jueves, 10 de noviembre de 2016

La elocuencia como enemiga y el ejemplo de las mujeres







Tengo una extraña teoría con la que no pretendo convencer a nadie. Precisamente de eso trata mi teoría, de que la elocuencia es contraria a la acción, una suerte de sustituta. Mirad a ese Obama que pasará a la Historia por ser el mejor orador entre todos los presidentes de la nación y sus escasos logros, aunque se explique (no para mí) por los impedimentos de las cámaras  que no controla. Pablo Iglesias, forjado en la oratoria televisiva, no es un orador brillante, pero sí sumamente eficaz que jamás hará nada de lo que anuncia como necesario. Iñigo Errejón es mejor orador, más dialéctico y organizado, menos efectista; le pasará lo mismo. Cada vez que un general arenga a sus soldados antes de una batalla, la pierde. Ulises es elocuente, Aquiles mucho mejor guerrero.

Elocuencia y capacidad de acción no sólo no son complementarias sino antagónicas, se anulan. Cuando un hombre conoce a una mujer a la que desea seducir habla sin parar, de sus logros, de lo que él cree (equivocadamente, halagadoramente) ser, sobre todo de lo que pretende conseguir. La mujer escucha, sabe que debe dejarnos hablar, y es la que seduce, decide y elige, independientemente de lo que digamos: acción. Como siempre las mujeres nos muestran el camino. En tu primera cita escucha y apenas hables. Conseguirás resultados sorprendentes sin gastar saliva, resérvala para los besos de después. Las maravillosas mujeres siempre logran sorprendernos, con su atrevimiento, su imaginación y su realismo nos vencen. Siempre van más allá de lo que suponemos y esperamos. Y siempre deciden, y eso está bien. Por eso nos sorprenden siempre las mujeres. Y lo que más nos sorprende de ellas es su silencio, y su pasión, que cuando surge deja en pañales a la nuestra; como el deseo, pueden no sentir ninguno (o parecerlo) o ser tan avasallador que nos asusta, devorados por sus besos.

El elocuente debe trasmitir fe, pero la fe, cualquier fe, debilita. Convertidos a un tipo de fe nos convertimos en esclavos. No hay fanáticos, sino grados de fanatismo, cuanto más leves, más aceptables. Los esclavos se convierten en esclavos de forma tan inadvertida como voluntaria, valga la paradoja, porque se desea un bien mayor. La fe hace esclavos. La fe exige esclavos. Así que, para no ser esclavo de nada no hay que creer en nada, pero, ¿es posible vivir así? No creer en nada, bien lo sé, conduce a la depresión y el vacío. Entre la depresión del vacío y la esclavitud de la fe seguramente existe una senda. Una senda tan fina como el filo de una navaja barbera. Los que caminan por esa senda son los únicos seres libres, los únicos seres vivos ¿Cuántos hay en el mundo? No pretendo ser uno de ellos, pero me gustaría. A veces eso me impide elaborar una réplica, no extenderme en mis razones, no dar testimonio de ninguna fe, ser lacónico y poco explícito en mis comentarios, aquí mismo.

Las peores clases de fe son las que más se basan en su existencia, las religiosas y las políticas, pero las hay de todo tipo y siempre enfrentan su credulidad a las dudas que nos incitan a las preguntas. Lo que nos hace avanzar no es la fe, como sostienen tantos libros sagrados y tantos manuales de autoayuda, sino las preguntas y la duda sistemática. Los sabios verdaderos no son elocuentes, mi mejor maestro daba unas clases penosas, pero saben formular las preguntas y hacernos dudar.

No pretendo convenceros, no creo en la elocuencia.

10 comentarios:

  1. No es tan extraña, tu teoría. Es lo que toda la vida se ha llamado "írsele a uno la fuerza por la boca" o "perro ladrador, poco mordedor". No estoy seguro de que se deba a que las energías que se dedican a la elocuencia se pierden para la acción, y viceversa; o sea, de que haya que elegir entre hablar y actuar -y, por tanto, de que baste hablar menos para actuar mejor-. Creo, más bien, que hay quien sirve para lo uno y quien sirve para lo otro, y que las dos habilidades, efectivamente, nunca se presentan juntas. Pero no hay elección. Yo, por ejemplo, que soy bastante elocuente, hasta cuando decido no serlo sigo sin hacer nada de provecho. Por eso lo decido rara vez, total...

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    1. Por si no me he explicado bien:

      Creo que el elocuente necesita fe para serlo, aunque sea para engañar a los que le escuchan. Savonarola o Cicerón eran elocuentes.

      Mi última conversación no elocuente (o quizás muy elocuente):

      —No quiero que sigamos juntos
      —Pues entonces no haya nada qué decir ni qué hacer. Adiós.
      Yo no tenía fe en poder cambiar nada, aunque lo deseara.

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  2. A mí me has convencido.

    Veo una película en la que el protagonista cruza pueblos, campos y montes atizándose con el hermano de su esposa para recuperar su orgullo (y a ella) y sé que la cosa tiene más sentido que tratar de convencer ¿a quién?

    Los estúpidos son siempre los otros.

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    1. Los estúpidos somos siempre nos-otros

      ¿Qué película es esa?

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    2. No me puedo creer que no sepas de qué peli hablo...

      John Ford, John Wayne, Irlanda...

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    3. Vale, “A quiet man”, El hombre tranquilo y una de mis pelis favoritas, memorable la pelea a puñetazos entre John Wayne y su cuñado Victor McLaglen, pero no la había reconocido en tu descripción. La he visto montones de veces.

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    4. Y ahora, leyendo, encuentro esta cita magnífica:
      http://memorianoajena.blogspot.com.es/2016/11/es-evidente-que.html

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    5. El magnífico reaccionario de Chesterton, me encanta, gracias

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  3. A mí no me has convencido (como no lo pretendes, no importa). O, para ser más preciso, creo que tu teoría vale para ciertas personas y no para otras, no creo que ni siquiera para la mayoría. Es decir, no considero elocuencia y acción contrapuestos, simplemente hay tiempos para cada cosa.

    Yendo a tus ejemplos, la elocuencia en la seducción amorosa juega su papel (también es verdad que depende mucho de las mujeres). Las mujeres, mucho más que los hombres, necesitan escuchar, activan su erotismo a través del oído. Aquiles, más que mucho mejor guerrero que Ulises, era mucho más bestia, y físicamente mucho más dotado. Pero lo cierto es que muere y Ulises no; al contrario, los griegos toman Troya gracias a la inteligencia de Ulises y a su elocuencia para convencerlos de llevar su idea a la práctica. ¿Cualquier fe debilita? No lo creo; también habría que decir depende pero en muchos casos la fe es justamente lo que fortalece, lo que permite la acción. Eso lo saben bien los "animadores", quienes practican la elocuencia para "motivar" a quienes han de actuar (por ejemplo, los recientes éxitos del Leganés parecen deber mucho a las elocuentes motivaciones de su entrenador). Dices que el elocuente necesita fe, creer en lo que dice. Puede, pero no la considero tan necesario como para quienes actuan. Tu ejemplo final redunda en ella: no tenías fe y no solo no fuiste elocuente (de hecho, en situaciones de ese tipo es habitual que haya elocuencia, aunque sea patética) sino, sobre todo, no pudiste actuar.

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    1. Entiendo tus razones, bien motivadas, pero me pasa lo que a ti conmigo: no me convences. Podría rebatir punto por punto tus ejemplos y argumentos, pero no lo veo necesario. Y a las mujeres, en mi experiencia, no tan limitada, no se las seduce por el óido, sino exactamente igual que ellas a nosotros: por la vista: una mirada, una postura, un gesto son mucho más elocuentes que la verborrea habitual, las seducimos a pesar de lo que las decimos, pero en realidad son ellas las que seducen.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía