Encuentro muchas ventajas en ser un inadaptado. No un inadaptado
material, por así decir, cuando vivo confortablemente en un pequeño y soleado
apartamento rodeado de libros, con una pensión aceptable y un refugio rural
espacioso y con frutales. Pero soy un inadaptado mental de este país que
considera toda disensión como una afrenta, eso que algunos llaman cainismo pero
que es otra cosa. Decía Carlos Fuentes que en México no hay tragedia: todo se
vuelve afrenta. Pues eso. No me refiero sólo a la política, sino a toda la
sociedad. No es solo la falta de respeto por las opiniones que difieren de las
nuestras, sino de su violento repudio. La afrenta corrompe a quién la siente,
le instala en su verdad y le impide conocer la de otros. Así, no somos
estrictamente racistas, sino que detectamos la diferencia como ofensa. Los pobres
nos ofenden, los ricos también, los cultos y los ignorantes, sólo los famosos
por el mero hecho de serlo parecen aceptables a la mayoría; supongo que les
consuela su mediocridad.
La otra tarde creí que llovía y salí al balcón a comprobarlo. Era la
gente aplaudiendo en la rutina de las ocho. Me quedé apoyado en la barandilla
pensando en el sentido, no sé si 'sentido', de este cómodo homenaje cuando me sobresaltó
la voz indignada de un vecino. “¡Y usted por qué no aplaude!”. A punto estaba de
responderle que a él nunca le había visto en las mareas blancas de las
manifestaciones a favor de la Sanidad Pública, pero en lugar de eso me pudo el
buen gamberro que llevo dentro y le contesté que estaba aplaudiendo con las
orejas y que se callara y me dejara en paz que me impedía seguir aplaudiendo. El
vecino afrentado se puso a aplaudir más fuerte mientras la que supuse su esposa
se asomaba más para dirigirme una mirada furibunda. Encendí un cigarro
lamentando que no lloviera de verdad.
Me parece muy bien, no lo siento como una afrenta, que la
gente salga a los balcones a aplaudirse a sí misma, héroes conformes y
confortables. Hasta me parece si no bien sí comprensible que la gente aplauda a
las autoridades, a los reyes cuando la reina ha parido herederos o ha salido
del hospital. No va conmigo, como tampoco va conmigo el vino en tetrabrik o los
veraneos en playas atestadas. Pero las obligaciones tácitas me sublevan. ¡Aplaudid, aplaudid, malditos! (*), que los hombres duros no bailan (**). Y yo me entiendo.
Hoy sí va a llover.
(*) Horace McCoy.- Bailad, bailad malditos
(**) Norman Mailer.- Los hombres duros no bailan
(*) Horace McCoy.- Bailad, bailad malditos
(**) Norman Mailer.- Los hombres duros no bailan
También los hay que aplauden con la polla. (La novela de Mailer se titula Los tipos duros no bailan.)
ResponderEliminarLo sé. Se llama remedo
EliminarDe vuelta de la Wikipedia compruebo que el título original en inglés ha sido traducido en diversas ediciones como Los hombres, Los tipos e incluso Los chicos
EliminarLo que tienes que mirar no es la Wikipedia sino el título original, alma de cántaro: Tough guys don't dance. Ya me lo estás cambiando.
ResponderEliminarSí, es lo que hice, y todas las ediciones traducidas al español, de ahí que tú observación sobre tíos en lugar de hombres no tenga sentido precisamente.
EliminarNo me apetece que vuelvas por aquí. Vete a parásita a otro lado,
¿"Vete a parásita a otro lado,"?
ResponderEliminarParasitar. Vete
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