“Tras ese conocimiento, ¿qué perdón?”
T.S.Eliot, Gerontion
Información, conocimiento,
sabiduría; una secuencia lógica, un proceso deseable, pero que no sólo no es inevitable, sino
que ni siquiera toda la gente tiene claro. La información, los datos sobre el
dichoso virus a estas alturas son ya enormes, ya está secuenciado su genoma, se
conocen las lipoproteínas de sus cubiertas, sus repuestas serológicas, su
capacidad de deprimir la inmunidad en sus huéspedes, su presencia inocua en su
primer hospedador, los murciélagos, la tendencia a la zoonosis del grupo de los
coronavirus al que pertenece, es decir, a pasar de unas especies de mamíferos a
otros y en última y fatal instancia a los humanos, su aspecto al microscopio
electrónico como de pelota de juguete con pinchos para perros o mina flotante
de la Segunda Guerra Mundial; y desde el punto de vista epidemiológico su
capacidad infectiva, su letalidad y demás.
Toda esta información abundante
pero entorpecida por el ‘ruido’ que producen las falsas informaciones de los increíbles
sistemas de difusión de Internet —algo así como si en la época de Cervantes en
lugar de uno se hubieran producido miles de Avellanedas del Quijote y no supiéramos
diferenciar, a esta distancia de nuestro Siglo de Oro, el original de los
plagios—, se está ya contextualizando por el mejor sistema de conocimiento,
aunque no único, que poseemos, el científico, y ya sabremos pronto como
combatirlo tanto desde el punto de vista de la biología molecular como desde el
epidemiológico. Buenas esperanzas.
Y sin embargo… Es dudoso que todo
este conocimiento de el salto a una sabiduría para extraer las lecciones
oportunas, más allá de las meramente clínicas. La sabiduría como forma de
aplicar lo conocido a la administración sensata de nuestras vidas. Eso
implicaría cambiar drásticamente la organización de nuestras sociedades en lo
cívico, en primer lugar; lo político y lo económico. Me temo, comenzando por el
final, que, contra lo que pronostican algunos irredentos optimistas, el capitalismo
seguirá indemne, y ni siquiera modificará sus perversiones pasadas. Como ya he
dicho anteriormente, a las personas les resulta más fácil evocar el fin del
mundo que el del capitalismo, hasta tal punto nos parece inevitable, como la
fuerza de la gravedad, e inimaginable cualquier otro sistema económico
alternativo, muerto y bien muerto como quedo en el siglo pasado el comunismo
autoritario y la economía planificada desde el poder político.
Tengo ciertas esperanzas, tibias,
en cuarentena como este confinamiento actual, de que el movimiento verde o
ecologista aprenda a ser más traspirable, madure al rojo, contextualice la
destrucción de los hábitats que en última instancia comprimen a las especies
silvestres y fomentan los contagios como este del virus a los humanos, con la
destrucción de los horizontes vitales de tantos humanos. Tengo ciertas tibias
esperanzas de que el por fortuna pujante feminismo no caiga en fundamentalismos
antimasculinos y cuando alcance la deseada y espero que inevitable igualdad entre
los sexos no repita en las áreas de mando que obtenga los defectos de la
gestión varonil, que yo sospecho más universal, es decir, simplemente humana.
En cuanto al capitalismo, o libre
mercado, que algunos asimilan a la libertad sin más, la única solución me
parece, es volver a los orígenes del liberalismo de los Adam Smith y embridar
la rapacidad especulativa de la economía al uso por medio de la política. Ese
cambio, el más urgente, no lo veo por desgracia nada próximo. Sin ir más lejos,
un grupo de solventes economistas reclaman que sea el G 20 el promotor del
cambio. Pero, ¿saben quién va a estar a su frente en este mandato?: ese príncipe
sátrapa árabe saudí que mando descuartizar a un periodista que le incomodaba. No, no se trata sólo del tópico de enfrentar el pesimismo de la inteligencia al optimismo de la voluntad; es que no estoy convencido que esa inteligencia lo sea en grado suficiente. En muchos aspectos somos un insensato producto de la Evolución.
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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía