmoral, porque en el mundo hay sufrimiento y pobreza y claro, ¡cómo te atreves! Siguiendo en esa línea, la belleza es sospechosa, la felicidad, anatema, ¡qué decir del goce sexual! Los cristianos al fin y al cabo triunfaron porque supieron aprovechar la tremenda insatisfacción de los parias de Roma, muchísimos por una serie de errores políticos tremendos, en una ola de puritanismo de la que muchos demagogos aprendieron que, cuando se juega a ser un santo, los matices son también pecado.
ResponderEliminarLo dijo Vanbrugh hace tiempo respecto a quienes hacen huelga de hambre: si esta gente no aman sus propias vidas, ¿qué esperanza hay de que respetarán las ajenas?
* Porque puedo entender que ha habido mártires por haber defendido lo correcto frente a malnacidos, pero lo fueron por mala suerte, jamás por un extraño gusto maosoquista.
Sí, está la desagradable dósis de masoquismo y la manía de extender el propio rigorismo a los demás. Hubo un capítulo inicial y discreto del cristianismo, el primero de todos, la de los pacíficos eremitas del desierto entre la muerte del Cristo y la formulación de Pablo, pero cuando el cristianismo se hace urbano y masivo se transforma en intolerante y proselitista, en lo que más incide el verdadero fundador del cristianismo, Pablo
EliminarBueno, los eremitas son pacíficos por fuerza: si no vives con nadie, no puedes hacer daño, pero tampoco ser beneficioso. Pero sí, siempre mejor que esos locos de la autoflagelación.
EliminarYo sí creo que eran benéficos, como lo es cualquier cosa que se oponga a las masas.
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