viernes, 11 de noviembre de 2016

La primera vez (y las siguientes)



La primera vez que una mujer se desnuda para mí, la primera vez que la veo desnuda es como las primeras páginas de un libro que todavía huele a cerrado. La sorpresa, porque en ninguna mujer se adivina totalmente su desnudez cuando va vestida, aunque se intuya bien formada. A menudo, si hay suerte, llega luego algo mejor que la emoción de ese primer descubrimiento, el acoplamiento de encontrar más sorpresas, en el libro y en la mujer. Comparar a una mujer con un libro puede parecer descabellado, pero es que yo amo a los libros que me ofrecen sorpresas. 

Cuando era niño sólo había mujeres a mi alrededor, mi madre, una jovencita madre soltera; mi abuela, la jefa; su dama de compañía, la tía Carmiña, una viuda de un guardia civil asesinado en la guerra; las chicas del taller de costura que nos mantenía, la joven asistenta interna. Era mi abuela la que venía a mi cuarto a darme las buenas noches. El rito siempre era el mismo: me estiraba el embozo de la sábana, me besaba la frente y las manos (algo que nadie ha hecho nunca salvo ella) y luego hacía algo muy extraño que a mí me parecía muy  normal: "te pongo mi voz bajo la almohada para que te haga compañía por la noche". Y cerraba la puerta.

MI primera novia, Queca, era la chica más guapa del barrio. No sabíamos nada del sexo en una época en que los chicos aprendían de otros chicos, jamás de sus padres. Nos besábamos en la boca sin meternos la lengua (no sabíamos qué se podía), nos acariciábamos, nunca hicimos el amor. Los hombres mayores se la quedaban mirando, era preciosa, la asediaban los golfos amigos de su golfo hermano mayor. No sé por qué rompimos, aún no lo sé. En las fiestas de barrio me apreté contra ella, aún recuerdo el abriguito de grandes botones que llevaba esa noche, mullido como ella, y entonces, mientras estallaban los fuegos artificiales, amparados por la tapia del estadio de fútbol, me corrí.

Luego conocí a una obrera alta y fue la primera vez que follé (ella no), me condujo suavemente dentro de ella y cuando me derramé sentí que se me disolvía la médula espinal, como si también fuera semen. Tuvimos dos hijos, nos casamos, la empecé a engañar con muchas mujeres, a menudo alumnas. Y se terminó, claro. Los amigos me decían que me quiso mucho, pero que no teniámos casi nada en común. Los domingos salía a comprar el periódico y el pan. Cogía el coche y me iba a hacer el amor con una chica. Tenía, recuerdo con afecto, las tetas duras y el culo blandito. Luego volvía a casa con el periódico y el pan.

Siguieron muchas otras, siempre he tenido suerte (no sé si mala o buena) con las mujeres. Viví con tres más y estuve con algunas decenas más, algunas de una sola noche, otras de meses e incluso años. Las mujeres han forjado mis destino, lo han variado, han modificado mis hábitos, mi visión del mundo, mis convicciones, me han hecho feliz y muy desgraciado. La última ha sido la más importante, la mujer de mi vida. Ahora estoy solo, pero las mujeres siguen siendo los seres humanos más importantes para mí, más importantes que el padre que no conocí, que los amigos del alma que aún tengo, incluso que mi perra. Y no es casualidad que Jara sea una hembra. Los varones somos superfluos, un lujo, pero la vida verdadera e intensa son ellas. Mis diosas.
 

9 comentarios:

  1. Las mujeres forjan nuestros destinos, sí, y hacen todo lo que dices y más. En mi historia personal, sin ninguna duda, los momentos de máxima felicidad, y también los de máxima infelicidad, están unidos a mujeres concretas, las que me han hecho lo que soy más que otras causas.

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  2. Yo tiendo más bien a la monogamia. Pocas mujeres en mi vida, y nunca más de una al tiempo. Ahora, salvo en ese detalle técnico, por completo de acuerdo. Los varones, pienso yo también, somos, si no superfluos, sí un accesorio necesario, pero secundario. La vida verdadera e intensa son ellas. No son mis diosas -en ese terreno también tiendo a ser "mono"- pero creo que son el centro de la vida. Al menos de la mía, desde luego.

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    1. Yo también soy monógamo, pero sucesivo, o sea, en cierto modo, más monógamo que tú.

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    2. Mi "y nunca más de una al tiempo" viene a querer decir lo mismo que esa "monogamia sucesiva" de la que hablas. Mi "frecuencia de sucesión" es, sencillamente, muy baja, es decir, mis ciclos de monogamia son muy largos. El segundo y último, de hecho, viene durando unos veintiseis años, y no da señales de irese a acabar, de momento.

      Sin duda la monogamia, sucesiva o no, puede entenderse de muy distintas maneras. La frase del post "la empecé a engañar con muchas mujeres, a menudo alumnas" es incompatible, por ejemplo, con la manera en la que la entiendo yo. Al parecer no lo es con tu forma de entender la monogamia, puesto que, a pesar de elloa, te declaras monógamo. Alabemos a Alá por la diversidad de sus criaturas.

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    3. No, macho, si no quieres no me entiendas. La frase "la empecé a engañar con muchas mujeres, a menudo alumnas" indica que ahí no fuí monógamos, sino adúltero. Pero normalmente, insisto, normalmente, yo soy fiel a la mujer de la que estoy enamorado (de aquella ya no lo estaba), dure lo que dure, y entonces no necesito buscar otras mujeres

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    4. Te entiendo perfectamente, sobre todo cuando te explicas, no te me amontones. No hay por qué. Yo entiendo que las expediciones en busca de pan, periódicos y otros complementos no son exactamente monogámicas, pero ya he empezado por admitir que se trata solo de una de las posibles formas de entender la monogamia, concepto, como todos, muy moldeable. Especialmente en la modalidad sucesiva, en la que basta aumentar la frecuencia, o acortar el período, de la sucesión para que entre en el concepto prácticamente cualquier conducta que se desee. Y si además añades el importante matiz de ser fiel solo a la mujer de la que estás enamorado, pues más a tu favor. Haya paz.

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    5. No me va el cinismo ni tampoco los fundamentalismos, aunque sean monogámicos

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    6. Ni a mí. Sinceramente no creo haberme mostrado cínico, ni mucho menos fundamentalista, en nada de lo que he dicho.

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Ansío los comentarios.Muchas cabezas pueden pensar mejor que una, aunque esa una sea la mía