domingo, 5 de abril de 2020

El día después



Es casi una adaptación al consuelo el que las personas confundamos nuestros deseos con la realidad. Por eso somos tan malos pronosticadores. Ahora el mantra es que nada será igual, que todo será distinto cuando acabe la pandemia. Pero no hay indicios de que eso vaya a ser distinto, distinto a mejor. Todos, absolutamente todos los artículos que he leído sosteniendo esta tesis comienzan afirmando que ya nada será igual y concluyen advirtiendo que debemos esforzarnos para que todo no siga igual. Un caso típico y extendido de confundir deseos con la realidad. Cuando terminaba la crisis financiera del 2008 se decía que el capitalismo salvaje y depredador no volvería. Volvió. Que no repetiríamos los mismos errores, los repetimos fielmente. Ya dije que a la gente le resultaba más fácil evocar el fin del mundo que el del capitalismo, hasta tal punto éste nos parece tan inevitable. Ahora se va más lejos y se afirma que el capitalismo morirá. Tururú. Esta crisis, como todas, pasará su factura a los más desprotegidos. Ya lo está haciendo en la rica Estados Unidos con los que no tienen seguros médicos. Lo hará en África donde esta peste simplemente se suma a todas las demás, a veces más virulentas, como la malaria, la tuberculosis, el SIDA o el Ébola. Pero el ombliguismo occidental nos hace decir tonterías como que esto es una guerra (que vamos a ganar), una guerra instalados con tiendas abiertas con todo, en nuestras confortables casas. Un día en cualquier suburbio sirio nos obligaría a avergonzarnos de tales afirmaciones. Todo va a ser diferente al acabar esta peste, pero cuando despertemos, el dinosaurio, como en el cuento tan mentado de Monterroso, seguirá ahí.


El dinosaurio que seguirá junto a nuestras camas cuando despertemos es el capitalismo, el mismo agente que destruye los recursos de nuestro planeta y que condena a la miseria a millones de durmientes y soñadores. Y seguirá ahí porque no somos capaces de imaginar otro bicho distinto, no depredador. Al final de la Primera Guerra Mundial se dijo que sería la última conflagración internacional, cuando tan sólo se estaba preparando la Segunda aún mayor. Hay dos dinosaurios en realidad, uno, el estadounidense es capaz de movilizar la economía pero a condición, no como secuela inesperada, de dejar al margen de toda protección social, incluida la sanitaria, a millones de sus semi ciudadanos. La otra, china, capaz de movilizar bien recursos y asistencia, pero a cambio de ceder gran parte de la libertad de sus ciudadanos, en realidad, súbditos. El modelo americano sigue pensando que es inviable dar seguridad y justicia a todos; el modelo chino, que ambas cosas son inviables sin el control del Estado sobre las vidas individuales de las gentes. Ambos depredan el planeta como si fuera infinito.


Podemos abrir la puerta para expulsar al dinosaurio. Hacer comprender a los verdes que, como los tomates, deben madurar a rojos, porque el mismo agente social que destruye los ecosistemas es el que se apropia de la plusvalía de todos los humanos. Hacer comprender a los rojos que la plusvalía no es solo la apropiación del valor añadido del trabajo sino del de la Tierra en su conjunto, esos bienes sin precio y de infinito valor que nos proporciona el sistema Tierra. Podemos hacer ver a las feministas que estamos de acuerdo los varones con sus reivindicaciones porque nos beneficia a todos, pero que suplantar el papel de los varones por las mujeres no es un elixir de la vida, solo el sustituto de un veneno por otro porque no está en absoluto demostrado que las mujeres vayan a hacerlo mejor por el simple hecho de serlo. El antídoto del capitalismo no es el socialismo clásico, ni el ecologismo, ni el feminismo, sino una combinación armónica de todos ellos que funcione no sólo más justamente sino más eficientemente que aquel. Y es que la abstracción más poderosa que ha creado el ingenio humano es el dinero, y como la moneda que lo representa, este también tiene dos caras, la tendencia a acumularse, en una aberrante retroalimentación positiva, o bola de nieve, allí donde previamente hay más.


Cada vez que elegimos, si es que elegimos, cerramos el resto de opciones alternativas, y a eso lo llamamos progreso y lo confundimos con una escalera de peldaños siempre ascendentes. No podemos regresar a la supuesta vida feliz de los cazadores-recolectores paleolíticos, tampoco podemos regresar a una vida pretecnológica sin contaminantes ni obsolescencia programada y sin consumos absurdos. Hemos pasado del hacha de sílex, es decir, de silicio, al chip de silicio y con el carbono acumulado por las biosferas del pasado que hemos quemado, hemos pasado en unos miles de millones de años de la materia inanimada a la materia viva y de esta a la materia consciente, nosotros, pero la evolución es siempre un proceso de suma cero, lo que ganamos por un lado lo perdemos por otro. ¿Cuál será la factura a pagar por nuestro futuro, si es que lo tenemos? Podemos imaginar un futuro sin combustibles fósiles, ya está aquí, pero no sin dinero. Podemos imaginar un futuro con las mujeres cumpliendo las mismas funciones que los hombres, pero no sin los vicios de aquellos. Nos falta imaginación. La confundimos con nuestros deseos. Seguimos pensando que somos mejores que los australopitecos, pero lo único que está demostrado es que somos distintos y que hemos pagado un precio por esa distinción y aún lo estamos pagando. Sólo los dinosaurios son los mismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía