sábado, 25 de marzo de 2017

Textos y contextos



Se sienta junto a mí en el metro una chica musulmana atractiva. Lleva pañuelo en el pelo (hiyab o shayla) pero no velo, está bien ‘dotada’ y debe usar wonderbrá o sostén parecido porque muestra un canalillo de vértigo. Inmediatamente se desentiende de mí y se pone  a jugar con su móvil. El texto puede parecer contradictorio: mostrar recato cubriendo los cabellos, pero desvergüenza, por así decir, exhibiendo las tetas. El contexto es que no estamos en un caravasar en Yemen, sino en el metro de Madrid, y por fortuna la chica puede ir como le dé la gana. Si a ella le complace a mí no digamos.





Una de mis piezas favoritas es la Sinfonía número 45 de Joseph Haydn, especialmente su delicado final. Ese es mi texto. Del contexto me he enterado más tarde. La Sinfonía era un encargo del príncipe húngaro Miklós Esterházy que tenía confinados en su palacio al compositor y los músicos -prácticamente unos sirvientes de sus señores- en el verano de 1772. Todo se alargaba demasiado, hacía calor, los insectos zumbaban, los músicos echaban de menos a sus familias abandonadas en Eisenstadt, pero el príncipe sólo atendía a su capricho de ver (o mejor oír) concluida la obra. En esto que Haydn decidió no sólo concluirla sino dejarle al patrono un mensaje sutil: el adagio final, lo que a mí más me gusta. De forma ordenada, cediéndose el paso con cortesía, cada instrumento va callando, o si preferís, cada músico deja de tocar, apaga la vela de su atril y abandona el estrado. Al final sólo quedan en pie dos violines, cuenta la leyenda que uno de ellos tocado por el propio maestro. Esterházy entendió el mensaje y le gustó la conclusión. Obra acabada. De Haydn, austriaco al servicio del Imperio austrohúngaro y de húngaros como los Esterházy, se cuenta que nunca traspasó los límites de su patria. Aislado así de otros músicos y tendencias toda su vida estuvo, “forzado a ser original”.




El Gran Cerdo Tártaro y la Gran Cerda Nacional se dan la mano; ambos comparten la misma ideología porcina: la basura, la mierda alimenta, la mentira engorda, el odio al débil infla, las campañas continuadas del uso de datos falsos, bombas de distracción masiva que actúan para no centrarse en los verdaderos problemas y que afirman que todo problema complejo (que para ellos es sencillísimo) tiene una solución sencilla. Negar los datos, negar los hechos, destruir al oponente, no convencer sino vencer, usar el miedo, producir ignorancia (agnotología). Por cierto, en un sentido fisiológicamente profundo, el cerdo es el animal que más se asemeja al hombre.



Ser europeo me hace sentir afortunado, pero soy un euroescéptico, aunque no a la manera habitual, porque, por el contrario, no sólo no soy nacionalista, sino que odio los nacionalismos, especialmente los nacionalismos europeos que se oponen a Europa. En realidad soy europesimista; es decir, creo que una Europa unida es tan deseable como inviable; y una cosa es desear una cosa y otra distinta que eso la haga más probable. Pero me siento europeo, un europeo entusiasta, cosa que no me hace sentir el ser español. Lástima que una Europa verdaderamente unida sea algo demasiado improbable.
 

2 comentarios:

  1. Me han gustado los cuatro. Quizás en el último tengo menos claro cuál es mi postura: sé que Europa está transformándose en una especie de elemento mítico por culpa de su uso superfluo, pero creo que una Europa unida podría funcionar bajo ciertas circunstancias...Pero necesitarían educación en primer lugar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Existe Europa? No hablo de la geografía, sino de esa Europa mítica que poco tiene que ver con la desigual de los banqueros y negociantes; y esa Europa mercachifle real ¿se puede convertir en la Unión político social y económica de los ciudadanos? Yo creo que no, pero ojalá me equivoque

      Eliminar

Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía